lunes, 29 de noviembre de 2004

EL FÚTBOL ESPAÑOL JUEGA AL VILLAR

El mundo del fútbol español tiene como presidente de la pomposa “Real” Federación de Fútbol a un tipo llamado Villar. Parece que nos equivocamos de deporte (previa falta de ortografía) pero no. Hablamos de Ángel María Villar, un señor que lleva 16 añitos chupando pelotas desde el puesto de mando de dicha Federación y que, tras ganar las últimas elecciones, continuará otras cuatro temporadas más. Cuando hay un dirigente de lo que sea, que se eterniza en los cargos, por muchas elecciones que se eche al coleto, tal durabilidad a mí me huele a cuerno quemado.

El tal Villar está hecho de esta pasta pastosa especial. Después de tantos años de mangoneo y gobierneo del mundo del futbolín, todavía dice el carota que tiene ilusiones, ideas nuevas y esas sandeces que se cuentan en estas ocasiones. Verlo tras ganar estas penúltimas elecciones (porque no serán las últimas) todo alborozado, dando saltos olímpicos de alegría, besándose y morreándose con gente de su “equipo” (clan, secta o chiringuito, diría yo) roza la ternura y el lagrimeo.

Pero la realidad es más prosaica. “Ser presidente de la Federación Española de Fútbol implica ganar lo que un buen jugador: 600.000 euros anuales”. Leo el titular de varios periódicos y tanta alegría del susodicho, tanto fervor en seguir dirigiendo a la pelotita hispana, no es por amor al arte sino que tiene su codiciada recompensa. El tío tiene un sueldo de 104.000 euros en 17 pagas y media. Luego hay que sumarle los gastos de representación por los que anualmente le entran al bolsillo 120.000 euros por los conceptos de garaje, chófer, combustible, comidas, cenas y desayunos, guardaespaldas, vuelos en primera clase, hoteles de cinco estrellas y otros. Porque, claro, al señorito le daría un ataque de hemiplejía si va a un hotelito de tres estrellas o si se come un bocadillo de calamares en el bar de la esquina. Vive mejor que el Rey de España.

Como lleva tantos años chupando, ya tiene muchas más tetas de las que hacerlo, aparte la presidencia de la Federación. El amigo es vicepresidente de la FIFA por lo que percibe anualmente 215.000 euros en concepto de dietas, que cubren el acompañamiento de la señora, la cual también tiene derecho a cama, mesa y mantel. Además es presidente del Comité Técnico de Árbitros de la FIFA, presidente del Comité de Fútbol de la FIFA, miembro del comité organizador del mundial de Alemania 2006, vocal del proyecto Gool para el desarrollo del fútbol en el mundo, miembro del comité de urgencia de la FIFA, vicepresidente tercero de la UEFA y otras menudencias que no referimos por rubor. Y en todos estos tinglados cobra, porque al amigo no le gusta trabajar gratis. Trabajar lo hace poco, la verdad, pues pertenecer a tantos comités y proyectos es síntoma evidente de que don Villar pone sobre todo el careto y la mano, porque si fuese el currelo, no tendría horas en el año para asistir a tanto festín y de tanto esfuerzo laboral ya estaría hecho una piltrafilla. Y como todavía está poco contento con lo que tiene, anda su hoja de servicios por los tribunales dado que se le acusa de corrupción, trapicheos y otras menudencias económicas complementarias. ¡Dieciséis años en el cargo dan para saberse todas las triquiñuelas del mundo!

De modo que ya se comprende la enorme alegría, el derroche de emoción exultante y tanto besuqueo a la gente que le baila el agua: estaban en juego 600.000 euros anuales, más el incremento del IPC, otro trienio más y nuevas corruptuelas. Y todo este dineral sale del bolsillo de esos incautos y bonachones aficionados al fútbol, que cada domingo se retratan en taquilla para luego ver un espectáculo más simple que el mecanismo de un chupete, aunque eso sí, con derecho a insultar educadamente al árbitro y jugadores del equipo rival.

Pero lo mejor está por llegar. El bueno de don Villar, porque sigue otros cuatro años más, va a conceder una amnistía al mundo del fútbol. Todos los castigos atrasados, multas y cierres de campos serán perdonados. Está el hombre tan contento que, cual emperador romano, se concede el privilegio de hacer borrón y cuenta nueva de los pecadillos ajenos cometidos en su etapa anterior. De los suyos, hablarán los tribunales un siglo de éstos.

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