viernes, 1 de abril de 2005

LA FRANQUITIS

Llevamos unas semanas que el virus de la franquitis ha vuelto con bríos renovados. ¿Y qué es eso de la franquitis? Pues sencillamente una enfermedad mental que ataca especialmente a los políticos españoles pretendidamente de izquierdas y de derechas, por la cual se retrotraen a la niñez, empiezan a ver fantasmas y les entra una nostalgia freudiana de Franco, aquel dictador que murió hace ya casi 30 años y del que la inmensa mayoría de los mortales (los políticos son gente “inmortal”) ya ni nos acordábamos pues ahora de quien toca defenderse no es del extinto General Capullo sino de los vividores capullitos que ahora nos gobiernan y que varían en función de los resultados electorales nacionales, autonómicos y locales.

Esta peligrosa enfermedad, que puede afectar seriamente a las meninges y al ordenamiento cerebral, ataca preferentemente a aquellos políticos que cuando vivía el Capullo General andaban acojonaos perdidos y no levantaban la voz por miedo a mearse encima. Su mayor incidencia es la destrucción del sentido del ridículo y el crecimiento de la nariz. Últimamente también se están dando casos mutativos del virus, que penetra en politicastros que ni siquiera vivían en la época de la dictadura, pero que han aprendido a mezclar churras con merinas en provecho propio, para así quedarse con las unas y con las otras.

Desde hace unas semanas –como efecto secundario y novedoso de la enfermedad- se ha producido en los afectados el síndrome de la estatua, que sólo se cura con la retirada de las escasas estatuas que aún quedan del Generalísimo en la vía pública. Y ello se ha realizado con la misma valentía y coraje con que se enfrentaron al dictador en sus años mozos. O sea, ninguno. Así que a escondidas, usando mentirijillas, con la policía al acecho… se han retirado unas cuantas estatuas de tan pérfido personaje. Nada de hacerlo a la luz del día, con retransmisión en directo y actuación de un cantautor para entretener el acto. No, todo a la luz de la luna y de madrugá para no herir la sensibilidad del respetable, ese que lleva pasando de Franco desde hace casi 30 años. ¡Menudos fantasmas retirando del pedestal a otro fantasmón ya divinamente enterrado!

Y los chicarrones de la oposición al gobierno, encima protestando por la retirada del careto y del caballo de don Francisco. En vez de pedir la retirada de todas las estatuas de todos los políticos de todas las ciudades de España. Ni uno sólo merece estar en un pedestal. Pero pedir cerebrín a la oposición es como pedir castidad a una actriz pornográfica. Aquí el cerebro sólo se pone a trabajar cuando se tienen bien amarradas las cuerdas del poder. Mientras, sólo se pone en el asador la descalificación, la demagogia y el filibusterismo… para no ser menos que los que gobiernan.

Así que entre la franquitis (que en su estadio más grave puede derivar en voz aflautada, pistola al cinto, mano en alto y risa generalizada del resto del personal) y otras enfermades más modernas como la sardanorrea purulenta, estamos de un divertido que no veas. Y, mientras tanto, nadie piensa en las palomas. No la de la paz, que esa le importa un pimiento a los politiqueros, sino las que hacen sus necesidades y se posaban en las estatuas del Generalísimo. ¿Qué va a ser de ellas? ¿No habrá ni siquiera una modesta ONG o un pequeño grupillo ecologista que se apiade de estas huérfanas de estatua?

Han pasado 30 años desde que estiró la pata el Franquito de las narices, ganador de una guerra civil iniciada hace casi 70 años mediante un golpe de Estado que triunfó, a diferencia de los multicientos golpes anteriores, fracasados por no darse las “condiciones objetivas” marcadas en el libro de ruta de militares, derechistas, izquierdistas, curas, nacionalistas, anarquistas y todo hijo de vecino con ansias de joder al prójimo (disfrazadas siempre, eso sí, con bellas palabras y buenas intenciones). Pese a tanto tiempo transcurrido, todavía pervive una cepa vírica que curiosamente ataca a los politicuchos que cuando vivía el dictador estuvieron de vacaciones mientras otros se jugaban el pellejo. “PSOE, cien años de honradez… y cuarenta de vacaciones”. ¿Les suena la canción?

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