miércoles, 26 de marzo de 2008

EL REGRESO DE FARRUQUITO - EL TIBET: PREGUNTAS SIN RESPUESTA

EL REGRESO DE FARRUQUITO. Farruquito es un bailaor de la cosa flamenca que se hizo muy famoso a partir del 30 de septiembre de 2003. La causa fue muy simple: atropelló a un peatón y lo mató. Circulaba a 80 kilómetros por hora en una calle con limitación a 40. Se saltó un semáforo en rojo antes del atropello. Se saltó varios más cuando salió huyendo. No tenía carné de conducir, pese a lo cual conducía un BMW. A los seis meses del hecho, y cuando la policía ya le acusaba tras seguirle los pasos, declaró un poquito sobre el accidente mortal. Por de pronto, insinuó que quien conducía era un hermano suyo, menor de edad, para que así no hubiera posibilidad de castigo. El coche ya lo había arreglado y mentido en el taller acerca del origen de las abolladuras y rasguños. Sólo con estas cuatro pinceladas la mar de gloriosas, ya todo el mundo sabrá, o recordará, quien es Farruquito. Tras diversos escándalos judiciales con ridícula condena, la cosa acabó en cárcel durante tres añetes y una moderadísima indemnización a la viuda. Hace catorce meses, más o menos, ingresó en la cárcel. Por su buena conducta e integración empezó a disfrutar regularmente de permisos de salida a los diez meses de trena. Ahora acaban de darle el tercer grado, o sea, que sólo acudirá a visitarla para dormir. En el país del “gratis total” (así lo venden los políticos, aunque la mayoría sabemos que de donde salen tantas alegrías es de nuestro depauperado bolsillo), lo más gratis de todo es defraudar a Hacienda si eres rico y matar a alguien con el cochazo, seas famoso o indocumentado. Así que desde aquí nos alegramos por Farruquito, faltaría plus. El señor al que atropelló (si es que hay vida en el más allá, que lo dudo) estará mordiéndose las uñas de rabia e indignación, pero en el país del vivo al bollo y el muerto al hoyo, hay que seguir manteniendo nuestras típicas señas de identidad.

EL TIBET, PREGUNTAS SIN RESPUESTA. “El Tíbet volverá pronto a ser la causa olvidada de siempre, su tierra ocupada noticia cuando Richard Gere se fotografíe con el Dalai Lama o Brad Pitt se decida a protagonizar la secuela de Siete Años en el Tíbet. Pero mientras todavía nos acordamos un poco de los tibetanos, cuando aún queda algún telediario dedicándoles unos pocos segundos entre las peleas políticas de siempre y el fútbol, es tiempo de preguntarnos por qué no importa el Tíbet. ¿Qué deben hacer los tibetanos para que un presidente occidental, sólo uno, hable en su favor y denuncie la represión que viven? ¿Romper su resistencia pacífica y volar discotecas llenas de adolescentes como hace el terrorismo islámico? ¿No merece ninguna atención que los tibetanos lleven cinco décadas sin devolver el golpe, no importa cuántos de sus hijos vayan a la cárcel, cuántos de sus templos sean sustituidos por burdeles, cuántas veces sean humillados en su propia casa? ¿Va a seguir guardando silencio la mal llamada 'comunidad internacional' mientras Pekín sitia el Tíbet, expulsa a periodistas y testigos y toma la región con decenas de miles de tropas, llevando la oscuridad al Reino de las Nieves? ¿Qué debe hacer el Dalai Lama, líder espiritual de millones de budistas y legítimo representante del Tíbet para ser recibido por un presidente occidental (Angela Merkel aparte, la única que ha tenido la valentía de hacerlo)? ¿Por qué el mismo Aznar que no tuvo problemas para entrevistarse con Gaddafi se negó a recibir al líder de millones de budistas? ¿Por qué el mismo Zapatero que habla de Alianza de Civilizaciones le ignoró en su última visita? ¿Es acaso posible que, en su desesperación, los tibetanos agradecieran incluso un poco de la retórica vacía de nuestros dirigentes, que sintieran arropados por ella? ¿Dónde están los políticos que con justicia denunciaban la brutalidad del régimen birmano cuando aplastaba a los monjes en Rangún el pasado septiembre? ¿Dónde los que celebran la emancipación de Kosovo, con una historia como nación independiente mucho menor que la del Tíbet? ¿Hasta cuándo condicionará Occidente su postura ante la dignidad de otros pueblos en función de los Airbus, las Coca-Colas o los Chupa-Chups que pueda venderles? ¿Hasta cuándo la cobardía moral de quienes claman por los Derechos Humanos sólo allí donde su denuncia carece de coste, callando en lugares donde existe la promesa del beneficio comercial? ¿A cuál de esos líderes europeos que hoy callan les importa que los tibetanos hayan sido convertidos en una minoría discriminada en su propia tierra, que sus pies tengan que ser amputados tras huir de la represión a través de la nieve en una larga odisea a través del Himalaya o que sus monjes sean torturados en cárceles chinas? ¿A cuál?” (David Jiménez en “elmundo.es”).

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