martes, 13 de diciembre de 2005

DE JUAN LENNON A CARLOS CANO

Llevamos ya unas semanitas en que por tierra, mar y aire nos están bombardeando con Juanito Lennon, aquel Beatle que tras su caída del caballo camino de Damasco abrazó la fe pacifista y tal, hasta que un mal día un descerebrado de esos que tan a menudo fabrica Norteamérica, le arreó varios balazos por la espalda y lo mandó al otro barrio, a disfrutar esta vez de la paz eterna.

Mientras que formó parte de los Beatles, el amigo Lennon apenas destacó en nada que no fuese componer muy bellas melodías, cepillarse a muy histéricas admiradoras, lucir una cabellera que ponía los pelos de punta a los cavernícolas y vivir de gran hotel en gran hotel dándose la gran vida. Cuando el tinglado se vino abajo (que es cuando los miembros de un grupo se creen que por sí solos van a seguir funcionando igual de bien que juntitos y amarraditos), también se fue al garete la vida musical y lujosa de cada uno de los componentes de los Beatles. Estuvieron viviendo de las rentas una temporadita y no levantaron cabeza. Encima se dedicaron a darse puñaladas traperas los unos a los otros, incluido el Lennon, que no iba de mosquita muerta precisamente. Mucho alcohol y mucha droga se metió en el cuerpo hasta que –el chico era inteligente- decidió cambiar de registro tras separarse de su primera esposa y arrimar el pene y su cuerpo serrano a una japonesa llamada Yoko, quien a partir de entonces hizo con él lo que quiso.

A partir de entonces, a Lennon le entraron unas prisas locas por manifestarse pacifista. Una cosa, por lo visto, la mar de rara en el género humano. Y oyes, el chaval empezó a salir de nuevo en los telediarios con la misma facilidad con que antes lo hacía tocando la guitarra en los Beatles. Por aquellas fechas había miles y miles (qué digo, miles de millones) de pacifistas por el ancho mundo, entre otras cosas porque la guerra de Vietnam y la guerra fría los fabricaban como rosquillas, pero mira por donde el más famoso de todos ellos fue Juanito, gracias a unas cuantas canciones (algunas bellísimas, por cierto) y muchas manifestaciones sobre la paz, el amor fraternal y esas cosas tan dulces que se nos ocurren cuando tenemos el bolsillo bien repleto, follamos cantidubi y encima vienen los periodistas detrás nuestro a ver qué nueva portada almibarada les damos. Y Lennon dio muchas, algunas mil veces repetidas estas últimas semanas, con motivo del 25 aniversario de su asesinato. La más bonita de todas es esa en que se le ve junto a su pareja metidos en una cama de un hotel de cinco estrellas, con varias pancartas alrededor citando la palabra paz: una proeza digna de perdurar toda la eternidad.

Para mí que Lennon es el precursor de esa figura tan actual y enternecedora que representan los chicos y chicas de la farándula (cine, música, teatro y medios de masas), todos ellos más progresistas que nadie y todos dotados de buenas carteras, buenos cuerpos, buenos antagonistas sexuales y buena gastronomía. Como dice mi vecino (un facha de tomo y lomo), él también sería el más progre del mundo si en vez de ganar mil doscientos euros al mes picando piedras en una cantera, estuviera de parranda todo el año por el mundo mundial grabando cedés, haciendo películas y embolsándose los euros a "puñaos". Yo no tengo tan mala leche como mi vecino, pero sí creo que Lennon supo componer la canción más oportuna en el momento más adecuado. Y asumir su papel de pacifista radical con todas las consecuencias mediáticas. Encima lo mataron en pleno éxtasis (no por ser pacifista, ojo), así que comprendo que a estas alturas de la película nos lo pongan en la sopa a todas horas, mañana, tarde y noche.

En cambio, hace unos cinco años moría otro cantante, pero en la cama de un hospital. Lo hacía en Andalucía, en España, o sea, que casi nadie del mundo mundial se enteró. Era más pacifista que el Lennon y desde sus años mozos. Se había enfrentado al estertor del franquismo, lo que le costó sus buenos disgustos. Ya en la democracia, en vez de subirse al carro de los vencedores y aparecer como el más progre de los progres y amarrarse a alguna poltrona del poder, decidió seguir siendo un fulano,mantener su independiencia, profundizar en sus raíces culturales y en la defensa de los más necesitados, nombrándolos con nombres y apellidos, que es como se debe hacer en el auténtico compromiso social. Así, cantó contra la OTAN o la Rota yanqui, defendió a los pobres desgraciaos de medio mundo, siguió viajando en coche y pernoctando en hoteles del montón, dignificó la denostada copla popular y se mojó en todo lo que pudo (incluso contra los gobernantes de su tierra), de manera que murió siendo censurado por aquella progresía a la que inicialmente tanto había ayudado con su postura personal, sus versos y sus canciones. Ningún descerebrado se lo cargó a tiros, porque nunca causó la envidia de nadie. Sólo la maldita genética ubicada en su corazón por vía materna, se lo llevó en un segundo intento, tras haber renacido del primero hacía cinco años, allá en las tierras norteamericanas, a manos de un cardiólogo español.

Carlos Cano se llamaba este dignísimo y auténtico hombre, autor de algunas de las más melancólicas canciones que uno recuerda. Y también de algunas de las más irónicas y críticas. Pero por estas mismas fechas en que se conmemora hasta el hartazo al camarada Juan Lennon, de Carlos Cano casi nadie se acuerda. Hay que joderse.

0 comentarios: