miércoles, 23 de febrero de 2005

YO ES QUE ME MEO...

De verdad, no quiero ser ordinario, no quiero ser como Almodóvar o esa gente del cine español que ve muy mal que un niño diga en la pantalla “caracoles” en vez de soltar un taco, pero es que es pa mear y no parar de hacerlo hasta que no quede un gramo de líquido en el cuerpo.

La cosa va de jueces (o sea, de pocas luces). No pretendo generalizar porque el hacerlo es una injusticia, pero como parto del principio de que la justicia sólo existe en el reino de la fantasía y de las trolas y que los que se dedican a ese mundillo (abogadotes cachondos y juececillos seriotes) suelen representar una comedia bastante poco convincente, pues eso, pues vale, pues de acuerdo conmigo mismo.

Pero de vez en cuando, la seriedad de los jueces se va al garete y el cachondeo de los picapleitos brilla por su ausencia. Es entonces cuando leer los resultandos y considerandos de una sentencia entra de lleno en el mundo de la literatura humorística o cuando las tramitaciones o resultandos chocan de bruces con la más descacharrante bufonada. Más dejémonos de preámbulos justicieros y vayamos al grano mingitorio.

Meada 1. En un pueblo de cuyo nombre no puedo acordarme vivía un pobre cabrero que llevaba todos los días a sus cabras y corderillos a comer la hierba de los caminos. Hasta que un mal día unas cuantas ovejas del rebaño se comieron unos cuantos arbolillos de esos que llaman “protegidos” y que pertenecían a la finca de un señorito (que encima era abogado de tres al cuarto). Como los animalitos no han estudiado la ESO y ni siquiera la Primaria, no se dieron cuenta del carácter sumamente ecológico de aquellos arbolillos, tan poco protegidos de la voraz tropa que ni siquiera había en el cortijo del señorito abogado una valla protectora, una linde demarcatoria o un vulgar letrerillo diciendo en fina letra: “Ovejitas luceras, no me comáis, que Kioto es mi primo”. Total, que el abogado de los arbolillos protegidos denunció al cabrero u ovejero y un señor juez, de esos que entienden la justicia como arma arrojadiza hacia los pobres y desgraciaos, condenó al paria de las ovejas a la pena de cárcel, sin fianza, sin recurra usted y otras gaitas. Y desde entonces allí está en la trena el bueno del pastor, por culpa de sus iletradas ovejas –que ya empiezan a morirse de pena y de abandono-, pero sobre todo gracias a un señorito abogado y a un juez sin escrúpulos (pero eso sí, con muchas leyes) merecedores de una tonelada de cantazos del pueblo llano e inculto, sino fuera por eso mismo. Y los políticos mirando hacia otro lado, curiosamente donde se ve todo redondito el culo de la actriz de moda, que esa es realidad que nutre y distrae mucho.

Meada 2. Esta es menos sangrante pero todavía más hilarante. Resulta que por un pueblecito de Andalucía vive un patán que considera que es de juzgado de guardia que la profesora de música del colegio de Primaria le enseñe a su hija el himno de Andalucía, dada la proximidad del día de Ídem. El papuchi no quiere himnos de ningún tipo, dice que su familia lo pasó fatal en la guerra civil (hace ya una prehistoria de años) y que nanai de la nana, que a la nena no se le enseñan semejantes porquerías. Y va el patán y denuncia a la profesora ante el juzgado. Menos mal porque lo mismo le da un aire menos airoso y nos empitona a la profe con siete puñaladas. Hasta aquí, todo podría ser un bello y lindo chiste. Pero resulta que llega el mismo a la mesa de la juez del Juzgado número tal de cual de Granada capital y dice la buena señora, señorita o lo que sea que admite a trámite la denuncia, o sea, que se juzgará a la maestra por enseñar el himno andaluz. A estas horas, el capataz del Cortijo, mi amigo el socialista Manolo Chaves, todavía no ha jubilado a la presunta jueza (seguramente porque no es del Partido Popular).

Meada 3. Esta me la autogestiono mismamente dado que hoy estoy algo casquivano, trapisondista y dicharachero. Ha dicho el director del colegio al que pertenece la profesora que “el personal docente del centro se ríe por no llorar ante lo sucedido, que sirve como ejemplo de lo que tienen que aguantar hoy día los profesores”. Desde luego que no le falta un gramo de razón. Pero me parece a mí que pa aguantar, lo que aguantan esos jueces y juezas que se las han visto moradas con el caso del cabrero y de la profe de música. A los pobres y a las pobres les debió tocar el título en una tómbola y con casos tan peliagudos como los que les han correspondido en suerte, han tenido que empollar deprisa y corriendo para no hacer el ridículo más espantoso. Pero no lo han logrado, pobrecicos. Y por su culpa, yo es que me meo, ñores y ñoras, yo es que me meooooooooo!!!.

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