miércoles, 28 de noviembre de 2007

ABUELA: POR FIN HE VISTO LA LUZ

ABUELAS PARA TODO. Leo en la Prensa (que es donde algunos nos enteramos de algo) que “el 73 % de las abuelas cuidan a sus nietos una media de 4 horas al día”. Si antes era frecuente el “chicas para todo”, ahora seguimos con el mismo latiguillo, aunque las chicas ya rondan o han traspasado los 70 tacos. Así, sin transición alguna, nacieron en una época turbulenta de nuestra historia pasando penalidades hasta reventar, tanto en su infancia como juventud, teniendo muy temprano que arrimar el hombro en la vida familiar. Se casaron para toda la vida, con la promesa ante el altar de tener que aguantar a un señor inútil en las tareas de casa, cuando no un cafre que todavía sigue sin domesticar. Criaron a sus hijos con la cartera prestada y sin un duro, aunque ahora siguen sin tenerlo pues la pensión que les ha quedado es una mierda tan grande como el sombrero de un picador. Pese a todo lo vivido, todavía tienen que aguantar a los hijos –que aunque se han casado, siguen apareciendo por casa más de lo deseable- y a los nietos, esos descastados mocosos que no hacen caso ni de su padre, cuánto menos de su abuela. Eso sí, la cruz la soportan estas mujeres con entereza, hidalguía y buen humor. Están acostumbradas a ello y son de una casta especial. Hasta el periódico afirma que “son luchadoras y optimistas”. Es más: “se sienten queridas y activas”. Pues nada, amigas, a seguir cuidando con mucho mimo y cariño a los nietos, a los hijos ya bien creciditos, al maridito y a todo el que pase por delante. Pero que conste que si eso es “vida” que baje San Cucufato y lo vea… (Admito y comprendo opiniones contrarias siempre que utilicen el jocoso e irónico tono que aquí empleamos).



POR FIN HE VISTO LA LUZ. Por fin lo comprendo después de años de dudas, vacilaciones y vacuos pensamientos. Por fin comprendo el porqué cada vez que necesitaba que acudiera a casa un albañil, un fontanero, un técnico de reparación, un electricista o un profesional de la cosa manual, el pulso se me ponía a doscientos, mi mal humor se acrecentaba y mi bolsillo temblaba. ¡Chapuza habemus, gemía para mis adentros! Por fin he comprendido que pese a tantos años de democracia, de tropecientas leyes educativas y de no sé cuantos cambios en la Formación Profesional, cada vez que veo o me hablan de los “trabajillos” de ciertos “profesionales” las carnes se me abren en canal y el soponcio llega inexorable. Sí, lo intuía pero necesitaba que algún experto de la nada o algún estudioso del vacío (el sector “intelectual”, otro que tal) llegase a idéntica conclusión, pero más “científica”. Y ya la tenemos: “Los trabajadores españoles presentan la peor cualificación de la UE de los Quince. Los datos del Observatorio Social de España ponen de relieve que seis de cada diez empleados carecen del aprendizaje profesional adecuado”. (Diario SUR). Somos, ya ven, los últimos de la cola. Pero no se preocupen que de esto sólo hablarán los cuatro cagamandurrias de siempre, como el humilde servidor. Juro ante dios y ante la historia que jamás entrará un fontanero en casa si no es en presencia de mi abogado y de un señorito notario.

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