lunes, 27 de septiembre de 2004

A VECES HAY QUE SER DE OTROS PAÍSES

Nacemos circunstancialmente en un lugar, en una historia, en unas costumbres determinadas. Nacemos españoles, franceses, chilenos, brasileños, australianos, senegaleses, chinos… No hacemos nada para merecerlo. Tampoco podemos hacer nada para evitarlo. Un vientre querido nos cobija durante unos meses y luego nos deja al socaire de un país, de una región, de un pueblo o ciudad. Y a vivir, que son cuatro días. (Yo espero vivir seis, je, je).

Sentirse orgullosos de nuestros orígenes es sentirse orgullosos del azar. Una gilipollez. Pero uno comprueba que la inmensa mayoría del personal está encantado de haberse conocido inglés, alemán, ruso, cubano… Una cosa es reconocer nuestra legítima pertenencia a una comunidad y país por obligación físico-geográfica y otra considerar que el azar de nuestro nacimiento fue un acierto al cien por cien del que debemos vanagloriarnos por los siglos de los siglos, amén. Por eso no entiendo a los que ejercen de patriotas. Me gusta mi país pero me encantan otros muchos, donde me gustaría vivir para aprender, para superarme, para cambiarme. De igual modo, quiero para mi entorno social y humano lo mejor de las gentes y lugares del resto del mundo. No reniego del pasado ni de mí mismo (no tiene solución la cosa), pero a menudo me encantaría ser de otro lugar, estar en otro sitio, incluso hasta no ser de este planeta, si es que ahí fuera vive alguien mejor que nosotros (cosa nada difícil tal como funcionamos los humanoides).

En esta dirección, el escritor y académico Pérez Reverte, en su último artículo semanal, señalaba que a veces le apetece ser francés. “Lo que más me gusta de los vecinos es que, cuando la revolución aquella de hace un par de siglos, a base de mucha Enciclopedia, mucho aristócrata y mucho cura guillotinados, y mucha leña al mono hasta que –nunca mejor dicho– habló francés, decidieron que una república es una cosa seria, colectiva y solidaria, y que la verdadera nación es la historia en común y el equilibrio de los derechos y obligaciones de todos y cada uno de los individuos que la componen. Que tonterías, las justas. Que el ejercicio de la autoridad legítima es perfectamente compatible con la democracia. Que la cultura de verdad –no la cateta de cabra de campanario– significa ciudadanía responsable y libertad, y que al imbécil o al malvado que no desea ser culto y libre, o no deja que otros lo sean, hay que hacerlo culto y libre, primero con persuasión y luego, si no traga, dándole hostias hasta en el cielo de la boca. (…) Por eso me hubiera gustado ser francés hace unas semanas, el día que entró en vigor la ley prohibiendo el uso del velo en los colegios públicos de allí. En un ejercicio admirable de civismo republicano, los dirigentes musulmanes franceses dijeron a sus correligionarios que, incluso pareciéndoles mal la ley, aquello era Francia, que las leyes estaban para cumplirlas, y que quien se beneficia de una sociedad libre y democrática debe acatar las reglas que permiten a esa sociedad seguir siendo libre y democrática. Así, todo transcurrió con normalidad”.

Y Pérez Reverte pasa a imaginarse qué hubiera pasado en la España actual de haberse aprobado dicha ley, cosa harto improbable. “Cada autonomía, cada municipio y cada colegio aplicando la norma a su aire, unos sí, otros no, gobierno y oposición mentándose los muertos, policías ante los colegios, demagogia, mala fe, insultos a las niñas con velo, insultos a las niñas sin velo, manifestaciones de padres, de alumnos, de sindicatos y de oenegés lo mismo a favor que en contra, el Pepé clamando Santiago y cierra España, el Pesoe con ochenta y seis posturas distintas según el sitio y la hora del día, los obispos preguntando qué hay de lo mío, ministros, consejeros y presidentes autonómicos compitiendo en decir imbecilidades”.

Como Reverte, yo también quisiera ser francés algunos días. Y otras veces, italiano. Y otras sueco, japonés o panameño. Y sin que ningún comepatrias de derechas o de izquierdas me excomulgue o me grite despectivamente: “¡Pues, lárgate y déjanos en paz!”.

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