miércoles, 25 de mayo de 2005

LA MODA, ESA TONTERÍA

Llevo bastante mal esa tontería de la moda. No me refiero a la moda en las ideas: ahora toca pensar esto, la próxima temporada primavera-verano se hablará de lo otro, ese tema está ya pasado de moda… Y es que las mentes se uniformizan con las estaciones del año y con la misma desenvoltura con que lo hacen los pies, la pelambrera o nuestro cuerpo serrano. Más hoy no tengo ganas de meterme en las honduras de las ideas si no de quedarme a flor de piel: en la vestimenta.

Hace unos días leía que está de moda (y más que va a estar) el llevar calzado de esparto. Sí, ese matorral e hierbajo autóctono, sencillo, modesto, áspero y popular, que hasta hace no muchos años ha llevado tantísima gente en el calzado, los aperos de trabajo para el campo o algunos artilugios de la casa, por no poder permitirse la compra de objetos más sofisticados y caros. Trabajar el esparto es difícil y artesanal pues la planta es dura y trabajosa de manejar. Con él se hacen las típicas esteras, esa especie de alfombras rudimentarias y pobretonas que tienen la ventaja de que en los meses de calor son mucho más fresquitas.

Los objetos de esparto siempre los utilizaron las gentes del campo, la pobre gente, las clases más populares. Hoy día casi nadie los tiene ni compra, salvo para recuerdo. De la china chinesca proceden infinidad de productos similares, más elegantes y baratos que los confeccionados con esparto. Con la diferencia de que algo hecho de esparto te puede durar más que tu propia vida y las chorradas made in china o cochinchina, duran menos que el coito de una pareja típica española (diez minutos y va que chuta, según cuentan esos chismosos de las estadísticas).

La moda, esa alcahueta que pretende reglar la intimidad y externidad de todos nosotros, tiene ahora el capricho de hacernos llevar esparto en los pies, transformando la clásica alpargata espartaquera (que costaría 3 euros) en un sofisticado zapatito diseñado al rico esparto españolí (que costaría un mínimo de 50 euros). Los sagaces chicos y chicas que pretenden decirnos cada varios meses cómo hemos de vestir, qué calzado debemos llevar y qué potingues tenemos que aplicarnos para no ir hechos unos fachas (o sea, unos antiguos), han encontrado ahora un filón con el modesto y pobretón esparto. Ya en el invierno han vendido un potosí de ejemplares y para los meses que se avecinan inundarán el mercado de todo tipo de calzado veraniego confeccionado con dicha materia prima y un poco de tela coloreada para darle al tradicional y cutre esparto un tono verbenero y zascandil.

Así que, todos a llevar esparto entre las pezuñas. ¡Lo dicta la moda y sus santones! Ya se sabe que cualquier cosa que se les ocurra a estos tiparracos va a misa. (A la misa del mercado, quiero decir). Y si llegas a la zapatería y quieres unas alpargatas de tela o piel de vaca o de hormigón, la dependienta te mirará de arriba abajo, mascullará “este tío es raro o imbécil” y tú no tendrás más remedio que pasar por el aro de la nueva alpargata o inventarte una trola: verá, señorita, es que soy alérgico al esparto, por parte de abuela. Y aunque me gusta ir horroroso, o sea, a la moda, antes es la salud que la estética, ¿no cree, princesa? Quizás tengas suerte entonces y la gachí agache la cabecita, te mire con ojos degollados y diga para sus adentros bien apetitosos: pues este tío no es tan tonto como parecía, si hasta me ha llamado princesa…y así logres llevarte esas sandalias de toda la vida.

Ya veo al personal (menos a los cuatro gatos que no tenemos cura ni monja) pasar por el aro del nuevo invento modil. Hasta que dentro de unos meses, cuando ya no quede esparto ni en el más recóndito lugarejo de Albacete o Teruel, los mercachifles correspondientes se saquen otro nuevo tinglado para poder seguir sacando a la gente lo que verdaderamente les importa: la pasta gansa, sean dólares o euros. Hasta hace cuatro días estaban de moda en las mujeres esos zapatos acabados en alargadiiiiiiiiísima punta, más feos y horribles que un sapo vestido de torero, incomodísimos y caros, pero que miles y miles de féminas han llevado bajo los pies para no salirse del carril marcado por los druidas de lo “moderno”, aunque la cosa les costase veinte llagas y quinientos tropezones. Pasado mañana, los horribles zapatitos irán (si ya no han ido) a la basura para dejar sitio en el armario y en los pies al nuevo sacamantecas.

Lo malo es que al final, lo quieras o no, tienes que ir con la marcha de los tiempos, ponerte lo que te quieren vender y evitar ir por la calle siendo el hazmerreír del prójimo. Porque esa es otra: no llamarás la atención con diez piercings en la oreja (está de moda taladrarse la piel), pero serás la rechifla de todo el barrio si se te ocurre llevar los pantalones de pana que usaba tu abuelo y que todavía están tan relucientes como el primer día que los fabricaron allá por la mitad del siglo XX. Asco de moda, tú.

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