martes, 19 de septiembre de 2006

PORCA MISERIA TELEVISIVA


Veo tan escasa televisión que, por mí, podrían irse al garete todas las cadenas. No las echaría en falta. Lo malo de ello es que millones de mis semejantes enloquecerían o se deprimirían y el espectáculo no sería nada gratificante. De modo que mejor dejar las cosas como están: ellas, con su basura audiovisual a cuestas, y el menda, con mi indiferencia cuasi total. Esta rareza mía no impide que más o menos esté al tanto de lo que se cuece por las tropecientas cadenas del WC a través de artículos periodísticos, comentarios del prójimo y visiones ultrarrápidas a la caja tonta cada vez que paso por delante de ella, sea en casa o en un escaparate. Sólo el deporte en directo me atrae de vez en cuando hacia las telecacas, aunque la mayoría de las ocasiones salgo perdedor en la batalla, aburrido y violentado por K.O. técnico.


Y, sin embargo, hubo un tiempo en que el Puñetas disfrutaba con la telele. Sólo había una, todavía las imágenes eran en blanco y negro y –pese a la censura imperante- se podría decir que con aquella televisión hasta se aprendía. (Hoy las telecacas, con toda la libertad del mundo, son incapaces de hacer una programación educativa o sugeridora de aprendizajes; lo suyo es la escuela violenta, esquizofrénica y amodorrante). Me ha recordado aquella televisión de mi niñez y adolescencia un comentario de Alvaro García en EL MUNDO, edición de Málaga: “Llevo años sin televisión y no ha pasado nada. La tele, más o menos, me educó en los años 70. (…) Por cierto, ¿puede educar la tele? Puede educar la tele. Yo de niño veía sin saberlo a clásicos franceses, a Jardiel, el diario de Ana Frank, las cejas de Conchita Montes, Joseph Pla y Cortázar con Joaquín Soler Serrano…”


Como el periodista, el escribiente ha disfrutado en su mocedad con decenas de obras de teatro (aquel famoso "Estudio-1"), unas clásicas, otras humorísticas, todas de enorme calidad: Moliére, Lope de Vega, Schakespeare, Dostoievski, Mihura… Aquellas entrevistas a personajes del mundo, amplias, sin prisa. Concursos con los que aprendías refranes, gramática… o en los que competían para demostrar sus saberes colegios e institutos de toda España. Programas divulgativos sobre el motor y educación vial. Comedias y series blancas para abrir la imaginación o despertar la curiosidad… Y, por encima de todo, la Clave, un coloquio de Balbín con gente sabia y entendida para discutir en profundidad –tras la proyección de una película alusiva- sobre grandes temas humanos o de actualidad. Qué lejos queda todo, no porque hayan pasado muchos años, sino porque ahora no hay nada que ni por el forro se le parezca.


Un erial. Tierra quemada. Bazofia pura y dura. Eso son en la actualidad el 90 % de los contenidos televisivos. Todas las cadenas repiten las mismas noticias, idénticas imágenes, parecida palabrería y vicios comunes, con un desaprovechamiento casi total de esa libertad que teóricamente tienen a manos llenas (y que, ay, nos faltaba entonces), pero que no les sirve nada más que para embrutecer al tele-espectador. Es tanta la falta de escrúpulos, de vergüenza, de saber, que cualquier persona que haya visto algo de televisión hace veinte años (y no sólo en España) tiene que sentir por fuerza asco y aversión a este enputecimiento actual. Qué pena que un medio que podría ser una auténtica palanca para ayudar a mejorar a la gente (al tiempo que sacia parte de su ocio) se haya convertido en una auténtica fábrica de alienación y de estupidez.


Tan poca creatividad hay en las teleles (también en el cine, la música o el arte, para qué cerrar los ojos) que –como en el caso de Antena 3- se dedican a hacer remakes de programas antiguos infumables, como “El precio Justo”. Educación para el consumo, je, je. Al parecer, sus creativos tienen todas las cualidades menos una: la creatividad. Debates –cuando los hay- en que el interviniente sólo tiene 59 segundos para dar la opinión o le cortan en medio de la frase. En ellos, hasta Sócrates parecería un cretino. Series y películas en que predomina la violencia gratuita y el “dejá vu”. Humor: ¿qué es eso? Humor inteligente: ¿mandeeee? Da pena ver a ilustres actores que en mi juventud representaban a personajes clásicos, hacer ahora el ganso como secundarios en cualquier patochada nocturna: Luis Varela o Amparo Baró, por ejemplo. Programas cagarruteros en los que juntan a un montón de gente para ir eliminándola una a una y ver quien es el vago o el tonto que gana el premio gordo a la burricie.


En fin, que si las telecacas son reflejo del mundo y la sociedad en que vivimos –y, en cierta medida, lo son- “parad el mundo, que me bajo”, que dijo el clásico. El pobre (o la pobre) tuvo que quedarse como estaba porque por mucho idealismo y protesta que le echemos al invento, el mundo seguirá funcionando hasta que lo destruyamos definitivamente. Estamos en ello y las telecacas las primeras. ¿Quo vadis, meningíticas?

1 comentarios:

Enrique Gallud Jardiel dijo...

Muchas gracias por su referencia a mi abuelo.