miércoles, 13 de mayo de 2009

CUENTO PARA ENTRETENER (2 DE 2)

 
-¿Ha tenido buen sueño el señor?
-He dormido estupendamente, Sancho. No hay nada como hacer las cosas bien hechas y saber que la felicidad de millones de hipotéticos votantes depende de las sabias decisiones de uno…
-Mire vuesa merced que el patio está revuelto y que conviene ser un poco autocríticos. Que yo voy al mercado, entro en las tabernas y paseo por el extrarradio y no vea lo que se cuenta de usted. Que si sólo veía molinos de viento cuando en realidad era una crisis de caballo; que su  bálsamo de fierabrás está muy bien para un rato pero lo mejor sería no tener que usarlo por culpa de las palizas que da el paro…
-Es que, además de ignorantes, son unos desagradecidos. Pero así es la vida, amigo Sancho, una ingratitud detrás de otra. Mira tú a los vecinos de palacio que ahora, cuando llega el momento de apretarse un poquitín el cinturón, me dejan solo, como si fuera un apestado. ¡A mí, que tantos favores y dádivas les he dado en los últimos cuatro años! Pero yo a lo mío, que la historia pondrá a cada cual en su sitio.
-Señor, deje de lamentarse que ese no es su estilo y cuénteme que nuevas ideas se le han ocurrido hoy.
-Pues verás, Sancho. He pensado dar unos maravedíes a todos aquellos vecinos que decidan comprar una carreta nueva. Y a los que, pese a eso,  no puedan costeársela les voy a hacer participar en un sorteo de cien carretillas.
-Pero lo suyo parece una tómbola, señor. Si no toca un pito, toca una pelota…
-Ah, ¿tú también con el mismo cuento que maese Durán i Lérida? ¿No te habrás vendido al enemigo y actúas de espía ante mis propias napias?
-¡Me ofenden sus dudas sobre mi lealtad casi perruna, señor! Cierto que todavía estoy esperando que me nombre Emir de la Alianza de las Civilizaciones, como me prometió, pero seré su fiel servidor hasta que nos echen del palacio… 
-Muy agradecido, Sancho. Perdona ese lapsus de sinceridad (bueno, quiero decir, de duda ante tu servicio fiel). Como te decía, además de lo de ayudar a mis convecinos a la compra de una nueva carreta para ver si así se anima el patio, he pensado que ya que la publicidad de la TVE la van a pagar los de la interné esa, qué menos que compensemos a muchos de ellos –los que acuden a desasnarse a las escuelas e institutos- con un buen ordenador portátil, que ahora hay unas gangas muy gangosas…
-No es mala idea, señor. Pero debería de pensar un poquito más en la vidilla de la vida, ya sabe, algo para mejorar el sexo de los angelitos… porque ¡menudo porvenir les espera viendo el que actualmente tienen muchos de sus padres!
-Precisamente en eso había pensado anoche cuando interrumpimos nuestra charla de palacete. Ya bastantes problemas tienen los padres con lo suyo para que encima se tengan que preocupar de los problemillas de sus hijos. Así que he pensado que, aprovechando la nueva ley del aborto para el pueblo,  las adolescentes de 16 años podrían hacerlo –si lo precisan- sin necesidad de que sus padres y madres se enteren, no necesitando su permiso para tan importante decisión. Quiero, además, que des órdenes para que ese nuevo anticonceptivo llamado del día después se pueda expedir en los kioskos de la salud, antes llamados farmacias, y que a ningún boticario se le ocurra negárselo a una menor de edad. Así evitamos otro problema más a los ya demasiado estresados padres y madres…
-¡Pero qué listo es vuesa merced! ¡Le beso los pies y lo que haga falta, lumbrera, que es usted un lumbrera! Supongo que el siguiente paso será rebajar la edad del voto a los 14 años para así poder recoger las nueces…
-Eso, caro Sancho, será cuando me ponga manos a la obra en la reforma constitucional, pero para eso todavía falta que llegue mi tercera legislatura y lo haga con mayoría absoluta…
-Pues para eso, señor, será preciso que cuando se acabe la segunda la crisis de los demonios haya remontado el vuelo. El gentío no va a seguir conformándose con más bálsamo de fierabrás…
-Lo de la crisis esa es pan chupao, Sancho. Para finales de año no queda de ella ni las raspas. ¡Que te lo digo yo, hombre, que te lo digo yo!
-Dios le oiga a vuesa merced. ¡Dios le oiga!
-Por supuesto que me oirá. Y si no, lo demandaré al Supremo…

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