
Siempre había pensado que las Constituciones de los países democráticos debían reconocer en alguno de sus articulados algunos derechos no contemplados habitualmente. Reconocer derechos como el del cabreo de los ciudadanos, el derecho al silencio y no al ruido o el derecho al placer sexual. Puestos a reseñar en las Cartas Magnas asuntos que luego si te he visto no me acuerdo –ya saben, derecho a una vivienda digna, a una educación de calidad, a una salud sin colas interminables de espera, a una justicia igual para todos y otras zarandajas-, ejemplos como los tres reseñados me parecían que tampoco estarían mal. Darían un toque de progresismo muy fino y, de paso, dormirían el sueño de los justos, como los ejemplos que cité poco después, pero siempre permitirían que en cada campaña electoral los políticos vivales de turno se llenasen la boca con palabras y derechos grandilocuentes que luego suelen ser tomados a modo de inventario. Mira tú por donde, una legisladora ecuatoriana “ha presentado una iniciativa para garantizar el placer sexual de las mujeres por decreto constitucional”. Ni qué decir tiene que los políticos de la oposición se están riendo a carcajada viva con semejante parida, hablando de “orgasmos por ley”. Supongo que la señora legisladora no será tan estúpida como para pretender esto ni que se sancione a los machos ecuatorianos –vía judicial- porque no cumplen como corresponde con sus santas. Quiero pensar que la feliz idea de la susodicha pretende poner en cuestión el papel excesivamente tradicional que muchas mujeres siguen teniendo hoy día y que las minusvalora como personas. Algo así como ser el reposo del guerrero ceporrón, amas de cría en propiedad exclusiva de su santo varón, que se las cepilla sólo pensando en él y en su colgajo testicular. Si es así, adelante con los faroles y duro al mameluco y a los mamones que sólo piensan en ellos y en su egoísta disfrute. Otra cosa es que también a los hombres debe reconocérseles el libre derecho al placer sexual. Entre otras cosas porque algunas de sus parejas andan a menudo con la líbido de capa caída. No parece razonable que en cuestión de cama y meneos sólo una parte vea reconocida –aunque sólo sea, ya digo, sobre el papel- su necesidad de pasarlo bien y cantidubi, en libertad y con el máximo respeto hacia el otro o la otra. Si hay poco fuego o se produce demasiado, es una cosa que al menos depende de dos. Vamos, digo yo, señora legisladora del amor hermoso…
0 comentarios:
Publicar un comentario