domingo, 22 de noviembre de 2009

LAS MISERIA DEL CAMPO Y EL CAMPO DE LA MISERIA



Decía un maestro que tuve en la niñez que sobre el sector primario se levantan todas las riquezas. Aquella frase se me quedó bien grabada pese a que por entonces era un rapaz que no se enteraba de nada de lo que sucedía a su alrededor. Muchas veces, conforme fueron creciendo mis huesazos y mi cerebrillo, recordé aquella frase. La prueba evidente de que no andaba muy descaminado aquel profe era que, en cuento podían, los campesinos y labradores se largaban a la ciudad dejando el campo abandonado; que los pescadores dejaban el mar si les salía algún trabajillo en tierra firme, fuese en la construcción o en cualquier pequeña industria; que los ganaderos mandaban al carajo a sus animalitos con tal de pelearse con los animales de dos patas de la ciudad. En fin, que los mineros salían a la luz en cuanto alguien les ofrecía un trabajo menos peligroso y más digno.

Las sociedades más avanzadas han ido disminuyendo su sector primario a lo largo del siglo XX. Muchos profesores cuentistas –nada que ver con aquel de mi niñez- me contaron diversas milongas sobre la pérdida de peso del sector primario: que si la introducción de las máquinas, que si los sectores secundario y terciario son más importantes, que éstos necesitan mucha más mano de obra. Cuentos chinos. La gente ha ido abandonando el campo, la mar, la ganadería y la mina por hartazgo. Asquerosamente hartos de trabajar mucho y de ganar poco, siendo ellos los que obtienen las riquezas de la naturaleza sobre las que luego otros se llevan todas las plusvalías dejándoles a ellos sólo las migajas. Así que, a la menor oportunidad, se largan para vivir mejor, trabajar menos, ganar más dinero. Y lo hacen encantados por dejar de ser los parias sobre los que muchos vivos y listillos (incluso, ladrones) hacen su agosto, septiembre y octubre.

Estos días los agricultores y ganaderos de toda España se han manifestado contra la miserable situación en que se encuentra el campo. Cualquier día toman el relevo los  pescadores y mineros, aunque de éstos ya van quedando muy pocos. Los que se pelean a todas horas con la tierra y el ganado están hasta las narices de que la leche se la paguen a real cuando en el mercado cuesta un potosí; cabreados porque les compran las patatas a precios de los años 60 mientras que se venden luego al consumidor a precio del siglo XXI. Sobre sus anchas espaldas vive una patulea de gente que hace su buen negocio sin arriesgarse a nada, llueva o truene, porque para eso está el agricultor y ganadero: para, en tiempos de bonanza, intentar obtener unas migajas de beneficio y en épocas de crisis (nevadas, lluvias, sequía, crisis económica) comerse los nudillos.

Quizás deberían organizarse, formar cooperativas e ir hacia nuevas maneras de comercializar sus productos, mandando a la porra a tanto intermediario trincón. Sí, es fácil decirlo desde un despacho o desde el calor del hogar de la gran ciudad. Quizás deberían parar en una huelga de brazos caídos (se supone que al menos tendrán algo que comer) y que los demás –para no morirnos de hambre- importemos de fuera los comestibles, vengan las mierdas de China o de las Chimbambas. Quizás cuando los autosatisfechos dirigentes del país vean que esto se hunde todavía más y que nuestros campos se mueren de asco, a lo mejor se les ocurre hacer algo por esta gente y por nosotros. Porque nosotros no somos nadie sin ellos. ¿A dónde coño vamos a ir sin tomates, patatas, huevos, carne, aceite y otras maravillas de la naturaleza que ellos extraen con paciencia y trabajo infinito? ¿Comeremos entonces coches, colonias y televisores? ¿Por qué se conceden multimillonarias ayudas al sector bancario o del automóvil y se deja en la estacada y miseria a estas gentes, mucho más numerosas y más necesarias?

Uno quisiera saber qué política agraria realizan los tropecientos gobiernos y gobiernillos de este país. Qué hacen por evitar que los intermediarios vivan abusiva y parasitariamente a costa de nuestros campesinos y gentes del campo. Qué hacen por regular y controlar los canales comerciales de distribución para evitar que los productos de la tierra sean pagados por los consumidores a precios de escándalo en relación al ridículo precio en que fueron comprados en origen. Uno quisiera saber lo imposible porque se hace más bien poco, es decir, nada. Y a la vista está. Tan a la vista como la poca vista del Ministerio de la Cosa, que este sábado estuvo cerrado a cal y canto para recibir a los agricultores. Ministerio –le llaman- de Medio Ambiente y Medio Rural y Marino. ¡Qué van a saber estos asnalfabetos y asnalbetas del campo si lo llaman “Medio” cuando es “Entero”!


DIARIO ABC (22/11/2009)

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