domingo, 14 de septiembre de 2008

LOS IRRESPONSABLES


Entre los rasgos esenciales del poder destacaría tres: nunca se equivoca y, por tanto, jamás reconoce sus errores; cuando vienen mal dadas la culpa es siempre de los demás (sus funcionarios y trabajadores, los ciudadanos, otros países…) y todo lo que hace es para bien de sus representados y clientes. Hablo de un poder político y económico más o menos democrático, que del facineroso o despótico ya nos basta con contar sus asesinados y encarcelados.

En estos momentos se dan en España varias situaciones que ilustran lo antedicho. En el tema de la actual crisis económica, el gobierno de turno, acompañado por los dirigentes empresariales y sindicales, la negó; cuando ya no tuvo más remedio que asumirla un poquito, le echó la culpa al petróleo y al imperio del mal yanqui; más tarde, viendo que la burbuja inmobiliaria era typical spanish la justificó sólo por la corrupción, la avaricia y la insolidaridad de los empresarios del sector y, finalmente, cuando es incapaz de arbitrar medidas correctoras eficaces (sólo paliativas para que el enfermo no la palme) afirma con desfachatez que las crisis vienen bien para depurar y sanear el organismo económico.  El personal de a pie (que también tiene sus propias responsabilidades según el papel social que desempeña) cada vez está más enfadado con esta estrategia tan poco ejemplar. Será porque el asunto toca al bolsillo. En otros ámbitos sigue sin enterarse.

Los errores judiciales que se producen a barullo en este país, algunos con consecuencias tan trágicas como el de la niña Mari Luz, se venden como achacables sólo a la incompetencia de los jueces y personal administrativo. ¿No tienen nada que ver con ellos las políticas absolutamente desnortadas y decimonónicas que se vienen aplicando y que colapsan, ralentizan, politizan y hasta destrozan el sentido común, que es sobre el que debe basarse toda justicia? ¿Cabe achacar sólo a la policía la inseguridad que hay en determinados lugares cuando es escasa, suelen faltarle medios –a veces hasta la gasolina del coche- y en bastantes ocasiones su actuación (jugándose incluso la vida) recibe como recompensa el que el delincuente, chorizo o terrorista, pillado in fraganti, regrese a la calle a los diez minutos?

¿La culpa de la desastrosa situación educativa del país, donde en algunos lugares ya no pueden estudiar ni en el idioma común, es sólo exclusiva responsabilidad de los profesores? ¿Dónde están las nulas labores de inspección, quiénes son los responsables de tantos vaivenes legislativos instalados en la más soberana estupidez, quiénes elaboran los planes de estudios, quiénes seleccionan al profesorado o quiénes son los lumbreras a los que se les ocurren  insensateces organizativas que los propios centros se tienen que saltar para poder trabajar con cierta eficacia?  Disfruten con el patético caso de la asignatura “Educación para la Ciudadanía”, iniciada con una ley chapucera  por un gobierno central sin apenas competencias educativas e interpretada arbitrariamente de forma dispar en cada autonomía y por cada tribunal.  

¿Y qué decir de la maltrecha sanidad, donde se exige que el médico reciba al paciente en unos escasos tres o cinco minutos, diagnóstico y recetas incluidas, como si los enfermos fuesen borregos? ¡Cómo no va a haber errores médicos en este tipo de sanidad estresante para los unos y los otros! ¿Y de esos errores no les corresponde una parte alícuota de culpa a los políticos y adláteres que no permiten más tiempo, que no dotan de más medios, que aplican políticas de diseño y control sanitario de auténtico chiste?

El poder es experto en quitarse de en medio cuando vienen mal dadas, como si las condiciones de trabajo, las normas y los medios, no los fijase él mismo. A veces obsesivamente. En otras ocasiones estúpidamente, porque otra de las cualidades esenciales de quienes tienen mando en plaza es que sólo ellos saben cómo hay que hacer correctamente las cosas. El resto de la tropa (la que después se llevará las bofetadas) es genéticamente idiota y sólo tiene tres obligaciones: no pensar, no criticar y sí obedecer.  Ocurre como en las guerras: si se ganan, las medallas y conmemoraciones se las llevan los que diseñaron las tácticas y estrategias en el campo de batalla; si se pierden, además de que los muertos siempre son los mismos, la culpa del fracaso será de la soldadesca que no supo cumplir fielmente las órdenes de sus inteligentes mandos y gobernantes.

Así son estos mercachifles de la política, la economía y, en general, del poder: unos irresponsables en toda regla que, encima, son los primeros en saltarse las normas que ellos mismos convierten en dogma. Irresponsables en los fracasos, claro, que es el estado habitual de la existencia ajena. Cuando llegan los escasos éxitos o algunos momentos de placidez, allí estarán estos hijos de Putin, para colgarse las medallas y, de paso, triplicarse  el sueldo o los beneficios.


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