viernes, 8 de octubre de 2004

Y EL JUEZ MANDÓ MORIR

Leo que “La justicia británica autoriza a los médicos a dejar morir a un bebé en contra del criterio de sus padres. Los médicos consideran que no sobrevivirá y el juez se ha mostrado partidario de que no se la someta a un tratamiento agresivo. Los padres, que confiaban en un milagro, no apelarán el fallo”.

La niña, nacida tres meses prematura, tiene 11 meses y está gravemente enferma. Los médicos la han desahuciado pues necesita un constante suministro de oxígeno y sufre problemas cardíacos, pulmonares y de otros órganos vitales. No puede respirar ni alimentarse normalmente. Aunque la niña ha dejado de respirar en varias ocasiones, siempre ha sido reanimada, hasta que los médicos han dicho que lo mejor es dejarla morir y que no sufra más. Como los padres no opinaban lo mismo, el tema pasó a la justicia pues la ley británica es ambigua en estos casos ya que da a la familia la última palabra pero permite también al médico no aplicar un tratamiento con el que no está de acuerdo.

El debate moral que plantea la decisión es muy importante pues aquí no nos encontramos con el caso más frecuente (como el de Ramón Sampedro, recogido por la película recién estrenada “Mar adentro” de Alejandro Amenábar) en que la persona, adulta, decide morir para no seguir sufriendo, sino que unos padres creen que su hija, menor de edad, debe seguir viviendo, mantenidos por una esperanza quizá ilusa pero comprensible desde un punto de vista humano. Cuando el interesado prefiere la muerte a la vida fósil y dolorosa, se puede comprender la elección, pero cuando quienes tienen la potestad de decidir desean que la dramática vida de su hija siga el tiempo que sea menester, el qué hacer no está nada claro ¿Es la obligación de los médicos seguir manteniendo con vida a la pequeña, aunque el deterioro de ésta sea cada vez mayor? (Un dilema que se plantea especialmente a consecuencia de los avances que se dan en la medicina moderna y sus contradicciones: la capacidad de prolongar la vida de un enfermo, incluso de un bebé prematuro, pero al mismo tiempo, la incapacidad de remediar la enfermedad que le tiene postrado). ¿Tiene preferencia en la cuestión la opinión de un juez a la de los propios padres?

Muchos han señalado que no ha sido la moral lo que ha presidido la deliberación del juez, si no el discernimiento entre qué era lo más conveniente para el bebé: vivir en el sufrimiento o acoger la muerte de manera natural y acabar así con el dolor de una vida atormentada. Yo no lo tengo nada claro. Porque el quid de la cuestión es que los padres querían que la niña siguiera con vida. ¿Y puede un extraño, por muy señor juez que sea, el tomar la decisión en contra de los padres de la criatura? ¿No es un riesgo dejar la última palabra en manos de un juez, un indocumentado como otro cualquiera, cuando hablamos de moral, de ética, de vida o muerte?
Parece ser que los padres no van a recurrir el fallo del juez, quien hasta ahora nunca había tenido que decidir sobre lo que muchos verán como la elección entre la vida y la muerte de un ser humano. Y esto es lo grave, lo peligroso o lo inmoral. Habrá quien tenga muy clara la cuestión. Para otros, entre los que me encuentro, hay decisiones en las que la justicia nunca debería intervenir. Porque los médicos podrán pecar de realistas y los padres de utópicos, pero el rol del juez no lo veo por ninguna parte, salvo el de meterse en camisa de once varas. Podía simplemente haberse inhibido. Desconfío enormemente de los que nunca tienen duda de nada y de quienes, amparados en sus inanes conocimientos, se creen los reyes de la creación. Cuando las cosas no están claras mejor que el tiempo y el azar sigan su curso y aclaren el panorama. Ya tenemos bastante con los dioses a los que adoran tantos iluminados en mezquitas e iglesias como para que encima añadamos dioses de carne y hueso, vestidos con togas o batas blancas. Eso sí, siempre actuando por el bien de los demás. Aunque sea enviándolos al otro barrio. ¡Encantadora tanta caridad!

2 comentarios:

Anónimo dijo...

Ir en contra de la opinión de los padres en el tema que citas, por muy juez y médico que se sea, me parece bastante grave. Ya bastante poder tienen los médicos y los jueces sobre nuestras vidas como para encima reirles las gracias cuando se trata de decidir sobre la muerte de un hijo. Quizás los padres no sean razonables, pero prefiero su irracionalidad a la de -como tú dices- los de la toga y la bata blanca.

Anónimo dijo...

¿No es también en Inglaterra donde pretendían no atender a los pacientes o dejarlos en la cola en el caso de que fuesen fumadores u obesos? Me parece a mí que algunos se equivocan de profesión y en vez de jueces, médicos o políticos, lo suyo sería trabajar en un matadero.