viernes, 11 de marzo de 2005

SUPERMÁN YA NO ES PERIODISTA

Ya que el comentario anterior giró en torno a la enseñanza (o sea, al desmadre) hoy me ha dao la ventolera de ser un quijote e insistir en la misma temática, pero haciendo –vade retro, Satanás- una defensa de una parte importante del profesorado de este país. Sí, ya sé que soy políticamente incorrectísimo y que no tengo plaza en el más acá de los pancistas y vividores pero qué se le va a hacer si hay algunos que nacemos gilipollas y nos moriremos gilipollas.

No tengo buenos recuerdos de mis profesores de la infancia, salvo el primero de ellos, que atendía a cuarenta chavales de diferentes edades en una sola aula y escuela, pese a lo cual tenía tiempo hasta de llevarnos a su casa a ver una película en un proyector de aquellos de época, que le había tocado en un sorteo pues su sueldo no le daba para algo más que un puñao de habichuelas y un poco de pan. Ya se sabe, en la España de hace cuarenta años y más, “pasas más hambre que un maestro de escuela” y aunque eran envidiados por sus tres meses de vacaciones, con el recreo y el asueto no se come.

Del resto de profesores de mi niñez sólo tengo pésimas imágenes, aunque personalmente no me pueda quejar. Algunos pegaban hasta el hartazgo, insultaban, vagaban (de vagos, quiero decir). Alguna tía buena hubo (la de Francés) que nos hizo soñar con una sexualidad de rechupete y hasta la clásica monja simpaticona que nos ponía colorados cuando hablaba de la masturbación masculina (la femenina todavía no se había inventado). Pero, ya digo, poco que rascar entre tanta pobre gente. Imagino que la dictadura política imperante, que ataba a la educación en corto como ha mostrado tantísima bibliografía y la cruda realidad, no podía fabricar si no ese tipo de monstruos, salvando las excepciones correspondientes.

Ahora, que ya llevamos más de 25 años en democracia, el vuelco ha sido tal que a la educación española no la conoce ni la madre que la parió. En lo mucho bueno y en lo muchísimo malísimo que tiene. Ahora los profesores, por arte de la propaganda de que se vale el régimen democrático (frente a la violencia que usaba la dictadura), son o deben ser seres maravillosos que sirven para todo, incluso para recibir tortas de los alumnos más rebeldes. Donde antiguamente se supone que había un profesor vocacional que por cuatro pesetillas mataba el tiempo con unos alumnos que nunca iban a llegar a ninguna parte (los que sí iban a ser alguien, esos estudiaban en los colegios privados y religiosos, con curas sabelotodo y régimen disciplinario al uso), ahora se supone que los profesores –además de saber de todo, como en botica- “hacen también de padres, tutores, educadores, psicólogos, cuidadores, agentes de detección y tratamiento de conductas antisociales; educan contra la violencia, la xenofobia, contra los malos hábitos alimentarios, sanitarios y de aseo; atienden las carencias familiares y sociales, orientan en lo personal y lo académico; mantienen buenas relaciones con las familias y un largo ecétera”. (Texto recogido de una revista de la enseñanza del sindicato UGT).

Un ecétera que implica sacar al niño a ver el zoo o visitar el museo de la ciencia, explicar las matemáticas de una manera la mar de graciosa para que los chavales se interesen en el tema o educarles en todos los peligros sociales: el tabaco, el sida, la sexualidad, el tráfico, los mass media y la biblia en verso.

Yo creo que Superman era menos completo. Porque aparte de toda la sabiduría anterior, el maestro-profesor actual “debe saber formar buenos equipos didácticos, participar en el funcionamiento del centro en sus órganos de gobierno, hacer guardias, cuidar patios, bibliotecas, actividades extraescolares, fomentar y participar en programas de colaboración con otras instituciones y organismos en lo sanitario, deportivo, cultural o lúdico”.

Si algunos de estos profesores ejercen también de directores, secretarios o jefes de estudios del Centro, a su lado Supermán nos parecerá un señor absolutamente incapaz y ridículo. Ya digo, los tiempos han cambiado que es una barbaridad. Con la diferencia de que el bueno del Super se liquidaba a los malos y ahora algunos malos le mojan la oreja a estos nuevos Supermanes. Eso sí, ya no pasan hambre. Siguen teniendo tres meses de vacaciones y encima pueden comer caliente todos los días. ¡Joder, con esta pandilla de privilegiados!

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