martes, 31 de octubre de 2006

¡PERO QUÉ GUARROS SOMOS!


El bichejo humano, de todos cuantos pueblan el planeta Tierra, es el más guarrindongo. No hablo como especie capaz de enmierdar el suelo, el mar y el aire con sus fábricas (muchas absolutamente innecesarias), sus desechos (bastantes de ellos imposibles de digerir por la naturaleza en un corto periodo de tiempo) y sus repercusiones sobre el entorno, capaz de destrozarlo por placer o por dinero. Tampoco hablo del individuo aislado que se ducha cada día o cada semana, o se cambia de calzoncillos o bragas más o menos periódicamente o que se limpia y asea de manera frecuente o tardía. Quiero referirme al humanoide en cuanto ciudadano, ser social, tío y tía que vive en comunidad y que –por eso mismo- debe tener como norte y guía una escrupulosa limpieza, unos modales exquisitos, unas actitudes cívicas por respeto a los demás y a sí mismo. Pero, de eso nada, monada. Casi sin excepción, somos la mar de guarros.


Basta ver cómo queda un recinto por el que instantes antes pululaban varios cientos o miles de personas para darse cuenta que aquello ha sido fruto de una gigantesca piara de cochinos. Recomiendo un paseo por las plazas y vías públicas cuando se han ido a dormir la mona y la borrachera los cerdícolas del botellón que pulularon por ellas: toneladas de escombros, vomitonas, botellas y mucha caca de la vaca. Pensar que los que son incapaces de respetarse a sí mismos van a respetar el silencio y la vida de los demás, de los pobres que viven en las cercanías del botellódromo, es de una ingenuidad digna de la abeja Maya. Pero en cuestión de cochinadas públicas no hay edades ni es sólo cuestión de grandes multitudes. Sabemos que la masa tiene sus leyes propias, pero las minorías también se las traen. Y minoría son los que sacan el perrito a cagar a la calle, pero no veas la inmudicia que originan (ellos, no los pobres chuchos). Minorías que sumadas unas con otras originan un hedor que apesta: basuras acumuladas en alcorques y cunetas, pintadas en los monumentos y viviendas, deterioro de los espacios comunes, un ruido infernal, el desprecio hacia todo lo público…


La cosa de la mugre y la cochambre no es privativa de un país, aunque hay lugares como el nuestro en que debería cuidarse en extremo pues millones de personas se ganan las habichuelas gracias al turista. Los visitantes –ante tanta roña a la vista de todos- tarde o temprano acabarán por largarse. Será por eso que España se está especializando en ser receptora turística de lo mejor de cada casa de la artrósica Europa, es decir, el lugar al que vienen a abrevar por cuatro chavos lo más impresentable del viejo continente: nórdicos que cuando bajan del avión en las Canarias ya están borrachos perdidos, británicos que no tienen una hora vacacional sin armar gresca o rusos con dinero fresco en constante actitud mafiosa. Pero que tire la piedra el que esté limpio como una patena. El gobierno chino está realizando campañas didácticas dirigidas a sus nativos para que cuando viajen al extranjero no hagan el imbécil y el chorra. Escupir y dejar basura en cualquier lugar son los hobbys favoritos de los chinitos mandarinos, aunque no se quedan atrás modales modélicos como hablar a gritos, quitarse zapatos y calcetines en la vía pública, limpiarse los zapatos con las toallas y sábanas de las habitaciones de los hoteles. Y todas estas y otras lindezas, realizadas en territorio comanche. ¡Qué no serán capaces de hacer en el suyo!


Hasta en la “civilizada” Francia y el “mágico” París crecen como cardos borriqueros los mierdícolas. Ha tenido que llegar al Ayuntamiento un ecologista de esos que se meten en el barro (la mayoría suele preferir el cómodo salón) para empezar una cruzada contra la suciedad y las basuras. Y los primeros en caer como chinches han sido los perros, que en sólo cuatro años se han reducido una cuarta parte pues las multas por no recoger los excrementos caninos de la vía pública abundan que es un primor y el personal prefiere abandonar a sus mascotas antes que arremangarse higiénicamente. Curioso amor perruno. Pese al abandono mascoteril, uno de cada siete amos ha sido sancionado desde 2001. Y eso que se distribuyen gratis los paquetes recogecacas. La eliminación de los excrementos de perro representa para el erario parisino un desembolso anual de once millones de euros. No es moco de pavo, no.


En fin, que cuando hablamos de cerdos deberíamos referirnos a los humanos –vivan en donde vivan- y no a esos pobres pero riquísimos animalitos llamados con el mismo nombre. Aquí, los gorrinos, los marranos, los cochinos, los puercos… somos los que para ocultar nuestra suciedad congénita nos ponemos desodorante hasta en el cielo de la boca.

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