miércoles, 11 de mayo de 2005

EL DEBATE DE LA ESQUIZOFRENIA

He tenido la santa paciencia y el benéfico masoquismo de escuchar al señor Zapatero, presidente de Spain, y al señor Rajoy, gran jefe de la oposición mayoritaria, en la divina tomadura de pelo que se celebra todos los años sobre el Estado de la nación. Es casi lo único que escucho anualmente de esa cámara de las lamentaciones y del autobombo en que ha derivado el Parlamento español tras veintitantos añitos de duro peregrinar, normalmente al margen del pueblo que lo sustenta.

El señor del gobierno (con su partido detrás) se dedica durante unas cuantas horas a besarse por todo el cuerpo, dándose jabón y vaselina. El gobierno lo hace estupendamente, el anterior era un desastre, somos la biblia en pasta, el país va fenomenal, hace sol, el futuro es espléndido y no hacemos mejor las cosas porque siempre están estos gafes de la oposición poniéndonos la zancadilla.

El señor que lidera a la oposición mayoritaria también se emplea a fondo un buen rato en poner a parir al gobierno, acusándolo de todos los males del país (a diferencia de cuando gobernábamos nosotros, que lo hacíamos de maravilla). Esto es un caos, nos lleva al desastre, aquí no hay quien viva y , además, siempre está lloviendo.

Bastaría unos minutos de cada primer discursito de estos caballeros (hasta ahora nunca ha habido caballeras), para apagar el televisor o la radio, mandarlos a hacer puñetas (ellos hace tiempo que hicieron lo mismo con nosotros) e irse a tomar unas cañas al garito de la esquina. Pero el espectáculo es tan deprimente, tan repetitivo, tan poco original y tan patético, que uno se queda enganchado con la oreja y los ojos esperando que de un momento a otro alguien del público (porque el anfiteatro de fans y corifeos también aporta su granito de arena de irracionalidad) saque la claqueta y diga "¡toma 324!" o algún degenerado gritón se enzarce a mamporros con su vecino de la fila de abajo, confundiendo la comedia con el drama. Afortunadamente nunca pasa nada, aunque se tema. Es el éxito del pseudo debate y el que logra que uno siga enganchado al espectáculo ya conocido de todos los años hasta que –tras los dos grandes actores- empieza el desfile de los personajes secundarios y terciarios que –autistas- empiezan a hablar cada uno sólo del cortijillo en el que cortan el bacalao.

Como soy un marciano, asisto embobado a la función. El presidente Zapatero es un lobo disfrazado con piel de cordero y el señorito Rajoy un cordero disfrazado de lobo. El primero es una vulgar copia de Felipe González, pero en soso. El segundo, una burda imitación de la señorita Rotenmayer, la que maltrataba a la pobre Heidi, esa cría inocentona que resulta luego que se acostaba con el abuelo y explotaba laboralmente a Pedro, su compa. Como ambos llevan en el cuerpo una porrada de trienios en el Parlamento, conocen las flaquezas y debilidades del otro a la perfección y en casi todo lo que se acusan tienen razón. Eres un pésimo profetilla de calamidades, le regaña el Pepe Luí. Pues tú eres sólo un cantamañanas engañabobos, le contesta el otro. España se va a la mierda, añade a continuación el dirigente popular. Y la tuya está en el siglo XIX, le replica el presidente sonrisas. Y cada afirmación de uno y otro es refrendada por aplausos al jefe y abucheos al contrario. Así es la cosa, salvo para Marín, el presidente del Congreso, que el hombre ya hace bastante intentando aplacar las dentelladas de los padres de la patria.

Uno ve que el personal que se sienta en las poltronas del hemiciclo aplaude a rabiar a quien les da de comer o le saca el pañuelo (con mocos incluidos) al rival. Actúan como si fuesen hinchas y estuviesen en el Santiago Bernabeu o el Nou Camp. -¡Dale caña, Pepe!, grita uno. -¡Patéale en los higadillos!, aclara el otro. En lo único que se ponen todos de acuerdo es a fin de mes cuando pasan a recoger el sueldo tan lustrosa y trabajosamente ganado. ¡Somos los representantes del pueblo, merluzo! ¡Un poco de respeto y seriedad con nuestras ilustrísimas personas! –proclaman enfadados cuando alguien hace lo mismo que ellos: crítica, vituperio y leña al mono. Pues mire usted, esto es una democracia para lo bueno y para lo malo, a usted lo eligen en una tómbola electoral bastante tramposa y a veces hace las cosas bien o mete la patita, que siempre va a parar a mi trasero, ¿sabe usted?. Pero que los padrecitos de la patria viven demasiado alejados de la realidad, que no conectan con la calle (excepto con los paniaguados y pesebristas), que son nulamente autocríticos y responsables de sus actos, que tienen pocas ideas y las pocas que tienen las incumplen, que hoy dicen blanco y luego negro y –en fin- que son poco de fiar, pues también. Que ese pueblo al que tanto alaban cuando les interesa será lo que sea, pero de idiota tiene poco. Aunque sólo ejerza de listo en contadas ocasiones. Que esa es otra.

0 comentarios: