miércoles, 11 de febrero de 2009

CUENTECILLOS PUÑETEROS: LA ESCOPETA JUSTICIERA

Los dos venados pacían bonachonamente a orillas del charco. “Ojalá que la crisis económica que padece el país dure toda la eternidad” –dijo el ciervo más viejecito. “No te entiendo, tito” –replicó el otro, que como era bastante más joven, aún desconocía muchas verdades de la vida. “Sí, querido, como los humanos están sin un duro, no les quedan ganas ni dinero para coger el coche, traerse sus escopetas y municiones y entretenerse un día disparándonos desde todos los rincones, a traición y con alevosía, para así saciar su sed de sangre animal. Los muy mamones se dicen amantes de la paz, del planeta y de todo bicho viviente. Hay que joderse… Como si nosotros no fuéramos bichos también y nuestro destino fuese simplemente ayudar a pasar un rato divertido a estos tipos tan anormales”.  “Tienes razón, tito. Se creen los reyes de la creación porque poseen un cerebro un poco más evolucionado a fuerza de machacar al resto de los seres vivos, incluidos los de su misma especie, que es el colmo de la imbecilidad. Pero si es como dices y las dificultades económicas que ahora pasan hacen disminuir el número de cazadores y de gente que viene a matarnos, que la crisis no acabe nunca”.

Pasaron varias horas hablando tranquilamente de sus cosas íntimas y despotricando sobre sus mayores enemigos: esos hombres con escopetas al hombro. El día había amanecido estupendamente gris y frío, lo que hacía presagiar una encantadora jornada pues los humanos odian las incomodidades climatológicas. En esto que empezaron a oír cierto murmullo a lo lejos. Con el instinto que tantas veces les había salvado la vida, salieron corriendo hacia el  escondite especialmente preparado para las situaciones de riesgo y peligro. Quizás estaban siendo demasiado optimistas. El número de cazadores, en el último año, había decrecido de manera altamente satisfactoria aunque les llegaban rumores de que la matanza de piezas más preciadas para el estómago humanoide estaba aumentando alarmantemente. Escondidos en su refugio vieron pasar muy cerca a un tropel de bípedos irracionales cargados de armamento hasta los dientes.  Nuestros cérvidos no perdían ojo ni oído. “Ministro, ¿siguen los jueces empeñados en hacerle huelga?” –se oyó a escasos metros. “Es una huelga ilegal, pero dejemos los problemas cotidianos que aquí vengo con mi amigo Garzón a echar un rato agradable disparando a todo lo que se mueva”. Los ciervos se miraron temblorosos, procurando evitar hacer el más leve ruido. Cuando la comitiva ya se encontraba a cierta distancia, el venado más viejo miró a su sobrino y le dijo con la innata sabiduría de los de su especie: “Se me había olvidado que la crisis no afecta a los políticos y aquí tienes una prueba. Con un poco de suerte lograremos ver amanecer mañana”.

Enlace patrocinado por la Sociedad “Animales sin Fronteras y Hombres sin Escopetas”.

2 comentarios:

Anónimo dijo...

Carísimo Profe:
Solamente dos palabras
"Adieu Montesquieu".
Siga con salud.
Freixo

Juan Puñetas dijo...

Adiós Montesquieu y adiós vergüenza, adiós justicia, adiós a varias decenas de venados que la palmaron para que el ministro, el juez, y otros señoritos, pasasen un rato divertido y olvidasen las penas de su duro trabajo diario. Matar así siempre me ha causado cierta repulsión. Matar a un ser vivo indefenso, del tamaño que tienen esos cérvidos, por el simple placer de matarlo me resulta una escena poco edificante. Me gustaría saber qué se hizo de la carne o de los despojos de la cacería, aunque presiento que todo iría a la basura. Los animales no tienen código penal, pero de tenerlo, considerarían la acción de Bermejo, Garzón y Cía como un asesinato en masa. Si quieren divertirse y, de paso, contarse sus cuitas y complicidades, que se vayan a una taberna a beberse varios chatos de vino y, luego, con el cosquilleo del alcohol, que se cuenten chistes de jueces y políticos. (Ah, y todo ésto, en plan señorito finolis, que esa es otra).