jueves, 25 de noviembre de 2004

ESTAMOS CON QUIENES TENEMOS QUE ESTAR

Probablemente hoy sea bastante cruel, demagógico y hasta chiripitifláutico con lo que voy a escribir, pero a veces hay que irse directamente a la hipérbole, al surrealismo y a la trapisonda. Más que nada por amor adrenalítico y por vergüenza grillesca.

Cuando reinaba don Rodrigo Cid de Aznar nos dábamos el piquito a todas horas con el matón del barrio, ese que siempre está de broncas por medio mundo y que nunca logra acabar bien ninguna. (Vease el pollo montado en Irak). Tampoco es que los USA nos dejaran comer mucho a su lado (alguna que otra sobra acompañada de una fotito), pero al menos podíamos endosarle los pinreles encima de la mesita del salón o ponerle la espalda para que nos diese una palmadita cariñosa. Pero en esas que se produjo la Reconquista al revés, o sea, que los moros reconquistaron Al-Andalus gracias a unos bombazos por acá, unas cagadas por allá y una bajada de pantalones por acullá a cargo de casi todo el mundo. Total, que como dice uno de esos periódicos influyentes del mundo mundial, ahora tenemos un primer ministro accidental al que le ha llegado con demasiada antelación la hora de la victoria. Y claro, al hombre lo han pillado en calzoncillos: todavía no ha sido programado con las suficientes normas de urbanidad como para moverse ágilmente por los salones del matón del barrio, que encima sigue siendo el mismo que cuando reinaba Aznar. Así que entre desplantes y bajadas de pantalones, al emperador San Bush lo tenemos cabreado, no nos recibe al teléfono y cualquier día de éstos nos envía a la Cuarta División acorazada de Florida y Nebraska para reinstaurar la legalidad internacional y deponer a Sadam-Zapatero, poseedor de una incalculable masa de armas de destrucción conejil (en forma de sonrisas más falsas que Judas) y de algún que otro obús de tontoli-habas, a los que tiene ocupados en el gobierno de la cosa doméstica.

De modo que ahora el país (esto “de país”, es un decir, una pura metáfora) anda dividido entre aquellos que añoran abrocharle los zapatos al gran oso americano a cambio de que nos dé unas golosinas para endulzar los incisivos y aquellos que alaban a la pandilla de chacales a la que nos estamos arrimando en la actualidad para no quedarnos en la selva más solos que la una. O sea, que ahora con quien nos damos el besito con besito y el culito con culito es con gorilas tipo Chavez, hienas como el Mohamed, cocodrilos como el Castro y otra fauna igual de rastrera perteneciente al ecosistema barriobajero.

Yo creo, sin embargo, que lo nuestro es estar acompañando en el pesebre a estos peazo burros. Pero no por las absurdas razones que argumentan sus defensores (incluido el Gobierno “accidental”) sino porque tenemos que estar con quienes son de nuestra cuerda. O sea, con los chulapones, los bananeros, los fanfarrones, los que hablan mucho y hacen poco, los que se chupan el dinero del pueblo, los que presumen de lo que carecen. Por lo menos son unos grandes folladores, se lo pasan chachi puruli con tanto chiste y juerguecita y no andan reprimidos y cabreados como esos ricos del norte que tienen de todo pero no disfrutan de nada. El que no se consuela es porque no quiere.

Somos un país que, tras más de cinco de siglos de historia, todavía no sabe si es un país, una casa de putas o el coño de la Bernarda. ¿Somos una nación, una nación de naciones, una plurinacionalidad, el resto de una subasta que nadie quiere o 17 cortijillos unidos por un capataz que trabaja menos que el Rey León y por una cohorte de pringaos que bajo el pretexto de dirigir la soberanía popular se la meriendan todos los días con Nocilla o, los más delicados, con Colacao? Respuesta de hoy a la fecha de ahora (mañana lo mismo pensamos otra cosa): Somos una monarquía bananera (también lo sería si fuera república, y más) que nos merecemos estar con quienes últimamente nos abrazamos: los caudillitos y carcamales más impresentables del mundo mundial. Se acabaron las ínfulas de nuevos ricos que se pasean a escondidas entre las cortinas del Imperio. Lo nuestro, como mandan los cánones y la historia, es ir siempre contracorriente, al revés de todo el mundo civilizado, unidos a los más casposos y retrógrados especímenes del orbe. Así podremos presumir de algo: de ser más educados que ellos, un poco más ricos o viajados. De nuevo, el que no se consuela…

Cuando por fin tenemos una amplia clase media y las posibilidades abiertas para no darnos el batacazo de siempre, en vez de estar chupando a dos carrillos de los unos y los otros, nos dedicamos a irnos con los moritos y los tiranuelos para no verle los granos del culo al amigo americano. A los que mandan les da lo mismo, porque al final –como siempre pasa- las bofetadas nos las llevaremos los de siempre: los gilipollas que estamos a pie de obra en este solar hispano que nadie sabe qué coño es.

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