viernes, 5 de octubre de 2007

HIENAS Y BUITRES DE ASFALTO


No me caen simpáticos los carroñeros pajarracos llamados buitres ni las histriónicas hienas, así que aún menos aquellos humanoides que, no teniendo necesidad alguna de sobrevivir obteniendo alimento en las desgracias ajenas, se dedican precisamente a semejante entretenimiento. Por puro placer.


No hablo esta vez de aquellos representantes de los medios de incomunicación y deformación que se cuelan en las tragedias, sucesos y dramas habituales para poner indecentemente el micro o la cámara en el rostro compungido, lloroso o sobrecogido de los que han perdido un ser querido en un grave accidente, acto violento o acción criminal. Hace unas semanas, con la maestría que le caracteriza, Pérez Reverte ponía a parir a todos estos periodistos y mamones que se dedican a hurgar impunenmente en las desgracias ajenas. Su artículo, que enlazo, no tiene desperdicio.


Escribo aquí sobre otro tipo de buitres e hienas, que no cobran por hacer de carroñeros, pero que pierden su tiempo y el de los demás deleitándose en la acera de nuestras ciudades con la visión que le produce un peatón atropellado, un pobre hombre caído en redondo al suelo por infarto, el amasijo de hierros y heridos en el cruce de varias bocacalles. ¿Qué lleva a un ser común, anodino y vulgar como somos todos los habitantes anónimos de una gran o mediana ciudad, a estar minutos y minutos observando con detenimiento los lamentables resultados de una desgracia ajena? ¿Qué tiene de interesante, de instructivo, de entretenido el situarse de espectador a unos pocos metros donde yace un pobre desgraciado atropellado por un imbécil motorizado, o una chica despanzurrada por el cabestro de su “hombre”, o un par de cuerpos destrozados tras un brutal accidente?


Hay cientos de personas-buitre que son capaces de entretenerse en estos menesteres, mientras la policía acordona la zona, dirige el tráfico y pone cierto orden entre los espectadores que, desvergonzados, se arremolinan ante tan “sabroso” festín. Cuando llegan las asistencias médicas, o los bomberos, y no digamos el juez a levantar acta, sólo falta que alguna de estas hienas de dos patas inicie un aplauso para que el resto del personal haga lo mismo y aquello se convierta en un “abajo el telón”. Fin de la función. Aplausos y vuelta al ruedo.


Cuando a veces al Puñetas le ha rozado de cerca uno de estos incidentes, al tiempo que aligeraba el paso para alejarse cuanto antes de tanto curioso, de tanto mirón y de tanto sado-masoquista (¿a quién, en su sano juicio, le puede gustar ese tipo de escenas?), le daban ganas de acercarse al enorme corrillo y, con voz poderosa y enérgica, gritar:


-¡Imbéciles, iros al cine! ¿Qué coño hacéis aquí impidiendo que la policía y los médicos hagan su trabajo?


Naturalmente, me la envaino y cojo las de Villadiego, alejándome todo lo que puedo de aquel festín visual y auditivo en el que decenas de pájaros de mal agüero escudriñan el panorama que gratuitamente les ha deparado la fortuna para no sé si regodearse con las desgracias ajenas o para, quizás, demostrarse que en esos momentos ellos están bien “vivos”. Qué pena, en cambio, que espectáculos mucho más inocentes y gratificantes como la sonrisa de un niño, la caricia de un abuelo a su ya ajada mujer o, simplemente, la tierna mirada de una mujer embarazada, pasen sin pena ni gloria (simplemente, no existen) para estos mismos tipos (y tipas) que, como las hienas y los buitres ante un gran festín, segregan viscosa saliva ante una desgracia fortuita que aconteció delante de sus ojos. Pobres cegatos que no saben donde está realmente la luz…


== VIDEOTECA ==

POR FORTUNA, HAY OTRAS MIRADAS...

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