lunes, 25 de abril de 2005

EL MUERTO AL HOYO Y EL ASESINO AL BOLLO

El miércoles 13 de abril la policía detenía en Elche a un cabestro humano que respondía al nombre de José María, como presunto autor del asesinato a martillazos de su mujer y de sus dos hijos, una niña de siete años y un bebé de dos. Al parecer el tipo cometió su tropelía asesina a primera hora de la mañana, cuando llegó a casa después de cumplir con su turno de trabajo de noche. El agresor, el muy cobardica, huyó de su casa y estuvo desaparecido unas horas hasta que la poli lo calzó en una zapatería donde había entrado descalzo a comprarse unos zapatos. El tipo olía a alcohol más que un mechero y era un consumidor habitual de estupefacientes. Una joya, vamos. Cuando varios días después la juez de Elche decidió heroicamente meterlo en prisión (en contra de lo habitual, que es mandar a los cabestros a casa para que sigan fastidiando al personal, mayormente sus mujeres e hijos), algunos reclusos intentaron lincharlo, lo que impidieron dos funcionarios del penal, según cuentan las crónicas carcelarias.

Hay un refrán español que considero uno de los más sabios y acertados: "El muerto al hoyo y el vivo al bollo". La sentencia viene de perilla al caso que comento. Las dos criaturas y la madre ya están criando malvas, olvidadas por todo el mundo salvo algunos familiares honestos, mientras que el matarife (que asegura que mató a su familia para ahorrarles penalidades) anda viviendo a cuerpo de rey en la prisión de Fontcalent en Alicante. Quedan muy lejos -por fortuna- aquellos tiempos en que a los detenidos se les practicaba la justicia popular más rápida en forma de horca, guillotina o pedradas, sin elementos probatorios de su culpabilidad o sin permitirles la defensa. (Hablo de nuestras sociedades occidentales, claro, porque por tierras africanas y asiáticas todavía se sigue practicando el ojo por ojo y la justicia más sangrienta y bárbara, con el visto bueno de la inmensa mayoría social). Por nuestros andurriales hispánicos andamos ahora por la otra orilla. Esa en que el reo tiene a menudo más garantías y derechos que el común de los inocentes ciudadanos. Y ahí voy.

A este tipejo, que tan mal uso supo hacer del martillo, tras machacar la cabeza de su mujer y de sus dos pequeñuelos, lo tienen ahora en la cárcel como nunca estuvo en su puñetera vida. Incluso hay muchas personas libres que seguro que le tienen sana envidia. El cabestro tiene a dos ángeles de la guarda custodiándole día y noche para que no se suicide. Le controlan la salud con reconocimiento médico todos los días, mientras que usted –que nunca ha matado una mosca y que paga un potosí de impuestos- tiene que esperar varios meses para que le reciba el médico especialista. También le han puesto un preso de confianza y un tratamiento psicológico las 24 horas para darle “apoyo y ánimos”, mientras que si usted quiere un psicólogo para la depre tendrá que rascarse el bolsillo. Por supuesto, el animalito come todos los días (y lo mejor, no tiene que ir al Carrefour a comprar nada, ni hacerse la comida, ni lavar ni planchar), no paga la luz ni el agua que consume y si se le ocurre toser tiene encima –en menos de diez segundos- a toda una cohorte de pringaos que cuidan y se esmeran por su salud y mísera vida. Mientras que usted, pollo sin plumas, que se las da de hombre libre, no encuentra un alma caritativa que le alegre las pajarillas como no sea a precio de caviar.

Una vidorra, privada -eso sí- de libertad, pero que visto como anda el mundo por ahí fuera (incluidos los 20 metros cuadrados de chabola) y el valor práctico que se concede por parte de muchos a tan bella palabra, tampoco es como para morirse de asco. Ni antes estaba bien el masoquismo y la barbarie practicados a los presos ni ahora parece que todo deba ser tan estupendo y facilón. Sobre todo cuando, fuera de la prisión, millones de personas sin más mancha que la honradez y una jornada de 12 horas, siguen pasando bastante frío a la intemperie. Por no hablar de los fiambres que vos hicisteis a golpe de pistola, bomba, machete o martillo y de los que ya nadie se acuerda. Y es que los muertos no dan de comer, mientras que los vivos –esos que pagan su condena haciendo turismo en la cárcel- no veas la de bocas que alimentan: penalistas, abogados, jueces, carceleros, psicólogos, policías, cocineros, profesores, repartidores... Descaradamente lo que interesa a mucho personal es la salud del asesino y no la palidez de sus asesinados: el primero da trabajo y pan a una patulea de gente mientras que los muertos, en cuatro días, no darán bocado ni a los gusanos. ¡Puro materialismo histórico! –que diría Groucho, el Marx. ¡Pura demagogia barata! –que dice mi otro yo.

1 comentarios:

Anónimo dijo...

Real como la vida misma. Lo has 'retrao', Puñetas.