lunes, 13 de septiembre de 2004

EL PRESTIGE YA NO VENDE

En noviembre del 2002 un barco antediluviano procedente de Letonia se dirigía al peñón de los piratas (Gibraltar) cargado con 77.000 toneladas de combustible. La bomba navegante se vino a pique cerca de las tierras gallegas y desencadenó la de dios. El capitán, un mamonazo, no cumplió con las normas establecidas. Los dueños del barco, los clásicos terroristas de cuello blanco, pasaron de todo. Las autoridades demostraron lo que ya sabíamos: que eran unas inútiles. La prevención del desastre fue prácticamente nula y la reconducción del mismo fue otro desastre aún mayor.

Aquel drama movilizó lo mejor y lo peor de las Españas. Por un lado, la solidaridad y el apoyo de miles y miles de ciudadanos que incluso arriesgaron su vida o su salud para limpiar las playas contaminadas. Por otro, el ansia de sangre y degüello de los cainitas de siempre, quienes aprovecharon la ocasión para insultar, asaltar y hasta quemar sedes del partido en el gobierno, como si el hundimiento del barco lo hubiese realizado Aznar y sus boys.

Miles de páginas, de reportajes televisivos, de entrevistas e imágenes circularon por el país y parte del extranjero hasta el hartazgo. Ya se sabe, las malas noticias, los dramas, las catástrofes suben las audiencias porque el personal es masoca perdido. Y porque las grandes ganancias (de pasta, de votos, de odio…) está demostrado empíricamente que se obtienen en las desgracias. En el chapapote de las miserias extraordinarias.

Ahora ya nadie se acuerda del Prestige. Ya dio sus réditos. Pero el sábado 11, escondida en una esquina de una página par de un periódico de provincias, leí lo que ya no es noticia para el resto de los medios nacionales, de prensa, radio y televisión: la culminación de los trabajos de extracción del fuel del Prestige, hundido a 4000 kilómetros de profundidad frente a las costas gallegas. Con esta extracción desaparece el serio peligro de que salieran al exterior en cualquier momento las más de 13.000 toneladas almacenadas aún en su seno. Se jodió la previsible segunda parte de la catástrofe. Para qué demonios vamos a informar, y en extenso, de tan buena noticia para el mar pero tan pésima para el negocio de la información.

No ha importado que haya sido la primera vez que se ha realizado un rescate de fuel a tan gran profundidad. Ni que se hayan empleado robots y tecnología creados para la ocasión y con la etiqueta made in Spain. Ni puta referencia a todo el complejo entramado llevado a cabo para cumplir tan delicada misión y del que cualquier otro país menos puñetero y masoquista que éste, se hubiera enorgullecido exponiéndolo mediática y empresarialmente durante una larga temporada. Aquí casi nadie se ha enterado. Las buenas noticias no venden. Y es que ahora están en el poder algunos de los que –va para dos años- sacaron tajada a la tragedia y, pese al paso del tiempo, en los medios de comunicación aún continúan pastoreando los mismos vampiros de entonces y de siempre: esos que viven de la sangre ajena, expuesta a los cuatro vientos cuando es derramada por una catástrofe, tragedia o simplemente el destino.

Para una cosa buena que hay que contar y van los muy capullos y se la envainan. Y es que son todos unos profesionales como la copa de un pino.

1 comentarios:

Anónimo dijo...

El gusto por ver y escuchar las malas noticias (y de ahí su negocio en los medios de comunicación) viene de que a la gente le gusta comprobar que el prójimo es más desgraciado que ella. Aparte que el género humano es tremendamente sadomasoquista.