jueves, 11 de noviembre de 2004

SAN ARAFAT

Murió Arafat. Vamos, que estiró la pata como todo hijo de vecino al que le llega su hora. Pero Arafat es diferente. Es un gobernante famoso, un líder, aunque su país sea pequeñito y no tenga Estado. El hombre se hizo un hueco en el mundo de los ilustres desde hace la tira de años y ahí lo tienen: llenando páginas y páginas de todos los periódicos del mundo, aparte televisiones, radios y otros medios de comunicación en el día de su muerte.

A Arafat no le va a pasar como al 99,9 % de los que se van al otro barrio a buscarse las habichuelas entre las almas y almejas allí exiliadas. Arafat, ya digo, es famoso y encima tenía todo un pueblo detrás de él según cuentan las crónicas. Y eso ya son palabras mayores. Todos somos iguales, pero unos más iguales que otros. Así que ahora tendremos unos funerales por todo lo alto, con el ringorrango por las nubes y la alabanza y el azúcar en la boca y pluma de todos. Veremos imágenes de gente llorando, gritos de dolor y toda la parafernalia con que los pueblos acostumbran a despedir a sus prohombres.

Francamente, no es para tanto. Aborrezco a los líderes. O cuando menos, desconfío de ellos. Y sobre todo de aquellos que se eternizan en el poder, por muy democrático que éste sea. Don Arafat es de esos que sólo abandonaron la vara de mando cuando en Paris le cerraron los ojos después de parársele el reloj. Cuentan los que saben de esto que el amigo era un buen pájaro que se ha embolsado mucha pasta para uso particular y familiar, cuando iba destinada a su pueblo. Pero esto parece que a la gente sencilla, acostumbrada a vivir en la miseria y en la intranquilidad perpetua a causa de la muy “democrática” Israel, no le preocupa demasiado. A los pueblos se los contenta muy fácilmente: unas migajas de demagogia, unas gotas de corrupción generalizada y una pizca de futuro ilusionante, aunque la ilusión sea pura magia potagia.

Ahora que Arafat la espichó, las alabanzas y reconocimientos se multiplican hasta el empalago. Aunque, a decir verdad, el hombre ya tuvo en vida algunos parabienes importantes, como el Premio Nobel de la Paz o el Príncipe de Asturias. Para un hombre que dirigió grupos terroristas como la Organización Septiembre Negro (con la famosa masacre en los Juegos Olímpicos de 1972), no está nada mal. Paz y amor. Aunque para paz, la que tendrá de ahora en adelante.

En cualquier caso, desconozco la auténtica realidad del personaje, más allá de las tergiversaciones, de las mentiras y de la mitología que rodean a gente de este ilustre rango. A veces los mayores sátrapas y sinvergüenzas se esconden detrás de bellas causas y grandes ideas. Manifieste usted su lucha por un bello ideal, móntese el tinglado correspondiente para mantenerlo y ya podrá hacer las mayores atrocidades en la trastienda que todo le será permitido y aplaudido. Por eso cuando se mueren estos tipos las celebraciones lacrimógenas desbordan lo tolerable y los funerales alcanzan categoría mítica. Lo vamos a ver con la defunción del Arafat.

La moraleja es que si eres un pobre hombre, honrado y cabal, te mueres un día en un hospitalucho de tercera regional, no te visita ni el concejal de deportes para ponerte la medalla a título póstumo de “contribuyente ejemplar”, el periódico local no te dedica ni una triste viñeta y al final sólo algunos allegados y familiares derraman unas lagrimitas. Después el muerto al hoyo y a seguir mamando el resto de la tribu. Pero a gente como Arafat, peces gordos que se movieron por el planeta como Pedro por su casa, que mangonearon en la vida y la muerte de miles y miles de ciudadanos, a los que birlaron más de una y otra vez la cartera y hasta el aliento, el más acá les recordará toda la puta vida, aunque los tipos ya estén intentando montarse otro chiringuito similar en el más allá recién estrenado. Porque serán lo que sean, pero de tontos no tienen un pelo. Así que cualquier miserable terrenal podrá visitar dentro de unos días la tumba de don Yaser, como en cualquier viaje turístico se puede visitar la de Lenin, Stalin, Franco, Mao… y espero que más pronto que tarde Pinochet, Husein o Castro. El desgraciao del hospitalillo de regional, ya tendrá suerte si cada 2 de noviembre su cónyuge le lleva un par de margaritas al camposanto.

Por mi parte, RIP para don Arafat y a otra cosa, mariposa. Yo es que no valgo para estos dengues de la geopolítica mundial. Me gustaría que ya que en vida todos somos diferentes, al menos en la muerte existiera al menos cierta igualdad. Ni por esas. Verbigracia, el modélico ejemplo de San Arafat.

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