viernes, 5 de mayo de 2006

FALTA INTELIGENCIA Y SOBRA ESTUPIDEZ



El profesor Montoro, uno de los mayores expertos en Educación Vial que existen en España, lo decía el otro día: mientras no consigamos conductores inteligentes, esto de la masacre automovilística en las carreteras no tendrá solución. Su respuesta se corresponde con la mía -más modesta-, ya declarada hace una decena de años, cuando la sangría continuaba pese a la mejora ostensible de las carreteras, en aquella fiebre de autovías de los años 80-90. Inteligencia… Elemental, querido Watson… Pero conducir con inteligencia no se adquiere con el aprobado del carné, ni por arte de magia. La inteligencia tiene que estar ahí, en nuestra mollera y sentimientos, en la vida, en nuestras actitudes cotidianas, reflejándose en cada instante de nuestro comportamiento habitual y rutinario. Y ahí es donde chocamos con lo evidente: falta inteligencia y sobra estupidez.


Cierto que a veces hay vida inteligente pero se aparca cuando uno se encierra entre las cuatro latas del coche, o se deja varada a las puertas del estadio o polideportivo, o se escapa al menor contratiempo o adversidad. Pero la inteligencia habitual, la de andar por casa y por la vida, suele aprenderse y practicarse sin olvidos ni remilgos. Ahí ya pinchamos en hueso. ¿Dónde y cuándo tenemos oportunidad de practicar y desarrollar nuestra inteligencia natural y/o adquirida? No será viendo las telecacas, a las que la mayoría de los mortales dedicamos los mayores de nuestros afanes. Tampoco en la mayor parte de los divertimentos al uso, con ese cine repleto de refritos actualizados, esos deportes de masas que más que gratificar, alienan al personal, esos botellones juveniles donde se malgasta la salud y el cerebro… Quizás podamos recurrir al sistema educativo, habitual sistema de transmisión de valores, conocimientos y actitudes. Jo, no me sea inocente, caro Puñetas. Los profesores –unos adelantados a su tiempo, pues trabajan con las futuras generaciones y saben, por tanto, qué porvenir nos espera…- hablan y no acaban sobre la burricie de la gran mayoría de los jóvenes que calientan las actuales aulas. Nunca una sociedad como la actual dispuso de tantos medios económicos y culturales con el objeto de formar e informar al personal y nunca se desaprovechó tan buena oferta. Sí, creamos a una élite super-preparada, pero que se ahoga en el mar de una masa amorfa, sin criterio, que hace, piensa y actúa según le inoculan los grandes medios de masas, empezando por los gobiernos, siguiendo por las teleles y acabando por el sistema productivo dedicado a inventarse mayoritariamente banalidades y cosas que no sirven para nada (y que encima duran un suspiro).


El profesor Montoro, con sus reflexiones sobre la necesidad de inteligencia para la conducción me ha recordado que, desde hace más de diez años, vengo sosteniendo que no todo el mundo está capacitado para conducir, que llevar un coche entre manos es una cosa muy seria (y no ese cachondeo con que nos anuncian estos locos cacharros), que basta un segundo de distracción para que nos vayamos a hacer puñetas al otro barrio o a una silla de ruedas, que por nuestra mala cabeza podemos acabar con el inocente prójimo. Conducir es divertido, nos dicen los sátrapas de turno. ¡Sería cuando había pocos vehículos y sólo cuatro gatos se lo podían permitir! Ahora cualquier tonto-del-haba tiene la posibilidad de pisarle al acelerador, aunque no tenga una neurona sana. El problema es que la situación no sólo no es mejorable si no que cada vez irá a peor. Por muchos sádicos anuncios de la DGT (ja, unos anuncios van a solucionar el problema…). Por muchos carnés de puntos que se inventen. En un país en que se premia la basura como programación de calidad –Telepingo acaba de tener un buen porrón de beneficios-, en que los profesores se deprimen o huyen, en que el modelo de ciudadano triunfal es un mangante que hace gorgoritos o una calientabraguetas siliconada, en que las pasiones habituales son el fútbol, las procesiones semanasanteras y el torrarse panza arriba hasta agarrar un cáncer de piel que no se lo salta un galgo, en un país o países así, ya digo, la inteligencia está de capa caída, por muy optimistas que nos pongamos. Claro que, afortunadamente, no estamos solos, si bien en sociedades similares a la nuestra hay más autocrítica y sensatez, sea en los jóvenes franceses -capaces de echarse a la calle a miles para protestar por sus malas condiciones de trabajo- o en la mismísima clase dirigente británica, capaz de exigir a su líder Blair para que fije una fecha exacta para su dimisión o si no lo largan ellos mismos.


Y ahora, disculpen, porque tengo cita con el psicólogo para hacerme un test de inteligencia a ver qué tal. Espero algún día alcanzar el coeficiente intelectual de mi perro Guau-Guau.

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