viernes, 19 de noviembre de 2004

PAN Y FÚTBOL

Por esta pequeñez pierden la cabeza y el money millones de humanoides.

Los emperadores romanos, que no eran nada tontos, se inventaron aquello del “Pan y circo”. Invento con el que tenían muy contento al populacho, mientras que ellos seguían en lo suyo. Ha llovido mucho desde entonces, pero la esencia se mantiene intacta. Los nuevos emperadores (eso sí, la mayoría presumiendo de demócratas) han encontrado una versión más moderna del asunto, el “Pan y fútbol”, menos cruenta que el circus romano -aunque de vez en cuando cae algún muerto en el césped o en las gradas- pero más rentable desde el punto de vista de los jerifaltes: pueblecitos entretenidos y anestesiados. El fútbol, un deporte sosón y aburrido como él solo, ha venido que ni pintado para semejante menester gracias a la inestimable ayuda de los modernos medios de (in)comunicación.

¿Es de recibo que en un país la inmensa mayoría del personal no sepa la vida y milagros de los 20 mamones que le sacan los cuartos dirigiendo las empresas más punteras; que no conozca a un solo investigador de esos que nos curan los catarros, la hepatitis o la diarrea; que no tenga ni idea de quiénes manejan en realidad los hilos de su vida… y que en cambio conozca de "pe a pa" las andanzas y miserias de unos tíos que se ponen en calzoncillos para pegarle patadas a un balón en una pradera acotada con porterías? ¿Es de sentido común que los informativos de todas las televisiones dediquen diez veces más tiempo a informar sobre las andanzas, lesiones y tartamudeos de los principales futbolistas y equipos del orbe mundial que a hablar de la realidad política, economica, social o educativa? ¿Entra dentro de la lógica más elemental que todos los días nos enchufen por tierra, mar y aire las declaraciones de los entrenadores y futbolistas de los principales equipos del país, comentando que el entrenamiento ha ido fenomenal, que el próximo partido piensan ganarlo y que dos y dos son cinco?

Estamos en puertas o ya se habrá celebrado (según cuando se lea esta parida) el partido Barcelona-Real Madrid de todos los años. Llevan dos semanas dándonos la murga con el tema. El mismo tiempo que están agotadas las entradas. (Para pagar de 100 a 300 euros no hay problemas económicos, ni crisis ni la vida está muy achuchá…). Las televisiones y los diversos gobiernos y gobiernillos del solar patrio plural andan con el grave problema de que a lo mejor en Madrid y en varias comunidades no se podrá ver el partido, por asuntos laborales de la telele madrileña o por falta de acuerdo pecuniario entre algunas de ellas. ¡Horror, no poder ver el partido del siglo de los siglos! Todas las fuerzas vivas y muertas están reuniéndose a marchas forzadas y nocturnas para intentar solucionar el asunto, muchísimo más importante que la carestía de la vivienda, la escasez de agua, la subida de la inflación o la masacre automovilística, que pueden esperar otro decenio más. Así que no puede ser que el populacho se quede sin ver el evento del año, esto es, 22 tíos haciendo el capullo detrás de una pelota (eso, sí muy bien pagados) gracias a que otros cien mil tíos/as han soltado una pasta gansa para verlos en directo y a que las tropecientas televisiones han puesto otro montón de pasta (sacada de nuestros impuestos) para que la capullez se transmita al mundo entero y parte de la galaxia. Pero gracias a eso, la turba está bien entretenida y despistada. Y que siga así por mucho tiempo, que mientras sea así comeremos y viajaremos muy requeteagusto.

Se han sacado las cosas de quicio con el dichoso fútbol, pese al fútbol mismo. Los futbolistas haciendo más kilómetros al año que la ya clásica maleta del Fugitivo. Los clubes gastándose el dinero a espuertas (mucho de ello público, pues ayuntamientos, diputaciones y restantes administraciones colaboran en su sustento). La charla monotemática en todos los lugares de reunión y expresión. La repetición diez mil millones de veces del gol de Ronaldo, conseguido con la coronilla. El grito pelado y demencial de ese locutor de radio enloquecido porque ha visto que un jugador de la pradera ha tenido un instante de inteligencia y suerte, consiguiendo meter la pelotita entre los tres palos. Lo increíble y bello que es ver a unos millonarios escupir a todas horas (al césped, al contrario, al árbitro…). La emoción de esos partidos de Liga donde para ver un gol hay que buscarlo con la lámpara de Diógenes y el azar de los dioses. El bello espectáculo de una masa enfervorizada y fanatizada que brama como si estuviera poseída por diez mil diablos. Como escribe hoy el crítico Carlos Boyero, “ir al fútbol se convierte frecuentemente en la negación del espectáculo y la constatación de la amenaza cívica que suponen los bichos descerebrados cuando se agrupan y pierden el miedo”.

Sin llegar a tales profundidades (uno es que prefiere la vulgarota didáctica al chocolate espeso), todavía no logro comprender cómo puede haber tantos millones de seres capaces de perder la chaveta y la cartera por ver rodar un balón entre las patas peludas de 22 mozos que se tratan entre sí a patada limpia. Pero lo que más incomprensible me resulta es que cuando el partido acaba y los protagonistas se ponen a contar los billetes –en un solo partido más de lo que un currante podrá ganar en su pobre vida- parte del personal se va a casa más contento que unas pascuas porque “hemos ganado”. Es la prueba evidente de que el “pan y fútbol” funciona de maravilla. ¡Si Nerón levantara la cabeza!


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