lunes, 16 de mayo de 2005

DE MOVIDA, SONADOS Y CURRANTES

Confieso que soy un tipo la mar de raro. Qué digo raro. De museo arqueológico. Pariente de Tutankhamon y Amenofis. Primo de Cleopatra y el oso Yogui. No me gusta el alcohol y de tomarlo, sólo en dos dedos de vino tinto de calidad en mitad de la comida del mediodía. No fumo salvo los humos y la porquería que dejan en el medio ambiente los coches y demás trastos de contaminar. La tele sólo la veo cuando paso por el salón (cosas de la familia) y le doy un sonoro corte de mangas antes de seguir camino de mi chiringuito particular donde me evado del mundanal ruido. Votar políticamente a alguien que me represente sólo lo he hecho una vez en mi vida por la sencilla razón de que no encuentro a alguien de confianza que sea capaz de representarme. Cuando quiero comprar cualquier cachirulo, aunque sea un ruidoso exprimidor naranjil, doy más vueltas que una peonza hasta decidirme por algún modelo y alguna tienda. Así que soy en el buen sentido de la palabra….raro.

No quiero decir con esto que sea un tipo asocial. ¡Qué va! Tengo mis ahorrillos en el banco para que poquito a poco el Botín o uno de sus primos se los vaya puliendo y me deje en la más absoluta de las miserias. Con las empresas de telecomunicaciones mantengo unas relaciones de lo más cordiales: prefiero el lenguaje comunicativo del tam-tam o de las volutas de humo a un sistema internetero y telefónico que me sale por un ojo de la cara a precios de angulas podridas. Trago porque vivo en sociedad. No doy un duro a los pringaos del fútbol, deporte rey y opiáceo, aunque a cambio soy capaz de hablar de Ronaldo (de sus goles y grasas) o de Ronaldiho (de sus piruetas y dentadura) durante diez días seguidos, con la hora del bocadillo como elemento disuasorio.

Un tipo tan raro que encima es andaluz y no cuenta chistes en bodas y entierros, ni presume de ciudad ni de salero; un señorito que se divierte con el ojo de una aguja siempre que venga acompañado de un poquito de creatividad y un muchito de inutilidad social. En fin, un pobre hombre más cercano a las características técnicas de un marciano, que mira con pestañas atónitas a tanto cuadrúpedo como le rodea. Esa gente sencilla y normal a la que parece que le toca la lotería y el gordo de Navidad todos los días.

Y ahora pasemos de la autobiografía pseudoinventada a la realidad más absurda que pueda imaginarse. Leo los resultados de una encuesta realizada en Málaga a los jóvenes que salen de movida en la ciudad. Leo otras encuestas similares por otros andurriales semejantes de la geografía hispánica, y los resultados vienen a coincidir. ¡Pleno a la estupidez!

El 91,1 % de los jóvenes que salen por la noche consumen alcohol. Lo habitual es tomar entre 2 y 5 copas por salida. La celebración alcohólica tiene lugar habitualmente los fines de semana. Son frecuentes las intoxicaciones etílicas, heridas y cortes. Casi un tercio confiesa que consume cannabis. Sus consumidores creen que la tragadera tanto de alcohol como de cannabis no es perjudicial. (Vamos, que podría asimilarse a la ingesta de un kilo de fruta). También suele consumirse cocaína, tranquilizantes y el consabido tabaco, regulador de la euforia y controlador de los triglicéridos y el colesterol, como todo el mundo sabe. Los más modernos han probado también las drogas sintéticas, entre las que sólo les faltan por catar el best-seller de “El código Da Vinci”. Los horarios de juergueteo comienzan a la medianoche, hora en que los trabajadores están echando el polvete del fin de semana, y el regreso a casa ocurre sobre las cuatro o cinco de la mañana, hora en que los currantes habituales están intentando dormir si esos hijoputillas del botellón callejero se lo permiten con sus gritos y alaridos. Eso sí, la diversión sale baratita. Hacerse fosfatina el hígado y subir las transaminasas sólo cuesta unos doce euros per cápita, una minucia comparada con lo que vale un peine.

¿Dónde está la rareza? ¿En este marciano bitacorero, de tan sobrias y rarillas costumbres, o en estos berreicos mozalbetes y mozalbetas que se chupan la vida cada fin de semana como si el lunes nunca fuese a llegar? ¿Quién está más loco o es más cebollino? ¿El obrerete que se llena el gaznate de un vino peleón comiéndose un pollo asado a las diez de la noche del sábado sabadete, harto de trabajar de 7 a 7 de lunes a viernes, y con ganas de echarle un rascayú a la parienta (otra que tal) o estos centenares o miles de ganapanes y gañanes que no bailan nada más que cuando y donde pueden dar más por saco al respetable: en la calle y en el fin de semana reparador de la fuerza de trabajo ajena?

¿O a lo mejor lo que pasa es que yo, el rarito, los beibis de la movida alcohólica y vocinglera y el currante del tintorro –cada uno en su estilo- estamos más sonaos que el badajo de una campana catedralicia? Se admiten apuestas en estos tiempos zapateriles y zarrapastrosos.

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