martes, 7 de noviembre de 2006

EL RETORNO DE LOS FACHAS


Desde hace semanas, viendo cómo en este país empieza a haber gente y grupos a los que les cuesta salir a la calle, dar conferencias, pedir el voto o –simplemente- hablar, (por no remitirnos al problema de la delincuencia salvaje y la inseguridad ciudadana) empecé a escribir un articulillo sobre el tema, en el que señalaba cómo a veces ni la policía se ocupa de proteger a este personal para garantizar su derecho a la libre expresión y actuación. Sectarismo de los mandos policiales, elegidos a dedo casi siempre en función de quien gobierna en el Ayuntamiento, la Dirección General de turno o el Gobierno y no en función de sus dotes profesionales y experiencia contrastada. Está habiendo casos en que los intolerantes, los intransigentes y los fachas son más protegidos que aquellos a quienes atacan o denigran. (Retomo el término “facha” para aplicarle su sentido completo: adefesio, mamarracho, imbécil, energúmeno, sean cuales sean las peculiaridades políticas, económicas, culturales, religiosas o tomateras que adornen su cornamenta).


Sin embargo, hace poco Pérez Reverte publicó en El XLSemanal un comentario en el que reflexionaba en la misma dirección, con la claridad y estilo marca de la casa. Así que borré del ordenata mi articulillo de marras con sana alegría y lo sustituyo con el de don Arturo. No tiene desperdicio alguno. El domingo pasado publicó otro complementario al que ahora fusilo. Indicaré al final el enlace. Algo huele a podrido y no precisamente en Dinamarca. Y los síntomas son que sólo estamos en el inicio… Dios, Alá y San Prepucio nos cojan confesados a algunos.


“Quiero que conste por escrito, por si alguna vez doy una conferencia, un mitin o lo que se tercie. Imaginen que la vejez me afloja el muelle y accedo a presentar, ante un distinguido y selecto público, el libro de apasionantes memorias políticas De España, ni una migraña, de José Luis Carod Rovira, en atención a que el sujeto me cae de puta madre, por sutil y por simpático. O supongamos que, en recuerdo de una ultrafacha espectacular con la que tuve rollo un 20 de noviembre de 1972, o por ahí –los botones de esa camisa azul, déjate puesto el correaje, etcétera–, voy a un mitin de Caspa Tradicionalista y de las JONS en Rentería, y acabo cantando el Cara al sol, que me lo sé. Es más. Puesto ya a volverme completamente gilipollas, imaginen que apoyo las justas reivindicaciones de Sangonera la Seca, por ejemplo, cuyo Estatuto –para qué pasar hambre, si es de noche y hay higueras– empezaría así: «Sangonera la Seca (no confundir con la Verde) es una nasión, su lengua nasional es el panocho mursiano, y su futuro se basa en los campicos de golf».

Imaginen, como digo, que a uno se le ocurre meterse en tales jardines colgantes de Babilonia, y en consecuencia da un mitin que se cisca la perra. Sobre eso, o sobre lo que sea. Y en ésas, estando en pleno triunfo de masas, aparecen piquetes informativos, o como se diga cuando se juntan veinte o treinta animales, no para insultar –que va en el sueldo–, sino para informarme de que son anticatalaúnicos, antifascistas, antisistema o de Sangonera la Verde, y que en el ejercicio de su libertad democrática me van a dar las del pulpo y dos más. E imaginen que, llegados a ese punto, los picoletos, los maderos, los guindas, los mozos de escuadra, los ertzainas o cualquiera de las cuarenta y dos policías que disfrutamos aquí sin contar Prosegur, o sea, aquellos a quienes corresponde velar por mi integridad física y la del público al que tanto quiero y tanto debo, dicen que para evitar males mayores, salga por la puerta de atrás, o me atrinchere, numantino, hasta que los malos se cansen y se vayan.
Y que eso es lo que hay.

Pues miren, no. Quiero decir que no me da la gana. Quede claro que, llegado el caso, lo que quiero, o exijo, es que si quienes dan la bronca y buscan sacudirme perseveran en ello, lleguen los antidisturbios y los corran a hostias. ¿Capichi? Disuélvanse, una, dos, tres, carguen. Que no pasa nada, oigan. Que cualquier democracia, incluso el monipodio de constructores y políticos golfos que tenemos aquí, es compatible con eso. Y para tal menester están los de la porra, en todas partes salvo en este país de cagaditas de rata en el arroz. O tenemos guardias o no los tenemos. O semos o no semos. A ver por qué debo salir en los periódicos circundado de cuatro picos y medio, con cara de acojono, mientras me tiran botellazos, en vez de llevarse a tomar por saco a quienes arrojan las botellas. ¿No es más lógico? Si un día le toca a un rey o a un presidente de gobierno –que les tocará– ¿también van a protegerlo así?… Hemos invertido los términos de todo, y lo peor de vivir en pleno disparate es que ya vemos cualquier barbaridad como lo más natural del mundo. Y reniego de la madre que nos parió. No quiero que me lleven hasta el coche cubriéndome con escudos; que se metan los escudos donde les quepan. Lo que exijo es ir a donde me dé la gana, a mi aire, charlando con quien me apetezca y diciendo lo que estime oportuno. Y quiero que la autoridad competente lo garantice, ejerciendo legítima violencia institucional si hace falta, que para eso tiene el monopolio, en vez de ir siempre a remolque del qué dirán y los complejos, jugando a los triles con el voto de hoy y el Dios te ampare de mañana”.


PD: Da la risa (y el cabreo) comprobar como mientras nuestro presidente Zapatético pretende arreglar el mundo mundial con su Alianza de Civilizaciones, en su propia casa es incapaz de lograr que un intelectual pueda dar una conferencia, un partido político -no el suyo, claro- impartir un mitin sin bronca ajena o un particular salir indemne de los usos mafiosos de algunos bancos, empresas telefónicas, constructoras o respetables chorizos motorizados.


2 comentarios:

Jc dijo...
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Jc dijo...

Impagable, como siempre, Don Arturo. Ahora sólo falta que alguno de los soplapollas (yo también acudo al diccionario de la RAE, que lo define como persona tonta o estúpida) que nos gobiernan se dé cuenta de una puñetera vez que los auténticos fascistas son quienes prentenden coartar las libertades (entre ellas la de expresión) y no el que ordena que los antidisturbios le den una mano de hostias a quien intenta violentamente impedir su ejercicio.