martes, 11 de abril de 2006

ALFONSO, EL TROLAS


Decir de un político que es un mentiroso no pasa de la categoría de lo descriptivo. El engaño, la trola y la no-verdad van inherentes con la profesión. Y digo bien, profesión, porque ya no se estilan aquellos seres bienintencionados que hacían su incursión en la política para arrimar el hombro a lo común y una vez cumplida su misión (o el intento) se retiraban igual que entraron. Ahora el político es un profesional que entra (entró) a formar parte del partido desde su más tierna juventud y en él ha ido escalando posiciones gracias a tragar mucho, mentir bastante y a ser muy obediente. Mientras que sepa bailar el agua a lo que digan los jefes de cada momento (ojo, los jefes, no la masa social del partido) el porvenir puede serle venturoso. Tras años de mamoneo y tragaderas, la edad va pasando y las oportunidades fuera del partido, también. ¿Y dónde va a estar mejor que dentro? Si se lo sabe currar, siempre habrá algún puestecillo para el chico aplicado (o chica). A veces hasta se consigue un chiringuito laboral gracias al enchufe de turno, la recomendación y tal. Un seguro de futuro por si vienen mal dadas, pese a los esfuerzos que se hagan. Da gusto ser hoy día un político profesional.


Toda esta introducción la traigo a colación al citar la mentira como modus vivendi del político que desde hace treinta años se estila en nuestra vida social. Ahora es el momento de citar a uno de sus más insignes representantes. El rey de la trola. Don Alfonso Guerra, el chistoso. Se construyó a su medida una biografía en la época de los inicios de la transición hasta que varios periodistas de los que anduvieron por allí cerca (Ignacio Camacho, Reviriego…) pusieron sobre el tapete algunas de sus más sonadas cantadas embusteriles. Su oposición al franquismo fue la misma que la de Lola Flores: puro folklore. Es el inteligente que afirmó que guisaba en la cocina del poder mientras su amigo González ponía el bello careto. El hombre de teatro que sabía dirigir a un mogollón de gente, como un solo hombre. Todo, pura farfolla. El mordaz martillo de la derecha, a la que denunciaba siempre de corrupta y estúpida. Algo de razón tenía, pero cuando el amigo llegó a manejar las tostadas del verdadero poder, mostró su auténtico rostro: inútil para gobernar, incapaz de frenar la corrupción de sus huestes y de su misma familia, tragaldabas de todas las tostadas con tal de seguir simulando en la hornilla que sabía hacer la paella. Un tipo afilado y retorcido al que se le iba la fuerza por la boca. Un caballero tragoncete y algo miserable a tenor de las cosas que dijo e hizo contra gente ajena y gente de su mismo partido. Acusó de golpista al presidente Suárez y todavía está por ver que haya pedido perdón y reconocido su grave error. Él solito fue capaz de quitarse de en medio a dos presidentes de la Junta de Andalucía porque los tíos brillaban más que él y querían volar un poquito por ellos mismos, que para algo representaban los votos del pueblo andaluz. Ni Escuredo ni Borbolla lograron sobrevivir a este Torquermada de la política de la inquina, incapaz él mismo de aplicarse su propia medicina, con lo que hubiera mostrado al mundo que sabía morir de pie aunque parte de su vida política la hubiera hecho de rodillas. Ni para eso vale. (Podría aprender un poco de su “enemigo” Bono).


Ajusto cuentas con don Alfonso porque me repugna su proceder. Lenguaraz y agresivo cuando estaba en la oposición, se volvió un corderito cuando su amigo “del alma” le dio (él decía que no la quería, qué va a decir este cantamañanas) una poltrona. Fue la decisión política más sabia de Felipe González: mostrarnos que de la pareja quien realmente valía algo era él y, al tiempo, poner las miembres para ir deshaciéndose de quien vivió a su sombra. Algunos afirman que al menos don Alfonso fue y es un hombre honrado, comparado con otros de su camada de generación. La honradez no tiene nada que ver con el ánimo de lucro y de pasta. La honradez es un valor personal que se defiende hasta haciendo cola en un aeropuerto o defendiendo las ideas propias cuando vienen mal dadas, aunque sea con riesgo de quedarse algo chamuscado en el intento. Don Alfonso no fue capaz antes de lo uno ni ahora de lo otro.


Últimamente parece que vuelve a asomar las gafas por la gatera. Tras su papelón con el Estatut catalán, que le parece infumable y tal, pero que aprobó sin abrir la boca ni decir ni mú, hace unos días se descolgó con un par de fanfarronadas y tontolinadas típicas de su augusta figura: presumió en Bilbao de haberse cepillado el Plan Ibarreche y limado el Estatut, animó a los militantes psocialistas a “recuperar la concordia entre los partidos políticos” (él, que siempre sembró bronca) y recomendó a todo el mundo mucha calma pues “hay que hablar poco y hacer mucho, porque si hablamos mucho y hacemos poco esto no se va a acabar nunca”. El herrero ahora nos sale con el cuchillo de palo. Pero como es un experto en decir y propugnar lo contrario de lo que hace, acto seguido afirmó sin caérsele el careto que Aznar, en su segunda legislatura, “criminalizó todo y se opuso de una manera brutal a todos los que dijeran algo desde una comunidad autónoma”. O sea, que gran parte de culpa del Plan y el Estatut corresponde al tío del bigote, ese que nos metió en la guerra de Irak y en este desgobierno. Alfonsito sigue como siempre, por él no pasan los años. Es como un niño chico para el que la culpabilidad de las cosas malas que pasan a su alrededor es siempre de los otros. Qué poca autocrítica en un ser que se decía -y dice- muy crítico con el mundanal ruido. En eso sí es un gran es experto, en hacer ruido. Ahora, el inmaculado Alfonsito ya no pinta casi nada en el partido, pero necesita seguir figurando en el cartel de la obra, aunque sea de cómico segundón y cobrando derechos de autor. Fuera de la Compañía sigue haciendo mucho frío. (Un inciso: El asesor de su hermanito, el Juan Guerra, acaba de dar un pelotazo de 150 millones de euros en Estepona vendiendo unas hectáreas que compró hace cuatro años por 44 millones gracias a una hipoteca de El Monte de 43,7 millones). Alfonsito sigue sin enterarse (ni criticar, oiga) de todo cuanto ocurre en su ámbito doméstico más cercano, aunque roce a su pícaro hermano. Ni antes lo hizo, ni ahora. Estas minucias no le interesan. El Guerra está siempre por encima del bien y del mal. Un ángel del señó.


A estas alturas de la función no cabe esperar que el personaje cambie de papelón, pero sí al menos que tenga cierta decencia política (y, quizás, personal) dejándose de tanto histrionismo y cantamañaneo. Su alargada figura no interesa a las nuevas generaciones y a las viejas nos repatea (decir que nos decepcionó sería un elogio). Que siga escribiendo un libro de vez en cuando (él, tan presumido de intelectual…) para recordarnos que, a pesar de los años, sigue conservando intacta su magnífica fabulación y ácida maldad, que aplicada en el mentiroso mundo de la política es muy peligrosa. Pero Don Alfonso no corre riesgo alguno: tiene las espaldas bien cubiertas. Siempre las tuvo aunque le gustase presumir de todo lo contrario. Que algunos te conocemos demasiado bien, camarada… Un tío simpático, oyes, el Guerra. Aunque ya no sea un descamisado...y ande por Bilbao proclamando la armonía universal.

1 comentarios:

Anónimo dijo...

Como puede ver querido Don Juan, sigo siendo un asíduo suyo....
Observo que conoce al personaje.
Me complacería que este hombre fuera un ejemplar singular en la vida política del pais.
Pero, lamentablemente, son ya tropel los personajes de esta cadadura, y, todavía peor, comienza la sociedad a aceptar este estado de cosas como algo consustancial al "oficio" político.
Y, ¿sabe Vd. por qué las cosas son así?:
Pues muy sencilla la respuesta: Los mecanismos de control del poder por parte de los gobernados son débiles e insuficientes.Y lo poco que quedaba en el "autocontrol" (separación de poderes) es una caca.
La hoja de ruta de este tren de la democracia española nos lleva inexorablemente con destino balcánico.