viernes, 14 de enero de 2005

LA LECHE DE IBARRECHE

Tiene bemoles que desde hace la tira de años estemos hora si, hora también, con la misma mosca cojonera: el País Vasco, las Vascongadas, Euzkadi o como demonios quieran llamar a un territorio situado en la península ibérica y en el Estado español, que tiene escasamente 7.234 km2 (el 1,43 % de todo el territorio español) y que posee unos 2 millones de habitantes (el 4,5 % aproximadamente del total de la población española). Nunca tan pocos dieron tanto por saco, hablando mal pero con sinceridad total. Mejor dicho: si de esa población consideramos sólo a aquella que está en edad de votar y de ella descontamos a los que votan a los partidos constitucionalistas, o sea, a los que no les asquea considerarse españoles además de vascos, y a aquellos que pasan de todo o que no tienen opinión, resulta que sólo el 30 % de la población (o sea, cuatro gatos) está por la labor de la independencia.

Bueno, pues con estos mimbres tan ridículos y escasos, llevamos con la monserga del País Vasco desde que la abuela parió. Da igual que nos contemplen 500 años comulgando con las mismas lentejas, que la economía vasca esté casi un 25 % por encima de la media española y que casi todos los números sociales les sean favorables. También da igual que la Comunidad vasca tenga más autogobierno que el resto de las 16 comunidades españolas y que cualquier región europea, repartido en todos los ámbitos: fuerzas de seguridad, parlamento, gobierno, educación, sanidad, símbolos propios… A este grupito de insaciables les resbala que el resto de los españoles, a pesar de los casi mil asesinatos de la banda vasca-terrorista ETA, siga considerando a los vascos y a esa Comunidad con una ternura y una comprensión que muy pocos serían capaces de mantener con semejantes atrocidades de unos y miradas para otro lado de otros. Pese a todo, este sector de fanáticos (que sólo se refleja en las encuestas apañadas por el propio Gobierno Vasco, como un 30 %, o sea, una gota de mar en medio de la inmensidad vasca y no digamos española) siguen erre que erre con la misma cantinela de siempre: ellos son distintos por la gracia de los genes, de su historia (inventada, claro) y de la biblia en verso. Quieren vivir solos en el caserío aunque chupando del bote de los vecinos del alrededor.

Desde que en 1959 algunos de los más violentos de estos fanáticos se agruparon en la ETA, han conseguido mil muertos (y encima, los capullos, se quejan de que han tenido bajas, como si la policía española tuviera la obligación de besarles los pies), doscientos mil exiliados y que los niveles de riqueza no sean todo lo estratosféricos que podrían ser (pese a que el 80 % del mercado de los productos vascos se venden en el resto de España). Han logrado, además, aburrirnos y que la inmensa mayoría de los mortales que vivimos alrededor del cortijillo vasco estemos hasta el copetín de su chalaura: la de ellos y la de sus miserables políticos (nuevamente, cuatro gatos), que sólo saben mirarse y comerse el ombligo.

Así que el último órdago se llama Plan Ibarreche, o sea, la leche de Plan, cuya lectura aconsejo a todo bien nacido, más que nada porque despierta la líbido y la adrenalina, ideado y llevado a cabo por unos iluminados (Ibaleche, el primero) que tienen la santa desvergüenza de afirmar que dicho Plan “sólo supone una simple reforma estatutaria”, tomándonos a los demás por perfectos imbéciles que no sabemos leer ni comprender ni nos enteramos de ná.

El tema seguirá dando que hablar los próximos meses, años y siglos. Hasta el punto que en el más allá seguro que los actuales habitantes de España podremos seguir con interés las tribulaciones vascas con el pérfido Estado opresor español, si es que para entonces (por aburrimiento o dejadez de sus “enemigos”) no han conseguido sus objetivos. Que es lo que ya muchos españolitos, con los testículos y el coco bien repletos de sandeces y amenazas, están empezando a fantasear. Y que otros españolitos (unos por tontos y otros por síndromes varios) comienzan a desear o justificar cándidamente. Como si permitir la independencia del País Vasco fuese cortar una simple florecilla en un jardín. Más bien, sin llegar a la independencia, estamos ya en una fase de alto riesgo (el tumor deviene en cáncer a marchas forzadas) que amenaza llevarse por delante todo lo que encuentre a su paso, en España y en Europa, porque iluminados y descerebrados los hay en todas partes, en todas las regiones y países de unas zonas geográficas que hunden su antigüedad (y sus primitivas diferencias) en la noche de los tiempos y que abierta la espita del gas no dudarán en seguir la nueva moda del suicidio colectivo.

El próximo día (por seguir masturbándonos un poco con el coñazo vasco) comentaremos algunas de las memeces justificativas del famoso don Ibaleche. Risa y estupor garantizados.

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