miércoles, 9 de septiembre de 2009

LA MULTITUD

Hoy quisiera mostrar uno de los artículos periodísticos del veranillo que más me han gustado. La entradilla o titular ya es toda una declaración de sabios principios: “Es imposible que se forme una multitud sin que la idiotez campe por sus respetos. Y sin embargo, todo se mide hoy en términos de multitud”.

Yo estoy seguro de que alguien, en cualquier multitud, tiene un cociente intelectual de superdotado, y estoy convencido de que, en cualquier multitud, alguien habrá que sea una criatura que merezca la pena. Pero también estoy seguro de que en toda multitud sobran los idiotas, y estoy convencido de que es imposible que se forme una multitud sin que la idiotez campe por sus respetos. Y sin embargo, todo se mide hoy en términos de multitud. La multitud es la única que pesa, la única que importa. Había 90.000 personas en la presentación de Cristiano Ronaldo, sí, pero había muchos más millones en la ciudad que no tenían el menor interés en esa presentación o a los que les parecía que esa presentación era una fantasmada: ganaron los 90.000, pues todos los telediarios abrieron con esa noticia, y los periódicos del día siguiente la pusieron en primera página, cuando la noticia real era en todo caso: cuatro millones de madrileños se encogen de hombros ante la presentación de Cristiano Ronaldo. Ha muerto un chaval en los sanfermines de una cornada en el cuello, se conecta en directo con una reportera que va a informar sobre el asunto, y detrás de ella aparece la multitud, formada por imbéciles que ríen, saltan, hacen cucamonas o llaman corriendo por teléfono para decirle a quien conteste: pon la tele, que salgo yo. No digo que cada uno de esos que ríen sea un estúpido: digo que ahí, en ese grupo, juntos, son una perfecta imagen de la estupidez. Seguramente, si estuviera en sus manos, arriesgarían el pellejo por salvar a un caído ante la embestida de un morlaco. Pero basta con que se junten luego para que se dispare esa capacidad para la imbecilidad de la que tan a menudo hace gala la multitud. Y la multitud es la que manda, la que sólo merece que se fije la atención en ella. Sección cultural de cualquier periódico. Recomendaciones literarias: lo que lee la multitud. Y la multitud lee este verano al sueco Larson. Digamos que tiene en estos momentos medio millón de lectores. Vale, hay en España unos tres millones de lectores -tirando por lo bajo, los más optimistas suben a seis, pero yo no me lo creo. Eso quiere decir que dos millones y medio de lectores van a leer otras cosas, otras cosas de las que no se va a hablar, porque quienes las van a leer no componen una multitud, vara idiota de medirlo todo.

La multitud es vampírica: lo sabe cualquiera que haya pertenecido a una. Te roba la sangre, te transforma en otro: en un idiota, mayormente, en un bulto. Los políticos lo saben hace mucho, por eso mandan que se conecte con sus discursos cuando están rodeados de multitud. Y sin embargo, siempre somos más los que no estamos en ella. El último apogeo de la erótica de la multitud ha sido lo de Michael Jackson: supón que en medio de esa multitud encantada de figurar (¿y no es pornográfico el mero hecho de imaginarse a cualquiera de ellos eligiendo vestidito para mejor resaltar en la multitud?) alguien recuerda que Michael Jackson fue acusado de pedofilia, y puesto en libertad porque llegó a un acuerdo económico con los demandantes. Sí, la multitud que lo llora, es muy parecida a la multitud que se congrega ante el juzgado cuando van a juzgar a un pedófilo. Las lágrimas de la primera son las piedras de la segunda. Ambas igualmente peligrosas. Ambas absolutamente idiotas e indecentes.

Cuando el gran poeta de las multitudes, Walt Whitman, las cantaba, henchía el pecho recordando esa sensación soberana de que en lo que es cada uno cupiera el mismo sentimiento que llenaba a todos los demás. No sé si es que las multitudes han cambiado o que, obviamente, no es lo mismo una multitud silenciosa que clama paz contra unos terroristas, que una multitud de chinos con palos que quieren reventar a sus vecinos de otra secta. La diferencia es evidente: está en el sentido del movimiento. Cuando es un movimiento defensivo, cuando la multitud la componen unas víctimas, es fácil encontrar en los versos de Whitman la poderosa verdad de su canto. Cuando el movimiento es ofensivo -para vender discos, para vender camisetas, para imponer una religión- nos encontramos con lo que decía al principio: la multitud es el lugar perfecto para que el idiota se sienta a sus anchas.

(Publicado por Juan Bonilla en el Diario SUR el 12 de julio de 2009).

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