miércoles, 9 de abril de 2008

PONCIO PILATOS

A raíz del caso “Mari Luz”, la niña asesinada por un pederasta que debía estar en prisión desde 2006 pero que el juez no había llegado a ejecutar la sentencia adivina tú porqué, se ha abierto la caja de los truenos que todos los que trabajan en la Justicia española procuran tener bien tapadita por aquello de no crear alarma social y otras bagatelas. El sistema va a la deriva desde tiempos casi seculares pero todos callaban y callaban. Sin embargo, cuando los truenos son imparables porque ocurre un caso tan triste como el de la niña de Huelva, entonces el personal –los figurantes, los panza arriba, los políticos- pierden el culo por hallar prontamente un culpable lejano para que el asunto no les salpique a ellos. Así que el Consejo General del Poder Judicial (ese organismo cuyos integrantes son designados a dedo por los partidos políticos, momento a partir del cual se dedican a aplicar la justicia que al pie de la letra les dictan quienes les nombraron) acaba de abrir un expediente al juez citado. Le acusan de todo, inclusive de la muerte de Manolete. Y para que no queden flecos sueltos, también se pide que se investigue a los funcionarios que dependen de él. Alguno caerá en el saco. Es la ley del punto y final donde los peces gordos se lavan las manos (a pesar de tener también responsabilidades varias, digo yo) echándole el muerto exclusivamente al primer pececillo que queda a mano. Cuando sólo en Málaga se necesitan cinco juzgados penales para once mil sentencias sin cumplir. Cuando los jueces de lo Penal vienen señalando la alarmante saturación y la necesidad de un plan de choque. Cuando se tarda hasta tres meses en cubrir las bajas. Cuando el sistema anda anclado en el siglo XIX, como comprueba cualquier ciudadano que tenga la desgracia de verse envuelto en un lío de la cosa judicial, aunque sea de refilón o sin querer. Cuando la selva de leyes es ingobernable e indescifrable y a algunos de sus autores habría que enviarlos de nuevo a la escuela o a la puñetera calle a ver si así aprenden a escribir con claridad y al hilo del sentimiento de la vida real, lo más que se les ocurre con la inevitable alarma del asesinato de Huelva es depurar responsabilidades sólo en dos o tres pringados cazados al vuelo. ¿De ahí hacia arriba no hay nadie que tenga la más mínima responsabilidad de nada? Lavándose las manos se desentienden y evaden. Qué bien se han aprendido la lección magistral de Poncio Pilatos.

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