jueves, 2 de abril de 2009

¿PARA CUÁNDO LA TRADUCCIÓN SIMULTÁNEA?

 
Se han inventado todo tipo de artilugios y cacharros para hacernos la vida más fácil. Y sin embargo, en unos tiempos en que los ciudadanos ven como se les somete cada vez más a la imposición lingüística, esto es, al aprendizaje de otros idiomas cuando el propio se habla y escribe horripilantemente mal, cualquiera en su sano juicio debería pensar qué es lo que ocurre para que todavía no esté en el mercado un aparatito que permita la traducción simultánea (aunque sea en plan chapurecillo) para así poder entendernos con los demás sin necesidad de estudiar otros idiomas, salvo que seamos masoquistas y nos guste el asuntillo.

Imagínese usted viajando a Londres sin tener ni idea de cómo se dice en inglés “Eh, tú, ¿dónde está la calle de la Gallina, antes llamada calle del Huevo?”. Lógicamente el nativo dirá para sus adentros: “Menudo analfabeto integral tengo delante. ¡Mira que no saber inglés!”.  Al final usted se quedará in albis (para los lectores criados en la ESO: expresión latinaja que significa “sin comprender nada”) y no encontrará la maldita calle. Ahora imagínese a ese hijo de la Gran Bretaña preguntándole un día de agosto en mitad de una calle de Marbella, en un perfecto inglés: “¿Me dice usted, por favor, por dónde vive Isabel Pantoja?”. ¿Qué contestaría usted al fulano? “No sé quién es esa señora…” o “¿Es que no sabe usted hablar español, catalán, vasco, gallego o bable? Con la de lenguas que tenemos en este país y viene usted a preguntarme en una de la que no sé ni papa…”.

Ya ve, un lío esto de los puñeteros idiomas, aunque  algunas gentes juegan con ventaja –no tienen que aprenderse otro- pues el suyo está en el número uno del hit parade parlanchín gracias a que lo apoya un poderoso ejército, una economía boyantísima o una industria cultural del copón.

Ahora imagínese otra vez las mismas escenas de Londres y Marbella. Regresa usted a la orilla del Támesis y, aunque sigue sin tener idea del maldito  inglés, lleva un aparatito en la mano, con micrófono y altavoz incluidos, que traduce en voz alta lo que se le dice. Usted parla “buenos días” en perfecto castellano, el aparatito –un moderno traductor de bolsillo- descifra sus palabrejas y las pasa al inglés, contestando a través del altavoz “good morning”. ¿Ha visto qué fácil? Usted habla en perfecto castellano, el ciudadano inglés escucha en su idioma y ahora viene lo bueno: cuando aquel tipo le contesta “good morning” el aparatito recoge el sonido y le devuelve a usted la traducción: “¡Buenos días, capullo!”.  O sea, están entendiéndose dos personas a través de un artilugio traductor y parlante. ¡No me diga que no sería una virguería semejante trasto! ¡Adiós a las preocupaciones por no saber el idioma del imperio! ¡Ahórrese cientos de euros destinados a aprender palabras y frases rarísimas en academias de medio pelo y mucha lengua! ¡Se acabaron miles de horas de trabajo repetitivo hasta aprender el vocabulario básico de un idioma que, en el fondo, nos importa un higo chumbo!

¿Tan difícil es conseguir técnicamente un aparatito que cumpla con lo descrito más arriba? ¿No se han inventado ya cacharros mucho más complejos y sofisticados, aunque menos útiles y más banales? ¿A qué demonios esperan los científicos, técnicos y empresas del mundo mundial para fabricar esos pequeños traductores que nos harían la vida más cómoda y feliz, amén de evitarnos congojas, horas de arduo trabajo lingüístico y otras coñas marineras? ¡Pues no, señor, a nadie se le ha ocurrido todavía fabricar tan utilísimo aparatejo! (Si hasta en la internet hay traductores elementales e instantáneos que permiten a uno enterarse  de qué va una página extranjerizada…).

¿Por qué andamos huérfanos de invento tan utilísimo para la humanidad? Está claro que porque hay altísimos intereses políticos, económicos e ideológicos para que eso ocurra. Dentro de poco será habitual tener un aparatito diminuto en el que podremos leer decenas de libros y hasta escucharlos en el idioma deseado, pero todavía está por venir el día en que hasta el más lego en idiomas pueda presumir de enterarse, más o menos, de lo que dicen esos extranjeros que hablan tan raro que no se les entiende nada…

Que me expliquen por qué todavía estamos en la edad de piedra de la traducción simultánea oral  a través de un bendito cachivache tecnológico. Que me lo expliquen, plis…

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