viernes, 25 de febrero de 2005

EL HUNDIMIENTO

Acabo de ver la película alemana del mismo título que narra las últimas semanas de Hitler y su círculo de confianza, atrincherados en un bunker en Berlín mientras el ejército ruso rodea la ciudad. Consciente de que ha llegado su San Martín, el cerdo decide suicidarse.

Había leído que los espectadores salen estremecidos de las salas. Lo hacen por la historia y por el impresionante papel de Bruno Ganz representando a Adolfito SS. Había leído también que según algunos la película “humaniza” demasiado al líder nazi, absolutamente indefendible. Algunos listos siguen sin enterarse de nada. Todavía hay gentecilla que piensa que los humanos son como los reflejan la mayoría de las películas: o muy bobos, o muy valientes, o muy malos o rematadamente bondadosos. ¿Pero en qué mundo vive esta pandilla de pazguatos?

El ser humano, tan poliédrico, tan esquizofrénico, tan poco de fiar, reúne en sí mismo todo lo bueno y malo. Y Hitler no fue la excepción. Amaba a su perro aunque él fuese un hijo de perra. Lo decisivo es que se hubiera quedado en agua de borrajas si no llega a ser porque trabajaron para él otros miles, qué digo, millones de hijos de puta. Unos lo hicieron directamente, otros indirectamente y una inmensa mayoría soltaron baba escuchándolo, aplaudiéndolo, justificándolo o votándolo. Sí, sí, votándolo, que aquí parece que los únicos responsables son siempre los primeros actores de la compañía, cuando en la función colabora hasta la señora de la limpieza. Y no digamos nada de tantos y tantos como miraron para otra parte, que no se enteraron de nada, que vivieron en su arcadia feliz mientras a su alrededor eran masacrados millones de judíos, miles de compatriotas críticos o rebeldes y miles y miles de gentes sencillas e inocentes. Y todo esto, sin salirnos de Alemania, que si lo hacemos entonces sólo nos queda el sonrojo y la vergüenza perpetua.

Viendo la película se da uno cuenta que está contemplando en la pantalla un trocito de la realidad cotidiana de ahora mismo. El líder político iluminado, obcecado en su delirio, desconectado absolutamente de la realidad, desconfiado de todos los que le rodean y a quienes -llegado el momento culminante del fracaso- considera unos traidores. La camarilla de pelotas, de fanáticos y de cobardes que le circundan, incapaces de contradecirle, de abrirle los ojos, de machacarlo y ganarse al menos la gloria de los buenos traidores. El poder tan nefasto de la ideología totalitaria basada en el concepto de nación, de raza, de exterminio de los enemigos, que anula cualquier atisbo de razón o de duda. Esas ratas que cuando el barco empieza a hundirse intentan salvarse a cualquier precio. La cobardía infinita de quienes son incapaces de afrontar la derrota (empezando por el gran dictador), refugiándose en el vil suicidio mientras siguen mandando soldados y gente inocente al matadero.

Me horroriza cualquier fenómeno de masas en que se juntan miles y miles de personas porque allí sólo veo una sola voz, un solo hombre, una sola orden. Abomino de tantísimo baboso que acude a lisonjear a esos prohombres que nos dirigen (sí, hasta en las mismísimas sociedades democráticas), en vez de darles consejos, hacerles preguntas, reclamarles buen juicio y sensatez. No hace falta caer en la barbarie más cruel de una guerra declarada ni encontrar a un político psicópata de primer nivel para caer en la cuenta que es más fácil de lo que parece el que se produzcan historias como las que cuenta la película “El Hundimiento”. No es necesario que mueran cincuenta millones de seres humanos. A veces basta con que lo hagan mil en treinta años, por poner un ejemplillo bien cercano.

Cuando te tiran tu casa por las obras del metro y los irresponsables políticos se dedican a echarse a la cara sus mutuas corrupciones. Cuando en un juzgado un juez grita a un abogado que defiende a una víctima del terrorismo que está harto de él y que no quiere irse a casa con dolor de cabeza. Cuando en un vulgar partido de fútbol una pandilla de varios miles de energúmenos insultan y vejan a un jugador por su color de piel. En fin, cuando pasan las cosas que pasan todos los días del año y todas las horas del día en tu país, en el país vecino o en medio mundo, compruebas que estamos hundidos hasta las cejas. Que la barbarie avanza por mucho que las fuerzas de la razón y de la sensatez pretendan creerse que todo es una exageración de los pesimistas de siempre. Cuando de tu propio partido te quieren echar por denunciar contactos del mismo con los euskonazis. Cuando….

Yo es que veo la prensa de hoy mismo y no veas la de hitleradas que me encuentro. Afortunadamente cada una por su lado y en versión metafórica. Pero un día cualquiera el viento empieza a unir unas con otras y verás entonces a donde demonios vamos a parar.

(Jolín, el otro día tan dicharachero y hoy, tras ver la peli, tan cenizo).

1 comentarios:

Anónimo dijo...

exelente pelicula