domingo, 26 de abril de 2009

POLÍTICOS DE QUITA Y PON

Sabemos que presumen de todo (es decir, de nada). Hoy están en Obras Públicas, mañana en Asuntos Exteriores y pasado mañana en Educación. Nada extraño: al fin y al cabo lo suyo es poner el careto ante los medios de propaganda (normalmente, para que se lo partan) y decir cuatro obviedades previamente escritas por aquello de las encuestas. Como se rodean de tropecientos asesores y funcionarios –que son los que hacen el trabajo sucio- la máquina y el pegote, más o menos funcionan. Algunos  hasta logran aprender algo sobre la cartera y los asuntos que les tocaron en suerte. Tipos listos, ellos.

Pero últimamente está surgiendo una especialidad nueva: el saltador de gobierno. No es que estos genios de la política pasen de la Sanidad a la Economía dentro del mismo equipo gobernante, tras la consabida crisis ministerial. Es que lo hacen… ¡cambiando de gobierno! Con la inflación de gobiernos y gobiernillos que padecemos era previsible este nuevo deporte, pero hasta que no ha llegado en todo su esplendor, muchos no han caído en la cuenta.

-O sea, que Chaves deja la Presidencia de la Junta de Andalucía y se larga de ministro del Gobierno Central…
-Pues eso no es nada. Hay otra por ahí, Rosa Rosae,  que deja la alcaldía de su ciudad y se va de consejera de obras públicas del gobierno regional  ¡pese a que este es de otro partido!

Imaginación. No dirán que no hay políticos y gobernantes con imaginación cuando se trata de buscarse salidas personales. A los incautos que confiadamente les votaron… que les vayan dando…

Porque el Puñetas no vota casi nunca (y no será porque no tiene ganas, aunque su voto no se lo da a cualquiera) pero se cabrearía cantidubi si se lo otorga a alguien para que gobierne el chiringuito A y luego resulta que, pasados unos meses o años, el chiringuitero se larga al B porque allí gana más dinerín, tiene más prestigio o, simplemente, le sale de la rabadilla. A esto le llamo  “ciscarse en los electores”. Podrían esperar a acabar la legislatura pero en política sólo funciona el aquí te pillo, aquí te mato (o sea, el aterriza como puedas siempre que salgas ganando). 

También sabíamos de gente que se cree muy importante, que se presenta a las elecciones como número uno (porque ellos, pobrecicos, es que no pueden ir por debajo de nadie) y luego, cuando las urnas les dan un revolcón y los dejan como simples jefezuelos de la oposición, entonces van y dimiten.  No podemos olvidar tampoco otro ejemplo de filibusterismo político consistente en que el partido ganador de las elecciones muchas veces se tiene que contentar con hacer de oposición porque los partidos perdedores se unen para cepillárselo. Esta actitud tan frecuente en nuestra inmadura democracia hispana es considerada legalísima, lo que no obsta para definirla como el timo de la estampita electoral.  Los que quieran gobernar en comandita deberían decirlo previamente a las elecciones para que así todo el mundo supiese a qué atenerse.

La emisión del voto popular no da derecho a que luego los politicazos lo interpreten como les salga de las narices. El voto es propiedad de quien lo emite y no de quien lo recibe, y menos de quien no lo recibe, que hasta este despropósito hemos llegado. Entramos así en otro numerito pirata de nuestros amadísimos representantes de la cosa. Un día a uno de ellos se le cruzan los cables o se cae del caballo y, pumba, se pasa al grupo mixto o cambia de partido. Entonces se produce un movimiento sísmico y ahora pasan a gobernar los que nunca aspiraron a semejante bicoca o viceversa, gracias al tránsfuga. Todo -como se ve- muy legal, pero escasamente ético.

De modo que con estos numeritos circenses dan unas ganas locas de mandar a paseo a estos chiripitifláuticos cuando nos piden el voto muy zalameramente: ¡Ahora os va a votar vuestro puñetero…!

Los últimos ejemplillos de Manuel Chaves y de Rosa Aguilar han despertado en el Puñetas un recelo aún mayor hacia estos profesionales del quita y pon, chimpón. Como si el papel de quienes los eligen se limitase simplemente a darles un cheque en blanco cada cuatro añitos para que hagan y deshagan a su antojo, cambiando de gobierno, territorio, asunto y bagatela con una frescura digna de un frigorífico de cinco estrellas.  

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