miércoles, 30 de marzo de 2005

LOS TONTOS QUE SE IBAN A SUICIDAR

Si el lunes hacíamos referencia a la muerte -por real decreto judicial- de la estadounidense Terry Schiavo, hoy hemos de referirnos forzosamente a una problemática parecida, aunque con menos meneo informativo, menos debate y parca intervención de los buitres que nos hacen y deshacen la vida: políticos, jueces, medios informativos, etc.

El asunto lleva coleando desde hace tiempo, especialmente por tierras japonesas, donde es habitual y secular que algunos pacíficos ciudadanos se hagan el harakiri para irse de turismo al otro mundo con la barriga abierta de par en par. Claro que los tiempos cambian y ahora en vez de coger el sable y metérselo por el ombligo y sacarlo por la rabadilla, es más eficaz y menos doloroso el abrir la espita del gas o tragarse una tonelada de pastillas con un poco de agua. Y como morir en soledad no tiene ninguna gracia y es muy aburrido, el personal decide ahora suicidarse en petit comité, para que así el acontecimiento pueda salir en los telediarios, alcanzando la gloria televisiva aunque sea durante medio minuto y después de muertos. Cosas de las ansias de fama y de la estupidez del homínido del siglo XXI.

Como era de esperar, la moda del suicidio colectivo acabaría exportándose a otras latitudes, y entre ellas tarde o temprano llegaría también a España, donde tenemos por costumbre copiar todo lo extranjero, pero sólo en la versión tontuna o negativa. Dicho y hecho. El 20 de marzo los periódicos y otros medios de información trágica nos informaban que tres jóvenes habían sido detenidos por intentar suicidarse en un pequeño pueblo zamorano llamado Lober de Aliste.

Resulta que los tipos se habían conectado a través de internet y mediante un foro iban desgranando los pormenores del suicidio, tal que si estuviesen escribiendo un guión cinematográfico, cuidando todos los detalles y toda la escenografía. Pero, como ocurre en las películas de mentirijillas, dos mirones se interpusieron en su camino, les fueron dando carrete, se incorporaron a la intriga y cuando los tres meloncillos ya tenían todo planificado, desde el alquiler de una casa en un pueblo recóndito y desconocido, hasta la compra del monóxido de carbono, la policía se presentó inesperadamente y puso un brusco the end al film. Un coitus interruptus en toda regla. Los mirones resultaron ser periodistas de la tele, que decidieron que aquella comedia no debía acabar en tragedia, pues les daría para hacer varias horas de reality show, y se fueron con el cuento a la poli.

Y, oiga, nadie ha dicho ni criticado nada de todo este asunto. Nadie se ha metido con las chicas de la prensa por entrometerse en foros ajenos. A nadie se le ha ocurrido culpar a la policía por interrumpir tan buena causa como el suicidio programado de tres mayores de edad en uso de sus facultades políticas, vitales y mentales en toda regla. Por supuesto que nadie ha puesto en entredicho que, por orden de un juez anónimo, los tres jóvenes –todos ellos titulados universitarios- fuesen internados en un centro psiquiátrico de Zamora. O sea, que porque te quieres ir de viaje al otro barrio, te acusan de loco, te ponen la camisa de fuerza y te encierran entre cuatro paredes, rodeado de locos de verdad. ¡Esto es cosa de locos!

Y digo yo, que tengo hoy una vena la mar de comprensiva: si los tres chalaos (no locos, ojo) estaban aburridos de vivir, o sea, de ver siempre a los mismos políticos desde que nacieron, de vomitar ante la basura televisual, si no les gustaba el fútbol y ya la play station no les hacía tilín, y deciden darse el piro hacia otra realidad menos dolorosa y aburrida, ¿por qué negarles esta santa voluntad? ¿Es que para poder dejar voluntariamente el mundo, o que te desenchufen los cables de la alimentación, o que esté bien visto tomarse una pastilla de cianuro -como hizo el aplaudido Sampedro de “Mar adentro”-, tiene que estar uno/a en estado vegetativo, o arrastrar una historia digna de convertirse posteriormente en una película de Oscar? ¿Cómo se explica defender la vida en unos casos y justificar la muerte o el suicidio en los otros?

No sé contestar a estas preguntas y los buitres que nos desgobiernan y los que imparten injusticia, me temo que tampoco. Los tíos suelen actuar en función de cómo les ventea el vientre, según el día, la hora y sus prejuicios burro-ideológicos. Lo único que tengo claro es que estos tres chavales fueron más tontos que Abundio, porque cualquier descerebrado sabe que suicidarse es lo más fácil del mundo: desde montar en un utilitario y lanzarse a la carretera a darse un atracón de chorizo con huevos fritos, pasando por asistir a un mitin de Zapatero o ir a ver un partido del Real Madrid. Lo que no es de recibo es montar el numerito de estos tres cagamandurrias: planificarlo todo al milímetro en un foro público, gastarse un montón de pelas en ADSL, logística, viajes y en alquilar una vivienda situada en el quinto pino. Precisamente si el suicidio está penado por nuestras locuelas autoridades civiles, militares y eclesiásticas es porque llevarlo a cabo no cuesta un duro y uno se borra de pagar más impuestos. Así que a estos chavales –por gilipollas- habría que encerrarlos no en un psiquiátrico (no están locos) sino en un centro de reinserción educativa. Y, de paso, a todos los profes que les aprobaron en su deambular por la Universidad. Que esa es otra…

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