viernes, 21 de octubre de 2005

YO ES QUE ALUCINO

Cuando se trata de política, el Puñetas es que alucina. Con todos. Se digan de derechas (pocos), de centro (algunos) o de izquierdas (muchos). Es un espectáculo tan obsceno el que muestran los unos y los otros (y hablo de los políticos de una democracia, qué no será el de los dictadores y genocidas) que a veces se cree uno que tanta guarrería no puede alcanzarse sino a fuerza de mucho entrenamiento y mucha mala leche. Veamos algún popurrí de los últimos tiempos para que no se diga que escribo de oídas.


El mamoncete del Sadam Husein ha vuelto a la actualidad con el inicio del juicio contra su persona. El tipejo (al que han debido tratar en la cárcel a cuerpo de rey) se mostró desafiante, no quiso responder a las preguntas del tribunal y dijo en plan gallito que “el presidente aquí soy yo” y que “el juicio es injusto”. Tiene bemoles la cosa. Quizás algún juez debió perderle bastante el respeto y espetarle que ahora es el último mono de Irak y que se dé por satisfecho con tener un juicio, cosa que negó a los más de dos millones de seres a los que envió a la muerte y a la guerra para que salvasen su culo. Todavía recuerdo las últimas palabras de este cobarde cuando animaba a la población a defender a Irak frente a la invasión yanqui, al tiempo que corría que se las pelaba para esconderse en una madriguera. ¿Se puede tener la caradura más dura?


Sin irnos de Irak, donde sigue muriendo gente a punta pala, nos encontramos con que algún juez español al que le gusta la política más que a un tonto los chupachús, ha decidido ordenar la caza y captura de los militares estadounidenses implicados en la muerte del cámara de televisión José Couso durante la primera parte de la guerra iraquí (ahora estamos en la segunda, antesala de la tercera). Alucino, vecino. Es que veo a estos militarotes, agazapados como conejos en su tanque, tras recorrer medio Irak, entrando en Bagdad y tras ver un reflejo en un piso de un edificio cercano, empezar a discutir si aquello es la cámara de un periodista o la punta de un arma enemiga, si aquel edificio está ocupado por la prensa o por seguidores de Sadam o –por si acaso y en la duda- si llaman al comandante y que les cuente de qué va la cosa y si pueden disparar o deben huir. ¿Si usted estuviese en el pellejo acojonado de estos tipos, qué hubiera hecho? Pues lo que hicieron, ante la imprudencia o la mala suerte de Couso: primero disparar y después preguntar. La guerra, dentro de la guerra, es así y no como nos la cuentan las películas o quienes van a ellas a echarse unas crónicas. Triste lógica que no entienden los pacifistas de salón. De modo que acusar a estos militares de homicidio rozaría lo esperpéntico sino fuese porque por en medio hay un pobre periodista muerto. El juez que anda en estos fregados tan poco lúcidos, mejor haría en emplearse a fondo saliendo a nuestras calles y dándose un garbeo por ellas en vez de perder el tiempo en cosas que no van a ninguna parte.


Otros ejemplillos alucinantes. Es curiosa la manera tan diferente de tratar al personal según corren los tiempos. Mientras que a Santiago Carrillo, antiguo secretario general del Partido Comunista de España, se le hacen homenajes donde asisten las fuerzas vivas del país y hace unas horas se le nombra doctor honoris causa de una Universidad española que no tiene otras cosas más importantes a las que dedicarse que perder tiempo y dinero en este revival, a un señor llamado Echevarría –cuñado del presidente del club de fútbol Barcelona- lo quieren echar a los leones porque nos ha salido franquista y “Laporta no puede tener en el club a una persona que tiene un busto de Franco en su casa” (La bella Rahola, dixit). O sea, a un camarada que tiene las manos manchadas de sangre por haber participado en la Guerra Civil española (como la tuvieron todos los que en uno y otro bando ocuparon puestos políticos y militares clave), le suben a los altares académicos haciendo tabla rasa de su pasado, incluida su ideología y los cadáveres políticos que creó en su propio partido, simplemente porque “desempeñó un papel magnífico en la Transición” (Fernández de la Vega, ha dicho). Y en cambio a un señor que, se sepa, no ha cometido ningún delito, ni ha machacado a nadie sino que simplemente admira a un dictador muerto hace ya la friolera de 30 años (lo que demuestra que el Echevarría tiene un nivel de inteligencia cercano a cero), se le quiere mandar a galeras y con él al presidente Laporta, quien lo nombró como responsable de Seguridad o para llevarle el café al despacho, que da lo mismo. Alucino de nuevo, vecino. Y, oiga, todo el mundo está por la faena: afición, directiva, prensa… El facha a la calle y, por algunos, a la cárcel. Así que el Puñetas flipa con todo esto: cuanto mamoneo, cuánta pérdida del equilibrio y del sentido común. Así nos luce el pelo, en Irak, en la Autónoma o en el Barça. Alucinante.

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