miércoles, 15 de junio de 2005

COMULGANDO

Ningún tiempo pasado fue mejor ni peor que el presente, si no todo lo contrario. En serio: oyendo hablar a muchos de los cantamañanas que viven de engañar al público (políticos, periodistas, psicólogos, famosetes y otras gentes de bien vivir), parecería que hablar de algo que ocurrió hace 30 o más años, implicaría reflejar una época de miserias, represiones, incultura y de asco. Claro, en España estaba el franquismo, pero en algunas partes del mundo se vivía tan ricamente. Incluso en la España de Pacorro, algunos lo pasaban divinamente, otros no se podían quejar y bastantes iban con la pena colgando del sobaco. En cualquier caso, menos de lo que ahora algunos presumen y cuentan.

Hago esta introducción a modo de premisa porque hoy me ha dao por echar la vista atrás, no con carácter melancólico, de revancha o crítico, si no puramente descriptivo. Soy de los que creen que la mordacidad y la crítica hay que aplicarlas especialmente al PRESENTE, que es donde vivimos y con el que tenemos que pelearnos diariamente. Aunque parezca una tontería, el ayer ya pasó y sólo está para conocerlo (o sea, para conocernos a nosotros mismos), evitar sus malas consecuencias y mejorarlo en las buenas. Los carroñeros del pasado y autosatisfechos del presente, no están viendo la misma película que este humilde Puñetas.

El mes de mayo fue el mes de las primeras comuniones. Desconozco el uso en otras tierras de España, pero por Andalucía todavía hay mucha gente que opta porque el enano o enana se vistan de tiros largos y cumplan con el rito de su puesta de largo ante el Altísimo. (No sé si se dice así, pero uno es que no lee una hoja parroquial desde los tiempos de María Castaña). Y no veas la de gente que es invitada al espectáculo. A veces acude más personal que a una boda. Y el dineral que cuesta el invento. Y el follón organizativo y propagandístico del acto. En medio del cual, más contento que un ocho, está el enano o la enana pidiendo por su boquita de piñón: quiero la Play, el Ordenador, la bici, la muñeca hinchable, el digital plus para ver los partidos, unas zapatillas Nike, 50 euros de paga a la semana, tardes libres, acostarme a las 12… y así hasta completar un amplísimo catálogo de regalos y deseos que convertirán al nuevo feligrés en un hijoputilla aún más convencido de que el que manda en casa es él. El rey o reina del hogar y de la familia nuclear moderna, habrá sentado definitivamente su imperio sobre los papis, tías, abuelos, vecinos y demás caterva de súbditos. Oye, y todos más contentos que unas pascuas, aunque el ceremonial transcurra en mayo y a menudo el sudor chorree sobre sus frentes satisfechas.

¡Qué diferencia con aquellas comuniones de antaño! Y ahí es cuando me voy al pasado más reciente, a los años 50 a 70, cuando los niños vestían de niños y las niñas de niñas, cuando la televisión todavía era un embrión en muchos hogares, cuando a menudo faltaba mala leche y sobraban creencias rijosas y falsas ilusiones. Hace poco vi una exposición sobre el particular, formada por fotos y objetos típicos de aquellas comuniones, tan alejadas en fastos y pastos de las actuales. Rosarios, reclinatorios, trajes de princesita, de marinero, recordatorios, guantes y velos. (Hoy el velo lo llevamos en el cerebro). Hasta contemplé limosneras, una pequeña bolsita hecha de la misma tela del traje que llevaban las niñas para que los familiares les dieran una propina. (Hoy llevan una chequera o la tarjeta de crédito. Cosas de la técnica).

Los niños iban a comulgar bien temprano. (Hoy día los niños "comulgan" todos los días durante tres o cuatro horas viendo la caja tonta). Sin desayunar porque para el acontecimiento religioso había que ir en ayunas. Luego, tras dejar atrás la iglesia, en compañía de los cuatro gatos que acompañaban al zagal o zagala (los padres, hermanos y algún invitado especial), venía lo mejor: el desayuno. Hummm, ese chocolate con churros y galletas que parecía comida celestial. En la casa, desmontado lo que fuera preciso, se llenaban las habitaciones de mesas para dar modestamente de desayunar a familiares, amigos y vecinos más allegados. Los más afortunados degustaban alguna bollería especial comprada en una pastelería de postín. (Hoy, el personal se va al restaurante junto a 200 personas como invitados. Y si hay que pedir un crédito, se pide, que pague mientras tanto el BBVA y después ya veremos).

Tras el desayuno y las manchas, los regalillos, muy diferenciados según el sexo del nuevo ángel: cajas de bombones, joyeros, colonias, pendientes y a partir de los 60, si había algo en la cuenta corriente, un reloj para presumir de estar en hora. Y los libros, plumas estilográficas, lápices Alpino, gemelos para las camisitas… Y tras las modestas alegrías, la ruta por las casas conocidas de otros amigos, familiares y vecinos para intentar arañar unos regalillos más en forma de caramelos, barras de palodú, algunas monedas y lamentablemente unos besuqueos a cambio que no gustaban pero que nada de nada.

-Jo, con lo fea que es la tita, mamá. Además, babea. ¡Y tiene bigote!

En eso, ya se ve, los niños no han cambiado. Siguen tan ordinarios y poco diplomáticos como siempre. Digo yo que será la edad….

0 comentarios: