viernes, 10 de febrero de 2006

QUÉ TRABAJO MÁS CANSAO EL DEL SEÑÓ DIPUTAO



“Pasó la época de los grandes oradores, pasó la época de los buenos discursos, pasó la época de los debates inteligentes y llegó el diputado biónico, un tipo encargado de pulsar el botón que diga el grupo parlamentario en el momento oportuno, el resto del tiempo lo puede utilizar en descansar su mente y evadirse de la política mezquina”. (Rafael E. Simancas, en el diario EL MUNDO de 10-02-06)


Los padres y madres de la patria realizan el trabajo más descansado que existe y aunque no ganan gran cosa en comparación con sus homónimos europeos, ciertamente que –dado lo poco que hacen- van bien despachados. Muchos de ellos son unos auténticos desconocidos por el personal de a pie del país. Ni siquiera saben su nombre en su circunscripción electoral. Muchos son puestos en las listas electorales porque son amigos o conocidos de los jefes, de esos cuatro gatos que son siempre los que salen en las afotos y en los telediarios. El diputado anónimo abunda cantidubi (y el senador missing, no digamos).


Por supuesto que deben trabajar un montón, pero no se les nota. Viajarán mucho, tendrán abundantes reuniones con la gente que manda en el partido y en el escalafón habrá debajo de ellos una patulea de serviciales a los que mandar a por café. Pero para lo que realmente se les elige dentro de las listas de un partido en unas elecciones cuatrianuales, esto es, para representar a toda la población y dar cuentas a ella de lo que hacen, para eso parece que no les eligieron. ¿Cuántos diputados se echan a las calles de la provincia por la que iban en las listas, para explicar a la gente qué están haciendo, qué votan, porqué hacen esto o aquello, qué es del programa electoral bajo cuyo paraguas se presentaron? Ni reuniones con las principales asociaciones de vecinos, oenegés, sindicatos, cofradías, sectores educativos o grupos de renombre de su circunscripción electoral. Pa qué. Al fin y al cabo, ellos sólo tienen que dar cuentas a quienes les eligieron y cobijaron bajo unas siglas, que son las que al final dan o quitan votos. A esos jefes son a quienes deben las habichuelas que se comen en la actualidad.


¿Cómo es posible que mucha gente conozcamos el nombre del barrendero que quita la basura de nuestra calle, o el del panadero que nos fabrica el manduco o el del señor del kiosko que nos trae las noticias calentitas en su tinta de periódico, y en cambio, no tengamos ni pajolera idea de cómo se llaman quienes nos representan en el Parlamento democrático? ¿Qué hacen estos padres y madres de la patria y de la provincia que no sólo no logran interesarnos por lo que hacen -¿pero hacen algo, aparte de simplemente votar lo que les dicen?- si no que tampoco hacen esfuerzo alguno porque los conozcamos mínimamente?


El jueves día 9 se volvió a repetir una jugada que de vez en cuando les pasa a todos estos prohombres y promujeres pseudodesconocidos/as, excepto los cuatro que cortan el bacalao. Ante un decreto ley del gobierno zapateril por el que se iban a subir los impuestos sobre el tabaco, 30 socialistas votaron en contra (incluyendo a un ministro y una gran jerifalta) porque no se enteraron bien de qué había que votar. Y es que “la encargada de indicar a sus compañeros de partido el sentido en el que debían votar –con un gesto de su mano levantada-, se equivocó: primero hizo la señal convenida para que votaran NO al decreto del Gobierno e inmediatamente se dio cuenta de su error y cambió la señal para el SI, pero ya era tarde”. (EL MUNDO).


Antes de la votación, los unos estarían durmiendo, otros leyendo y los más contando las telarañas del techo. Cabe imaginar que no sólo no se habían leído previamente el decreto si no que ni siquiera les habían pasado el texto sus amables jefes. Para qué tanto esfuerzo si basta con levantar una manecita y decirles que aprieten un botón que dice SI o uno que dice NO. A esto se le llama tener “obediencia de partido”, o sea, espíritu crítico, inquietud, ganas de aprender, cumplimiento laboral y otras gaitas. Después pasa lo que pasa, que salen leyes infumables por las que el personal se pregunta:


-¿Pero están locos estos romanos?


Basta que lo estén, aunque sea temporalmente, sus tres o cuatro capataces para que el invento salga en el BOE y en donde haga falta, aunque luego cause la hilaridad o el estupor a cualquier hijo de vecino sensato. Ese es el caso, por ejemplo, de esa ley que ahora intentan aplicar a los principales matarifes de ETA que andan en la cárcel, como un tal Parot, con más de 80 muertos a sus espaldas, condenado a más de mil años pero que a los veinte puede salir a la calle por una interpretación clemente e interesada del Gobierno. “Es la ley”, se dice. Lo que no dicen los “muy-muy” es que quienes hicieron y , sobre todo, quienes aprobaron masivamente esa ley estaban tocando el violón cuando llegó la hora de votar.


-Chico, ¿qué toca ahora votar?


-Una ley que va a meter a los etarras en la cárcel hasta que nos salga de las narices y de nuestras conveniencias políticas. No me la he leído porque ni siquiera nos la han dado. Para qué si, opine lo que opine, debemos votar lo que nos digan nuestros dirigentes máximos del partido. A nosotros no nos pagan por pensar si no por votar lo que diga el mando.


Y así salió el engendro. Así sale muchos días del año, con equivocaciones o sin ellas. Y así nos luce el pelo. A nosotros, claro. A ellos les va divinamente.

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