viernes, 29 de junio de 2007

"PALABRAS DE DIARIO"

Rara vez escribo sobre un libro, pero éste me ha encantado, emocionado y evocado mil cosas. No será un best-seller ni le harán puñetero caso los plumillas de los mass media, pero quizás el boca a boca consiga que seamos mil, cinco mil o diez mil quienes nos deleitemos con su lectura, con “lo pequeño, lo cercano, la memoria, el asombro, el imposible olvido, el amor, la lluvia, la pena, el silencio, la muerte.., la carne y el alma, la ausencia, el placer y el vértigo de los sueños”.


Su autor es Antonio García Barbeito, escritor, poeta y periodista de Aznalcázar (Sevilla). Se llama “Palabras de diario” y en marzo salió la primera edición en Ediciones B. Una joya (está formado por 143 textos independientes) para leer en voz alta, en el silencio de la noche, bajo la sombra de una higuera o con el murmullo del mar al fondo, en una cala semidesierta. O tranquilamente sentado en casa, alejado del ruido y la telemugre. Una buena ración de literatura, refrescante, intimista, profunda. “Don Antonio coge el bisturí, aplica el sedante de la poesía, abre a España en canal, azota al poderoso, restaura el sentido común e incendia con la palabra disfrazada de ternura el país de los ineptos, el país de los corruptos, la nación que le apasiona”. (Extraído del prólogo). Y todo ello desde el campo, el pueblo, el frío y la calor, como telón de fondo de las grandes preguntas del hombre y del universo.


Con un lenguaje sencillo pero profundamente poético, jamás este libro llegará a los grandes consumidores, ni siquiera de la literatura. Pero si –amigo lector- quiere echarle un ojo, aquí va uno de esos 143 textos. Le aseguro que los restantes son tan buenos como éste.


CEGUERA


Está de mudanza. Y anda triste. Al dejar la casa, en la que ha vivido los mejores años de su vida, le queda una honda tristeza de emigrante obligado que tuviera que romper el diario del pueblo acostumbrado, de sus gentes, de su labrada comodidad.


Recuerdo cuando vino. Eran los primeros días de un año difícil para él, y le costó hacerse al hogar y a la zona. Pero aquella casa se fue convirtiendo poco a poco en lo que an­daba buscando siempre: paz, luz, anchura y profundidad de paisaje... Y un río cerca. El solitario halló la horma del in­quieto pie de su vivir. Y la hizo suya, celoso y amante de ella; se abrazó a sus paredes como a la mujer amada con desco­nocida pasión.


Aquí luchó por sus últimos días de la cárcel laboral que lo aprisionaba y aquí conoció, ganada a pulso, su liberación. Verlos juntos —a él y a la casa— era pensar en una pareja compenetrada. Aquí rompió amarras, aquí despejó dudas, aquí labró ilusiones... Y amó como nunca pensó amar. Y gozó como nunca pensó gozar.


Y se va. Y le duele como si le arrancaran las raíces. Sabe que esta casa es un granero de sueños y realidades que le ha dado para muchas siembras. Aquí ha reído, ha llorado, ha cantado... Y también ha cenado muchas veces pan de sole­dad que nadie entendería nunca. Por eso, cuando remueve armarios, cajones, cajas..., y los días —los años— empiezan a salir, a resucitar, siente que allí, en esas cuatro —son cua­tro— paredes se le queda encerrada más de media vida. Está deshaciendo la casa y parece que se estuviera deshaciendo él. Se va porque quiere y porque, además, le esperan una paz, unas luces y un paisaje más anchos, pero esta pequenez que le cabía en un solo ojo es ya un mundo dentro de él.


Y se va. Pero sé que muchos días —muchos años—, al pasar por aquí, mirará para estas ventanas como para un reino perdido, como se mira un amor que se soltó del bra­zo del corazón.


Y si pasa y no quiere mirar, otras tardes, al mirar otro paisaje, se le cegará la mirada y, como una mano pegada a los ojos, sólo podrá ver lo que recuerda. Pasa siempre que uno se arranca la felicidad en flor.

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