lunes, 9 de mayo de 2005

LA MOVIDA HACIA LA NADA

Cada vez hay más cafre por el mundo. Y cada vez más joven. No es sólo que los adultos les estemos dando mal ejemplo. Tampoco que los centros de enseñanza estén de adorno cara a su educación y civismo. Es que muchos ya vienen al mundo medio cafres (en el seno materno uno se entera algo del mundanal ruido que hay afuera) y con cuatro películas, una pandilla, unos padres missing y un poquito de por favor ya tenemos al niñito convertido en niñato.

Los ves a todas horas. Y cada vez son más. Muchos van motorizados y a toda pastilla. Algunos con coches que ni tú mismo podrías compras tras varios años de privarte de casi todo. Armando ruido para que los demás veamos que ellos están ahí. Olvidándose de que hay peatones, gente que gusta de echar los papeles a la papelera que ellos odian y que abaten con una patada caballar.

Sólo en Málaga capital, la policía sofoca una media de tres peleas juveniles cada fin de semana. El año pasado se registraron más de medio millar de reyertas. Las pandillas crean sus cotos privados en determinadas calles o plazas. Algunos toman la violencia por bandera. Dejan su rastro en forma de pintadas por todas las paredes. Cuando la desconcienzación alcanza un grado superior se asocian a un movimiento nazi o de otra calaña. Son los que se mueven hacia ninguna parte porque su futuro es la nada, son unos don nadie y tienen como pasado un currículum vacío y plano.

Jamás han tenido nuestros jóvenes los medios educativos, materiales y de diversión que hoy tienen. Los hay que valen un potosí, gracias a los cuales muchos viejecitos tendremos en el mañana un futuro garantizado en el ámbito de la sanidad, la economía y la tranquilidad. Pero hay una enorme camada de jamelgos que –cuando sean adultos- harán pasar las de Caín a más de una familia, a muchos inocentes, a bastantes colectivos. Entonces (hoy mismo, incluso) ya será demasiado tarde, pero nadie se hará responsable del desaguisado. Ni ellos, ni sus progenitores, ni los responsables educativos y políticos, ni dios ni destilerías la alcoholemia.

Muchos fines de semana, en las grandes ciudades, la presencia policial evita reyertas entre bandas de jóvenes que se citan para darse caña, los muy gilipollas. En vez de tomar el aire fresco de la noche, charlar amigablemente, divertirse sana y deportivamente, su único anhelo vital es pegarles una paliza a unos tíos a los que no conocen y que forman otra pandilla de majaras tan imbéciles como ellos. Salen a la calle con porras, navajas, bolas de hierro y otras guarrerías. Alguno hasta con pistola. Y, como decía anteriormente, los que se dedican a hurgar aún más en su propia basura, se meten en tinglados nazis, de odio al extranjero, de militancia del KKK o cualquier estupidez propia de la intolerancia supina que adorna sus cornamentas. Con la fortaleza que da la condescendencia social, política y judicial que les rodea. Pese a lo educativo y barato que sería meter a estos burros de dos patas en un autobús o avión y llevárselos de turismo a visitar alguno de los campos de concentración nazi para que aprendan un poco de historia. O teledirigirlos al África tropical para que comprueben con sus ojitos de cenutrios las condiciones de vida de muchos emigrantes que nos visitan. O introducirlos en un cohete y enviarlos al espacio para que desde las alturas vislumbren la armonía y belleza de nuestro planeta, a ver si por arte de birlibirloque les crece de repente una neurona dotada con cierta sensibilidad, sabiduría o humanidad.

Muchos de estos cagamandurrias se meten también en el fútbol o en el mundillo de la música. No saben hacer la o con un canuto pero dibujan la esvástica que es un primor. Se creen que la naturaleza nos ha dado a los humanos la cabeza para aporreárnosla. Los más sofisticados (o sea, los más idiotas) hasta llevan la cámara de fotos a la movida para registrar de cara a la posteridad sus hazañas e intercambiarlas por correo electrónico con otros tipos de su misma pringosidad. Eso sí, tras acabar con una herida de varios quilates en la barriga, serán los primeros que suplicarán y gimotearán gallináceamente que los lleven a urgencias para que un matasanos les salve la vida o les ponga guapos de nuevo. Y vuelta a empezar porque, pese a estos remiendos, lo suyo no tiene cura. Salvo que, una bendita noche, otros desgraciaos como ellos los facturen al camposanto con las dos piernas por delante y sin billete de vuelta. Hasta nunca, capullos.

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