viernes, 23 de marzo de 2007

LA PELÍCULA JUDICIAL DE OTEGI


El otro día asistí, más divertido que si estuviera viendo una película de los Hermanos Marx, al rodaje cinematográfico que se montó en torno al nuevo Ghandi de la política vasca, un tal Otegi. Resulta que el hombre (portavoz habitual de la correa de transmisión política de ETA) estaba citado en la Audiencia Nacional a las 10,30 horas para un juicio (el enésimo) por el que se le acusaba de enaltecimiento del terrorismo en un homenaje a una etarra fallecida (la muy torpe manipuló mal la bomba que manejaba y pum, a tomar por saco…) nada menos que en julio de 2001. Ya ha llovido desde entonces, ya, pero sabemos que nuestra justicia es algo lenta de reflejos, así que hasta hace unos días no le llegó a don Arnaldo la hora del juicio correspondiente.


Ya previamente la Sala sabía (y todo quisque) que la Fiscalía quería suspender a última hora el juicio, pese a que desde enero estaba anunciado, pero como algunos jueces son lentos pero duros de pelar, decidió seguir adelante a pesar de que el final de la peli estaba cantado: el malo a casita, en vez de a la cárcel, y hasta la próxima… Cosas del nuevo director de la Filmoteca –un tío que siempre se está riendo de todo el mundo- y de sus guionistas de la película, contratados por el País hace unos años para sustituir a aquel otro -más avinagrado- al que sólo le gustaban las películas de guerra. Así que el bueno de Otegi debió levantarse al alba para recorrer en coche la distancia que media entre su casa y la Audiencia madrileña. Más como el tiempo estaba revuelto, don Ote se quedó varado por la ventisca en algún lugar de Burgos.


Cuando la Jefatura de la Guardia Civil dijo que no había ningún punto de tráfico cerrado desde Burgos hasta Madrid, o sea, que Arnaldito el temeroso estaba haciendo un corte de mangas a la Audiencia, los de la Sala montaron en cólera judicial y pidieron la inmediata detención y traslado de Otegi hasta las mismísimas narices de sus señorías, quienes estaban decididas a esperar al proetarra hasta las 6 de la tarde, bocadillo de calamares en el entreacto. Así que a partir de ese momento comienza la caza y captura del osito de peluche etarra, el cual se había largado a su pueblo para rodearse de los viejos camaradas, esos que siempre dan ánimos en los momentos más necesitados y le mantienen a uno bien calentito. Dicho y hecho, la policía estuvo dale que te pego buscando al Fugitivo, ora en una taberna, ora en algunas sedes del partido, hasta que alguien cayó en la cuenta que el pobre hombre suele acobardarse cuando le busca el lobo guardiacivilero y entonces se refugia debajo de la cama de su casa natal.


Una vez encontrado, se le condujo hasta el aeropuerto de Bilbao y en avión oficial (no sabemos si en primera clase o en la turista) fue conducido hasta un aeropuerto de tercera división de Madrid para ser puesto en exposición finalmente ante las togas de los señores jueces, que impacientados por la tardanza, ya se habían tomado otro bocata de calamares. Alrededor de las ocho de la tarde llegaba el camarada Otegi y le veían el careto sus señorías. Y aquí, como era previsible, se acabó la parte de acción y misterio de la película. A continuación el guión se hizo totalmente previsible, como bien sabían los jueces desde primera hora de la mañana e incluso antes: la Fiscalía retiró su acusación (donde hace años dije “digo” ahora digo “Diego”, quiero decir, “Zapatero”) y el presidente de la Sala no tuvo más remedio que decirle a Otegi el Fugitivo que el tribunal ya no tenía nada contra él y que le invitaba a compartir un pincho de tortilla, dado que la hora era avanzada y no debía haber comido nada con tanto ajetreo desde el alba hasta el momento de su llegada a la Audiencia. El pacífico ciudadano calló, rehusó el ofrecimiento dando las gracias, fuese y no hubo nada. Ni siquiera presentó una reclamación por maltrato físico, psicológico o climatológico. Seguramente (eso ya hay que adivinarlo pues la peli ha pasado a la fase de montaje) le devolvieron a su tierra en avión, le invitaron a chistorra en pleno vuelo y, sano y salvo, tras un ajetreado día, le dejaron con un saludo cordial en su pueblo natal, despidiéndolo con un hasta luego, Lucas…


No me digan que no es divertida la peli, salvo en el final, previsto casi desde el comienzo del primer fotograma. Y todo porque el personaje secundario principal –un fiscal en huelga de brazos caídos- se acuerda que su jefe –el fiscal general de la Filmoteca- lo puede enviar a galeras como no retire la acusación de enaltecimiento del terrorismo. “Pero si aquello sólo fue una parábola, una metáfora de Arnaldito, hombre… Encima el tío estaba algo bebido, así que mejor devolverlo a los corrales y que sea lo que Eta quiera…”.


Si esto fuese un cuento finalizaríamos con el consabido “colorín colorado”, pero como la cosa es más moderna y va de película peliculera, corramos un tupido velo (o estúpido velo) y digamos, simplemente, The End. ¡Y a correr!


PD: El próximo numerito, ya fuera del rodaje, será que los productores reclamarán la pasta gansa que ha costado la película, entre gastos de viaje de los policías, gasolina, avión particular, bocadillos de calamares, horas extraordinarias de todos los extras y sueldos de los principales actores. “No problem” les han dicho ya desde la Presidencia de la Filmoteca. “España va bien, así que podemos permitirnos estos lujos tan peliculeros. Que venga el ministro de Hacienda y suelte la pasta. Para eso tenemos un pueblo generoso que paga con mucho amor, libertad, solidaridad, igualdad y cachondeo lo que haga falta”. Y hasta la próxima entrega de la saga, que no tardará en llegar. Próximamente en sus pantallas…

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