lunes, 20 de junio de 2005

LAS DOS ESPAÑAS (Y YO EN MEDIO)

Están locos estos hispanos. Yo es que alucino, vecino, con las cosas que pasan por el mundo de la vieja piel de toro, llamada España. Me echo a la cara los periódicos del fin de semana y es que de las bofetadas que me llevo, tengo que acudir rápido a urgencias. ¿No será que el loco soy yo?

En este país, de un tiempo acá (al menos desde hace tres mil años), una parte de su personal -cambiante según quien gobierne- tiene siempre ganas de jaleo y esas ganas se imponen sobre las de ponerse de acuerdo. Estoy hablando de algo tan conocido y manido como las dos Españas famosas, a las que ya pusiera música el bueno de Antonio Machado: “Españolito que vienes al mundo, te guarde Dios; una de las dos Españas ha de helarte el corazón”. Para mí que Antoñito se equivocó o tuvo problemas con la métrica pues lo habitual es que hubiera escrito que “las dos Españas te hielan el corazón”. Y es que hay bastante gente que no somos ni de la una ni de la otra (afortunamente, una importante pero durmiente mayoría), a la que nos está tocando bailar con la más fea, porque cada una de ellas tiene sus dirigentes, sus televisiones, sus discursitos, sus fanfarrias, sus enchufes y sus cositas, mientras que a los que estamos en medio (chafados y aplastados por ambos dinosaurios) no nos queda si no el exilio, la dormidera, la locura o acabar metiéndonos en uno de los dos ejércitos, hartos de llevarnos todas las tortas.

El sábado hubo en Madrid una marcha contra el “matrimonio gay”, que según los que la hicieron iba sólo contra lo primero (“matrimonio”) y según sus detractores iba sólo contra lo segundo (“gay”). Los unos defendiendo a la familia (a lo que ellos creen que es la familia) y los otros acusando a los primeros de carcas, trogloditas y otras lindezas. Para los organizadores de la protesta, la ley de matrimonio homosexual (de lo más “avanzada” del mundo mundial) se carga la familia tradicional. Para los detractores (la mayoría no son homosexuales), es penoso ver a tantas personas dispuestas a sostener la homofobia, la discriminación y la desigualdad. Una de dos: o no se enteran ambos grupos o los que no nos enteramos de nada somos los que no formamos parte de estas barricadas tan tópicas. Porque a cualquier tipo abstemio le parece razonable que si se llama matrimonio desde los tiempos de María Castaña a la unión de hombre y mujer para comer y folgar juntos, con la intención frecuente de traer retoños a este perro mundo, lo de la unión de personal del mismo sexo se debería llamar de otra manera, pues las palabras significan mucho y los diccionarios (que responden a la tradición, la cultura y la historia) están para algo. También parece de cajón que las uniones homosexuales sean equiparables a las uniones heteroxuales en todo aquello que sea posible, que es casi todo, sin limitaciones de derechos y deberes, salvo aquellos que la naturaleza todavía no es capaz de dar.

Pero aquí lo razonable es imposible: “El modelo elegido es absurdo porque dará lugar a unos bodrios de familia” (El Obispo de Mondoñedo, experto en bodrios familiares, él que no sabe ni lo que es folgar ni comer pizza y hamburguesas con la pareja). “El matrimonio homosexual es un timo; van a poner moneda falsa en circulación” (Otro obispo, el de Burgos, más falso que la falsa monea). Por el lado de la izquierda y los homosexuales (esos que presumen de Orgullo Gay, manda narices, como si en asuntos de sexo hubiera que presumir de gustos), la cosa va por calificar a los manifestantes familiares de antidemócratas, ultramontanos y otras gaitas. Los que ahora estamos quietos paraos sabíamos que estos aprendices de izquierdas han evolucionado mentalmente poco desde la época de Franco, esa en que los pobrecicos o estaban en pañales o de vacaciones, pero oyéndoles hablar con motivo de la manifestación pro-familia del sábado, uno ya se inquieta porque su fijación obsesiva con el franquismo y el nacionalcatolicismo empieza a necesitar de un buen psiquiatra. El millón de personas que se concentraron en Madrid (el gobierno dijo que eran unos 166.000, que Alá le conserve la vista y la desvergüenza) se peinan con gomina, van a misa todos los días y por las noches –antes de acostarse- le dan al cilicio, de creer a los típicos y tópicos de esta izquierda analfabeta, a la que ni el mucho viajar en los últimos tiempos le está aportando alguna capa ilustrada.

Están locos estos hispanos. Los unos porque defienden una familia que ya está más muerta que viva, y si no que se lo pregunten a tanto abuelo abandonado, a tanto niño al que sólo ven sus papis a la hora de dormir, a tanto matrimonio roto cuando la pareja convive 48 horas seguidas en época vacacional y a tan poca protección familiar desde los gobiernos (una miseria de paga por cada hijo, una pésima pensión para el jubilado, una riquísima hipoteca…). Los otros porque es a esta unión en vías de extinción por metástasis histórica a la que ahora se van a sumar los homosexuales. Tanto orgullo gay para caer tan bajo. Sólo les falta exigir un curita obrero que consagre su santo sacramento. Joder, dónde quedan aquellos tiempos de la familia extensa, de la crítica al matrimonio y la loa al amor libre. Tiempos volanderos que –como todas las utopías- al final cayeron en la cazuela de la historia.

Pues nada, hijitos míos, casaros los unos y los otros, formad una familia nuclear de pacotilla y que os vayan dando. A los unos y a las otras, a los unos y a los otros, a las unas y a las otras. Como dijo el sabio, aunque quinientos millones de personas digan o hagan una estupidez, sigue siendo una estupidez.

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