martes, 13 de junio de 2006

EL MUNDO DEL MUNDIAL


(Como ya sabrá hasta el más tonto del pueblo, ha comenzado el Mundial de Fútbol de Alemania. Quietos paraos, que llega lo más importante del mundo mundial. Así que iba a escribir un bello panegírico puñetero sobre el acontecimiento cuando encontré la opinión de mi admirado Antonio Soler, el domingo en el diario SUR. Aquí está su sentir -que gira en torno al mundial y al libro-, que suscribo por completo).

El mundo es una pelota de cuero que anteayer se puso a rodar. Ya casi nada importa además del trazado geométrico de esa pelota sobre la hierba verde de Alemania. Por aquí intentan flambear ancianos, en las tripas de Irak se nombra un sustituto del asesino Al Zarqawi y por acá y por allá secuestran y apalean niños, pero eso son anécdotas, lo de siempre. Lo importante es la pelota, el orgasmo del gol, saber si Raúl rinde o habrá que conformarse con un nuevo crespón negro en nuestra historia mundial. Nuestra armada invencible con pantalón corto. El planeta entero mirando esa pequeña esfera rellena de aire. En 'El fotógrafo del pánico' los personajes se grababan unos a otros con cámaras de aficionados, lo importante no era vivir, sino mirar.

El planeta es un trazado de esferas y su centro está ahora mismo en Alemania, lo demás son círculos concéntricos alrededor de ese núcleo blanco. Lo dicen los libreros madrileños en los últimos días de feria, atrincherados en sus casetas. Ojalá los libros estuvieran en el núcleo del mundo, se lamentan. Desde esa trinchera vemos a su lado pasar el mundo. Tal vez si la mitad, la cuarta parte, la décima parte, de quienes ven partidos de fútbol tuvieran algún trato con los libros el mundo iría mejor. Siempre y cuando leyeran más de un libro. Los lectores de un solo libro son peores que los analfabetos, mucho más peligrosos. Al Zarqawi y compañía con el Corán o los fundamentalistas americanos con la Biblia. Una tierra de labranza con un único surco, una fosa que cruza el planeta.

En el asilo de los Angeles también habrá en estos momentos un televisor pregonando alguna jugada balompédica. A veces llevé libros a ese asilo. Me equivoqué. Quizá tendría que haber dejado los libros en el descampado que hay al lado, donde los gamberros inician los incendios que acarician las tapias del asilo y sobresaltan a los viejos. Repartir libros entre los pirómanos, entre los secuestradores de niños, sus torturadores, los fanáticos del Islam. Sería un consuelo para los libreros que ven pasar el mundo al otro lado de la caseta, pero tal vez sólo para ellos. Los verdaderos pirómanos los usarían de combustible y los fundamentalistas encontrarían en esos libros nuevos motivos para la guerra santa. Tenemos que seguir resignados a ser minoría, a propalar una religión sin otro dogma ni mandamiento que el de la libertad. Olvidarnos de ese surco único que da la vuelta al planeta y sembrar en un huerto pequeño, abonar la tierra, ver crecer los frutos con paciencia. No tenemos que meter goles contrarreloj ni ganar ningún campeonato, por más que el afán de la competición, las listas de ventas y las sirenas nos hagan llegar sus cánticos. Ahondar, cargarnos de sabiduría para comprender que el mundo no acaba en un mundial y que vivir quizá sea más importante que mirar.

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