lunes, 12 de septiembre de 2005

¡PERO QUÉ DIVER...!

Hay gente que para divertirse tiene que hacer las cosas más raras del mundo, o más obscenas, o más bárbaras. Muchas de ellas están castigadas penalmente y si les pillan, un tiempecito de cárcel o una buena multa les pone –aunque sea momentáneamente- a buen recaudo. Pero cuando no es gente individual o pequeños grupos si no pueblos enteros (con el beneplácito de las autoridades y la justificación de la tradición más tradicional), entonces la diversión no sólo no lleva castigo alguno si no que hasta tiene premios, palmadas en la espalda y otros signos de alta estima.


A lo largo del año, nada más que en España, más de 70.000 animales son utilizados en esas fiestas populares tan divertidas de nuestros pueblos. Utilizados como objeto de tortura y escarnio. La más reciente, esa de Tordesillas, donde tipos que se creen unos cachondos valientes, lancean al pobre toro hasta dejarlo para el arrastre. ¡Pero qué diver…! Corridas de toros ilegales, la vaquilla a la que se emborracha con aguardiente, peleas de carneros, toros embolados, de fuego o ensogados, el salto de la cabra, las peleas de gallos, la suelta de vaquillas, patos al agua... Una gran ristra de barbaridades cometidas a indefensos animales y todo para que los miembros más impresentables de la comunidad o del pueblo (se llame éste Tordesillas, Toro o Cipotillo de Arriba) se relaman de gusto, se corran de placer y prosigan –eso dicen los muy paletos- con la tradición que a veces se remonta a cinco siglos. Gente cobarde y violenta a la que, puestos a seguir la tradición, no se le ocurre comer a cuatro manos, vestir como lo hacían sus antepasados medievales o morir de la peste o la lepra, cosas tremendamente habituales y típicas hace 500 años.


Otras muchas fiestas son menos bárbaras pero aún más estúpidas. Batallas campales en el pueblo tirándose uvas, agua, vino, tomates o cualquier manjar que se les ocurre a los descerebrados de turno. Derroche obsceno de viandas y productos naturales que merecerían un destino mejor que estamparse contra las paredes del pueblo o en el careto de un tonto del haba que juega a divertirse con las cosas de comer. A veces hay suerte y, como ha sucedido este año en uno de esos pueblos, parte del personal coge una enfermedad o sufre molestias a consecuencia de tanto divertimento, lo cual es de justicia y hasta conveniente.


En otros lugares y lugarejos les da por armar un ruido ensordecedor (con lo bueno que es para la salud) tirando cohetes por un tubo, lanzándose petardos los unos a los otros o quemándose vivos. Gracietas de gente satisfecha a la que había que enviar a Irak, Afganistán o simplemente a los barrios residuales de las grandes ciudades para que paseen por ellos a las 3 de la madrugada, les suba así la adrenalina y tengan emociones fuertes, no haciendo el petardo con tanto petardo y tanta gaita.


Pero los festejos más festejados por todo este ganado de gente pueblerina que sólo sabe divertirse de manera tan borreguil y cipotera, son los famosos encierros. Te pones en el carril por el que van a pasar unos toritos bravos, echas a correr que te las pelas delante de ellos y ya está, machote, ya has demostrado que eres todo un hombre. Pero si por casualidad el tipo ese de los cuernos te da un mandoble y te hace un siete en el trasero, entonces mamá, pupa, y al hospital a que te curen que para eso trabajamos de sol a sol la inmensa mayoría, para que los médicos le pongan de nuevo el culo sanote al gilipuertas que concientemente lo ha puesto en grave riesgo porque con ello se divierte cantidubi. Mientras tanto, las famosas autoridades aplaudiendo desde la barrera y organizando todo el tinglado para que varios miles de tiñalpas corran felices delante de unos morlacos. Tiene perendengues la cosa, que en un día normal vayas al hospital con la vesícula en cortocircuito y te den cita para dentro de tres meses mientras que a un niñato de los que participan en el encierro, si el asta de un toro le roza un sobaco, tenga ambulancia en la puerta y un equipo médico dispuesto ipso facto -sin cita previa- a curarle sus males, excepto la idiotez, que esa no tiene cura en según qué casos. Estos, por ejemplo.


En fin, cada uno se divierte como puede y como sabe, aunque sea jodiendo a seres inocentes como los pobres animales. Pero que el coste de todo este insensato cachondeo salga de nuestros bolsillos, que reciba el beneplácito de los que gobiernan y que se justifique con el cuento chino de la antigüedad y las buenas costumbres, eso ya roza la patología más patológica, o sea, el psiquiátrico.

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