domingo, 4 de noviembre de 2007

FÁBRICAS DE BASURA


Hubo un tiempo en que las cosas se fabricaban para que durasen. Y cuanto más durasen, mejor: más ventas y más pedigrí. Así que te comprabas unos pantalones de pana la mar de monos y horrorosos (vistos desde la espantosa moda actual) y podías tener la seguridad de que tenías pantalones para al menos cinco años, poniéndotelos todos los días. Te comprabas una radio, o un televisor o un frigorífico y sabías que su vida útil se podía ir a los quince años con un poco de suerte. Un libro venía tan perfectamente encuadernado que al cabo de cuarenta años está de lomo y papel casi como el primer día. Y qué decir de aquellos juguetes hechos para durar, para traspasarse de hermano a hermano, casi de padres a hijos.


Hoy día nos hemos ido al lado opuesto. Raro es que algo te dure un par de años. Y si te dura, tú mismo le das la voleta y al cubo de la basura. La calidad en la confección ha caído bajo mínimos. Sí, mucha alta tecnología y mucha gaita, pero todo es una pura filfa que –además de complicada- falla a las primeras de cambio. Mucho pantalón de diseño y alto copete, pero al cabo de un año se ha quedado en una piltrafa. Los electrodomésticos ya nacen con fecha de caducidad y aunque algunos presumen de motores con garantía para siete años, tras un par de ellos los tienes que cambiar porque el plástico del interior se ha degradado hasta extremos insultantes. Tanto que presumimos de ordenadores y al final resulta que lo que los mantiene vivos es un vulgar ventilador con tecnología del año la pera. Las televisiones tienen mil cosas y palabrejas en el manual de instrucciones, pero en cuanto te descuidas se les funde una placa o un botón y a tomar por culín. A por otra, porque el arreglo cuesta más caro que la reposición.


Sí, antes las cosas –en proporción- valían más caras, pero eran de más calidad y, sobre todo, duraban lo suficiente para amortizarlas. Hoy día, casi todo son baratijas que no aguantan el más mínimo trote. Y al cubo de la basura. Mientras que antiguamente, por no haber, casi ni había cubo de la basura (casi todo se reciclaba, se remendaba, se traspasaba…), hoy día cualquier familia de tres (la pareja y el perro) sacan todos los días a la calle un bolsón de porquería cuyos detritus cuestan más que lo usado o aprovechado. Por eso, cree el Puñetas que el porvenir negro que nos espera no va a ser por el cambio climático si no porque vamos a morir todos enterrados en mierda y basura.


Mientras que todavía conservo intacta la máquina de escribir Olivetti que mi padre me regaló cuando tenía diez añitos (y mira que ha sufrido millones y millones de aporrreamientos de teclas en treinta años de uso intensivo), en los últimos diez he tenido que usar más de cinco teclados de ordenador: están fabricados con fecha de caducidad. Como casi todo lo que hoy día se fabrica. Y claro, al menda lerenda que esto escribe, que es poco amigo de comprar cosas, salvo las estrictamente necesarias, aunque de calidad; que presume de ensuciar el planeta lo mínimo; que no quiere cachivaches, ni cambiar por cambiar; que le toma cariño a la ropa que se pone (alguna con más de cinco años de faena) y a los objetos que le rodean, porque forman parte de su propia vida e historia, le fastidia mucho, qué digo mucho, le fastidia un horror que ahora le vendan cosas que no duran casi nada, que se rompen fácilmente, que no se pueden arreglar porque nadie sabe ya hacerlo o porque resulta muy caro el intentarlo.


Todo es ya usar y tirar. Todo es un inmenso klinex que se va por el sumidero del derroche y el despropósito hasta formar un gigantesco estercolero del que al final –si no queremos ser devorados por el mismo- tendremos que alimentarnos. ¡En algunos países avanzados ya hasta beben las aguas residuales, previamente recicladas y regeneradas! Al igual que ya compramos envasada el agua que bebemos, algo impensable en mi mocedad, futuras generaciones comprarán botellas de aire porque el corrientucho estará hecho un asco. Un horror, un tremendo horror y error el de este sinsentido derrochador, que acabaremos por pagar de manera irremediable. La naturaleza no es idiota y el que se la hace, la paga.


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