domingo, 29 de marzo de 2009

CON EL SEXO HEMOS TOPADO

 
La Iglesia será todo lo respetable que se quiera, pero en cuestión de sexo tiene menos credibilidad que un pederasta dando clase a un grupo de niños. Aunque no lo practican (eso dicen) lo de los curas de alto bonete ya roza lo esperpéntico. Parecen saber más de sexo que el mismísimo Casanova. Sus preocupaciones respecto a lo que los humanos hacen con sus partes pudendas (aunque no pertenezcan a su grey catoliquil) les lleva a tal preocupación que cualquiera pensaría que muchos de estos ministros de la ley “divina” tienen una líbido demasiado desarrollada, que intentan sublimar mediante la represión de la ajena.

Su reciente condena del uso del preservativo para evitar el SIDA en los países más pobres del orbe viene ya de antiguo pues es archiconocida su tesis doctoral sobre  que “el uso del preservativo implica una conducta sexual inmoral”. Ante esta tesis, el personal suele soltar unas risas, pero como el humor no es precisamente un don de estos caballeros, todavía no se han percatado del hazmerreír y cachondeo que suelen provocar en el prójimo con su pacata y absurda postura, por muy pretendidamente docta, moralista y seria que la proclamen. La curia vaticana venderá muchas motos, pero aquí ya no hablamos de venta sino de vulgar estafa.

Y es que no se enteran. Para ellos el sexo se reduce a que una pareja de casados eche un polvo -tapándose la nariz y en plan mire usted- cada tres años y que vengan los críos que Dios quiera. Críos que después los obispos y curas se encargarán de mantener económica, intelectual y moralmente, claro. La gente usa el preservativo (u otros sistemas de anticoncepción) porque responsablemente decide tener sólo los hijos que le apetece o que puede mantener. Si, ya sé que algunos lo hacen para no dejar preñada a la señora del vecino o a la chica que han conocido esa noche en la discoteca. También para no contraer alguna enfermedad de esas que sobrevuelan alrededor de la cama. Pero, en unos casos o en otros, no tomar estas medidas de prevención sería de una irresponsabilidad manifiesta, dados los malditos tiempos que corren. Para amplios sectores de la jerarquía todo se solucionaría con la “abstinencia y la fidelidad”. La gente opina, sin embargo, que el cuerpo lo tenemos para darle algunas alegrías mientras aguante, que la fidelidad no tiene porqué ser un muermo y que hay que trabajársela día a día empleando mente y cuerpo, que las cosas buenas no llegan y duran por arte de magia. La actitud de los jerifaltes eclesiásticos es de un atroz egoísmo porque quieren imponer por la fuerza a los demás lo que ellos mismos se han juramentado libremente para su persona: reducir la sexualidad a cero. Tienen una opinión tan limitada del sexo que lo reducen a una simple labor de reproducción de la especie. Así que tenga usted ahí abajo sus perendengues para usarlos un par de veces en la vida. Y ni una alegría más. Sólo las que bajen del cielo, que suelen ser poquísimas porque los dioses no destacan precisamente por su manga ancha. Nos quieren contentos, vaya.

Pues lo siento: me da tanto la risa con estas “chalauras” que la burla y el pitorreo me brotan a borbotones por entre las teclas. ¿Qué tiene que ver la religión y la moral con ponerse un globito en la punta de la berenjena? ¿Pero no quedamos en que lo importante es el respeto, la paz, la felicidad, la generosidad, el amor al otro u otra y tantas cosas de las que algunos tanto suelen predicar pero practican bien poco? ¿Qué alternativa tienen que ofrecer estos ignorantes de la sexualidad  a los millones de desgraciados de este perro mundo, que viven en la más absoluta de las miserias, que para comprarse un condón tendrían que quedarse sin comer y que lo único que tienen gratis son unos cuantos roces y meneos con otros seres tan desgraciaos como ellos? Ahí bebe el sida a manos llenas: en la imposibilidad de estas gentes para comprarse un globito de esos que denigran estos analfabetos del cuerpo.

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