domingo, 11 de enero de 2009

DRAMA AEROPORTUARIO EN TRES ACTOS (1 DE 3)

 

Uno de los mejores inventos del sadismo humanoide son los aeropuertos: esas ciudades en miniatura llenas de algunos pajarracos y muchos pajaritos, donde los primeros hacen su agosto a costa de los segundos. En ocasiones, los pajaritos (o sea, los pasajeros) acaban fritos  de asco, indignación o cansancio.

Estos días muchos ciudadanos están sabiendo de primera mano cómo se las gastan en algunos aeropuertos, especialmente el de Barajas, aunque no es el único. Si en días de normalidad climatológica el viajero es tratado, más o menos, como si de un bulto más se tratara, cuando se juntan las nieves, las huelgas de celo de algunos pilotos intocables, el descontrol organizativo de Aena y el trato acostumbrado de muchos trabajadores del lugar, mejor olvidarse del vuelo y acudir al cine a relajarse un poquito viendo una película de terror: la realidad siempre superará a la ficción.

Desde el momento en que pisas las dependencias de un gran aeropuerto tómate por un pájaro desplumado. Ya sueles llegar mosqueado pues el taxista te ha cobrado el desplazamiento desde casa a precio de bellota cuando el kilometraje no pasaba de vulgar jamón de york. A continuación deberás realizar una carrera de fondo –se recomienda el uso de  zapatillas deportivas- por decenas de pasillos, vericuetos y laberintos hasta dar con la ventanilla apropiada donde habrás de hacer la cola de rigor.

-¿Y todos éstos vamos a caber en el avioncico? –preguntas sorprendido al que te precede.
-No se preocupe: a los que sobremos nos acomodarán en el vuelo de la semana que viene.

Tras la espera de rigor, te plantas ante la señorita o señorito de turno a ver si tiene piedad y te da un asiento de la parte delantera del avión, que cuando llegan las turbulencias el pajarraco se mueve un poco y a ti te da un acojono que no veas. Mejor estar cerca de los pilotos…

-Sólo me queda el asiento del retrete delantero y dos plazas en la bodega del equipaje. Usted mismo…

Maldices tu mala suerte y coges la tarjeta de embarque mientras despides apesadumbrado a tus cuatro maletas (jodé, una muda limpia para cada día de la semana, qué menos…) pues te imaginas los maltratos que pasarán las pobres en las siguientes horas y, lo que es peor, desconoces a dónde irán a parar gracias al organizado descontrol de equipajes del aeropuerto y de las compañías aéreas. Rezas cuatro  padres nuestros ya olvidados y te encaminas hacia el control de pasajeros tras recorrer otro par de kilómetros. Viajero no primerizo, pasarás olímpicamente de la comida que se sirve en los tugurios por mala, cara y de difícil digestión. Cuando estás a diez kilómetros de altura, tu estómago lo     que desea es tranquilidad y no echar horas extras triturando algo incomestible tomado  en tierra aeroportuaria.

En tu largo caminar ojeas las pantallas donde aparecen los vuelos más próximos. Tranquilo, chaval, te dices. Mientras que estoy aquí, dos horas antes de la salida, mi avión debe andar todavía por Londres, Paris o Berlín, así que adivina tú el porvenir de puntualidad británica que me espera. Pasemos cuanto antes el duro trance del control de pasajeros, que cada vez está más peliagudo. Entonces tu corazón empieza a latir aún más deprisa ante la visión de unos tipos y tipas disfrazados de guardias jurados que te van a cachear hasta los higadillos. Te quitas todo lo metálico, cinturón incluido, ropa de abrigo también y, más convencido que un creyente, ríes por lo bajini:

-Rabia, rabiña, que no me vais a encontrar nada metálico…

Ingenuo de ti. Siempre habrá algo que habrás olvidado de quitarte. Esos botones metálicos de los calzoncillos, ese piercing en la tercera vértebra intercostal, esas tijeras para cortarte las uñas de los pies aprovechando el vuelo…

-¡Piiii, piiiii! ¡Malandrín a la vista!

No pudo ser. Quizás sean los zapatos, que llevan algo metálico en los cordones… Y te los tienes que quitar, claro…

-Pero, oiga, que el suelo está muy frío y los calcetines los llevo algo agujereados y olorosos…
-Si quiere volar, ya sabe, pobre mindundi. Queremos comprobar que usted no es un terrorista islámico disfrazado de vulgar padre de familia, barrigón y distraído.
-Pero es que las normas dicen…
-Qué normas, bobo, qué normas… Si quiere llamo a los guardias civiles, que esos son todavía más exigentes…

Ante amenaza tan soberbia, y dado que tú sólo quieres ir a Cuba una semanita para disfrutar de la vida y de unos cuantos polvetes a la salud de Fidel Castro, agachas la cabeza, te quitas los zapatos y lo que haga falta. Y tranquilo, eh, que en unos meses el chequeo será mucho más limpio: un escáner mostrará al guarda jurado todas las vergüenzas que se esconden debajo de tu ropaje. Ese sí que te va a dejar en pelota picada. Próximamente en sus pantallas.

Cuando por fin recuperas tu dignidad perdida en los zapatos, das un suspiro profundo y te felicitas: sin novedad en el frente aeroportuario. (¡Pero qué inocente eres, capullo!)
                                 
CONTINUARÁ...

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