miércoles, 26 de enero de 2005

EL ATRACO DEL PARKING

Parece que me estoy especializando en el mundo de la fina delincuencia, pero tal como está el patio al final no voy a tener otro remedio. Si el otro día hablaba del choriceo bancario (perfectamente regulado y autorizado), hoy me referiré al “atraco del parking”. La cosa ya viene de antiguo pues en este país bananero las cosas siempre vienen de muy antiguo, algunas hasta de la prehistoria.

Resulta que metes el cochecillo en un parking de esos, municipal o privado, para guarecerlo de los chorizos a flor de calle, y ya no te acuerdas que también los hay en el sótano de ese inmundo agujero donde buscas un hueco para tu Seat Toledo. Tras dar mil vueltas al fin encuentras uno raquítico, debiendo salir por la escotilla superior pues entre tu coche y el del vecino no cabe una aguja y es que había que aprovechar bien el espacio disponible para loor y gloria del bolsillo de los propietarios o arrendatarios del lugar. Cuando definitivamente logras abandonar a tu perrito mecánico compruebas que tus defensas aéreas empiezan a estar bajo mínimos porque el aire que se respira en ese antro subterráneo está más viciado que el de un estercolero. Casi a rastras te diriges a las escaleras, ridículas, pensadas para pegarte un costalazo de mil pares de narices rotas. Cuando oteas cercano el azul del cielo (¡qué maravilla!) caes en la cuenta que has dejado al descubierto en el asiento trasero del motocarro una revista del “Hola” y que lo mismo cuando regreses han roto el cristal para birlártela. Recuerdas temeroso que los que te sablean por tener a tu cuatro latas un ratito en un cuchitril ridículo y asfixiante, no se hacen responsables de nada de lo que le pase al bicho. Ellos sólo están, como los chorizos de la calle, para cobrar. Así que respiras profundamente el aire de la rue y te sumerges nuevamente en el sótano (“la próxima vez me traigo una mascarilla”) para esconder la revista debajo del asiento, por si acaso.

En marzo del año pasado hubo un juzgado de Madrid que dictó una sentencia obligando a las empresas de aparcamiento a cobrar por el tiempo exacto de estacionamiento. Las empresas del sector parece ser que recurrieron aquella decisión judicial con lo que siguen y seguirán chorizando otros pocos de años hasta que salga la nueva sentencia, que adivina tú sino será contraria a la primera. O quizás es que se niegan a ejecutarla. Y no pasa nada. Los españolistos de a pie protestamos por todo menos por las cosas que verdaderamente importan. Y lo que debería importarnos, por ejemplo, es que unos fulanos nos atraquen a todos los automovilistas cuando dejamos el coche en sus parkings cobrándonos más tiempo del que están allí encerrados. Es como si en el cine nos hicieran pagar la media película siguiente. Mientras tanto, los cien mil gobiernos que nos mangonean (muchos de ellos patronos de los parkings municipales) mirando para el tendido del 7, permitiendo el latrocinio porque en muchos casos les beneficia directamente y en otros porque ellos están para cosas mucho más importantes, como aprender a tocar el violón.

Hace casi un año un juez en sus cabales (rara avis) avisaba del atraco de los choricitos del parking, pero todo ha quedado en agua de borrajas y en tararí que te vi. Y es que si desapareciera este y otros robos similares, estaríamos acabando con tradiciones ancestrales en este país bananero (la España plural que dicen ahora los cursis). Ir contra la tradición en la España del XXI –quien lo iba a decir hace 30 años- está muy mal visto. Incluso uno puede ser tachado de reaccionario. Vivir para ver.

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