martes, 27 de enero de 2009

EL ACONTECIMIENTO (1 DE 2)

¡Tolón, tolón, tolón!

La voz sonora y grave de la campana del Ayuntamiento de Piedragorda tiñó con su ritmo monótono, pero bien audible, el cielo azul de aquel mísero pueblo. Sus habitantes, como accionados por un misterioso y profundo resorte, abandonaron con prontitud sus labores y obligaciones cotidianas tomando pronto las de Villadiego (la calle por la que se desemboca a la plaza del Ayuntamiento).  Sólo los duros de oído, tirando a sordos, se quedaron con los brazos cruzados y sin hacer nada, porque como apenas oyen nada… Sin embargo, pronto comprendieron lo que tenían que hacer.

-Pero, ¿qué haces ahí parado y sin arreglarte, abuelete? –gritaba un mozalbete travieso al padre de su padre.
-Pues, ¿qué pasa, jovenzuelo? –respondía el abuelo unos minutos más tarde, después de haberle hecho repetir al chaval diez veces la pregunta.
-¡Tolón, tolón, tolón! –volvía a gritar el mozo, acompañándose de ilustrativos gestos.
-¡Ah, el tolón, tolón! ¡Haberlo dicho antes, caracoles!

Esta reacción general de afluencia inmediata hacia la plaza del Ayuntamiento no se hizo esperar, pasase lo que pasase…

-¿Oyes, Manolo? –preguntó la mujer del lechero a su marido (el lechero, naturalmente)- ¿Oyes? Nos llama el Ayuntamiento…
-Nos llama la vaca, mujer. Seguramente tendrá ya las tetas a rebosar.
-¿Olvidas que hoy es su día de descanso, según marca el convenio, y que por tanto no va a dejar que le manejes las ubres? –le replicó la mujer.
-Pues tienes razón, querida. ¡Nos llama el Ayuntamiento!


Dándole una patada al cubo de agua con que estaba adulterando la leche, se fue con su esposa a la Plaza Mayor para no perderse el acontecimiento anunciado. El barbero tampoco le fue a la zaga:

-¡Pero hombre - protestó el cliente- ¿cómo me va a dejar a medio pelar?
-Vuelva usted mañana y le pelaré la otra mitad –le respondió el barbero blandiendo en la mano izquierda la navaja de trasquilar.
-¿Pero usted comprende –volvió a protestar el cliente- que yo puedo salir así a la calle, con una patilla más larga que otra y con más pelo en el cogote que en la coronilla?

Pese a las protestas el barbero no dio un tijeretazo más y colgando en la puerta el letrero “Cerrado hasta que se vuelva a abrir” se largó con pelo fresco en dirección al Ayuntamiento. Algo parecido sucedió en la tienda de comestibles:

-Pero deme usted ya ese medio litrejo de vino…
-Lo siento, señora. ¿No ha oído usted el tolón, tolón?
-Sí, lo he oído, pero no creo que tarde usted mucho en despacharme medio litro de tintorro…
-Lo siento, señora, venga usted mañana.
-En fin –dijo resignada la mujer- esta noche beberemos agua…
-No se preocupe, que no notará mucho la diferencia… -terminó por decir el dependiente, medio cabreado.

Este fenómeno de abandonar todo lo que en ese instante se estaba haciendo para acudir a la llamada tolón, tolonera, ocurrió en todo el pueblo. La madre que estaba dando de mamar al pequeñuelo cortó el suministro lácteo y lo depositó en la cuna al cuidado del gato. El joven que estaba haciendo “pis” en ese momento, aligeró la evacuación para no perderse ni pizca del acontecimiento. La muchacha que estaba hablando por teléfono con su novio le dejó  a medias la declaración de amor:  "te quiero más que al Real Madrid, pichurri". El practicante, que estaba en esos momentos poniendo un par de banderillas en el trasero del director del banco, le abandonó dejándole el par a media asta.  En fin, nadie quería perderse el solemne acontecimiento que iba a tener lugar en la Plaza Mayor donde se ubicaba el Ayuntamiento. Incluso el dentista del pueblo, que estaba sacando la muela del juicio a la directora del psiquiátrico, pretendió interrumpir la extracción para asistir al acontecimiento.

-¿Pero cómo la va usted a dejar a tres cuartos? –le espetó el marido, que era matemático.
-No se preocupen. Si dentro de media hora estoy otra vez de vuelta…
-¿Y si se muere?
-¡Que espere un poco, oiga! ¡Tampoco es mucho lo que le pido!

El matemático sacó una navaja de 42 centímetros de larga por 6 milímetros de ancha y el dentista no tuvo más remedio que chincharse. Cuentan las crónicas que, a consecuencia de la frustración, días después le entró una depresión de caballo. El acontecimiento anunciado hizo perder la chaveta a más de medio pueblo.
CONTINUARÁ...

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