lunes, 12 de febrero de 2007

¡PERO QUÉ LISTOS SON LOS EXPERTOS!


Hubo un tiempo en que no había “expertos” si no, simplemente, gente sabia, o sea, gente que sabía. Después la sabiduría desapareció por culpa de la pésima educación y de la llegada de la tecnología. Desde entonces ya no hay sabios, sólo expertos. O sea, gente que se supone que sabe mucho de un tema que han estudiado y nada de todo lo demás. Lo peor es que en torno a ellos hay un papanatismo del copón hermoso, como si por sus bocas y plumas hablara y escribiera la verdad irrefutable y única. Y hasta ahí podíamos llegar, claro…


En estos días, por tierra, mar y aire informativos, nos van a desinformar acerca de lo que un grupo de expertos han elucubrado e investigado dentro de lo que se llama el Plan de Adaptación al Cambio climático. Los susodichos, durante unos meses, han debido estar haciendo cuentas, números, diagramas, jugando con el ordenador y la prospectiva, dándole a la imaginación y a algún canuto, así como -de paso- oyendo las directrices políticas del Ministerio del Medio Ambiente, pues aquí no nos chupamos el dedo y sabemos que a partir de ciertos niveles no se mueve una hoja sin el visto bueno de los mandamases de turno. ¡Faltaría plus!


Los expertos en cuestión han parido un informe. Los resultados básicos del mismo, que ya han empezado a vomitar los medios de incomunicación, han sido éstos: “A finales de siglo, habrá ocho grados más y un 40 % menos de lluvias en España”. Un panorama catastrofista (todos los que vivan por entonces serán primos hermanos de los camellos), que también confirman otros expertos de tomo y lomo, los del CSIC: “Las sequías durarán más y serán más intensas debido al cambio climático”. Pero como hay que acogotar al personal, pero dejandole una válvula de escape por aquello de las depresiones, “si se adoptan medidas con contención en emisiones contaminantes, por ejemplo, la subida de las temperaturas podrían disminuir en dos grados más o menos”. ¡Uf, qué alivio!


Al Puñetas, que eso de adivinar el futuro se le da muy mal (también es cierto que algunos ni tan siquiera adivinan el presente) piensa que más que expertos lo que abundan son los fantasmones y cantamañanas: se sacan de la manga cuatro elucubraciones y los altavoces mediáticos les dan carrete durante unos días. Oiga, y sin plantearse lo más mínimo ni la veracidad o no de ellas, ni los métodos con los que han llegado a elaborarlas ni tan siquiera quienes las dicen para que les pongamos un cero patatero el día que descubramos que todo fue una soberana cantada.


Es lo que, me parece, ocurre en este caso. Me encantaría saber la metodología empleada por estos futurólogos para llegar a tales conclusiones, las razones e hipótesis en que se apoyan, etc, pero en la prensa y telecacas sólo dicen lo señalado más arriba, que esto se pone cada vez más negro y que el Apocalipsis está cerca (lo escribieron también los chicos del Nuevo Testamento hace la tira de años, y a pesar de hacer muchos méritos los humanoides, miren, todavía no han tocado las trompetas del juicio final). Porque una cosa es que sepamos que nos iremos a tomar pos saco alguna vez (pasado mañana o dentro de un millón de años) y otra que nos quieran vender la burra completa, con pelos y señales sin la más mínima prueba. ¿Cómo saben estos expertos que allá por el 2100 habrá en España la mitad de lluvias? ¿Se lo ha dicho Rappel, el mago Merlín o la Bruja Piruja? Si no saben qué tiempo va a hacer dentro de quince días, ¿cómo demonios van a saber lo que pasará dentro de 90 años? ¿Pero hay alguien por ahí que tenga la más remota idea no sólo de qué tiempo hará, si no cómo vivirá, qué comerá, qué pensará el terrícola del XXII? Con el ritmo de cambios -en todos los órdenes de la existencia- que estamos imprimiendo a nuestra vida y planeta, ni Dios sabe qué va a ser de nosotros dentro de 30 años. ¡Y hablan a casi 100 años vista! ¡Qué temeridad!


Claro que para entonces nadie les podrá echar en cara que se equivocaron totalmente. Ni siquiera que acertaron, porque dentro de cien años todos estaremos calvos y criando malvas, incluidos estos científicos con tantísima visión de futuro. ¿Pero cómo podemos creer cualquier cosa que se le ocurra a un grupo de expertos, cuando hablan de la próxima centuria como si fuera mañana? ¿Son infalibles, como el Papa que vive en Roma? ¿No será que le dan demasiado al aguardiente? ¿O quizás –es lo más probable- que las directrices políticas de los mangantes de turno son que ya que éstos no tienen alternativas posibles al embrollo (ni ganas), mejor será meternos el miedo en el cuerpo –pero haciéndolo a largo plazo, para que la responsabilidad penal y científica no tenga lugar- a ver si así nos acojonamos y nos morimos del susto la mitad de la población, que sería la única solución viable a tanto desaguisado y desquiciamiento como hemos fabricado y fabricaremos?


Si dijesen lo que van a subir las temperaturas, bajar las lluvias y correr el viento en los próximos diez años, todavía podrían ser creíbles (siempre que lo expliquen al populacho –que no es tonto- con claridad y taquígrafos), pero avalar la apuesta con una letra de cambio a 90 años vista es –como poco- para mandarlos a freír espárragos. Que es a donde me voy a ir ahora mismito pues la hora de cenar aprieta y tengo esperándome en la cocina un buen ramillete de tan sabrosa verdura. Menos expertos de la nada y más sentido común y honestidad profesional, camaradas…

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